Brandy de Xert
De conservando juventute et retardanza senectude, es el título de un opúsculo escrito por el médico valenciano Arnau de Vilanova, elogio inmoderado -aunque parezca imposible en boca tan erudita- de las aqua ardens, también llamadas, después de consumidas y con la natural exaltación del momento, elixires de la vida eterna.
Amén de la parte que les toca a los alquimistas -cuyas intenciones nada tienen de golosas, sino que apuntan al más allá-, los destilados, el brandy, los brandys y los coñás, aparecen en la historia de la gastronomía por un problema logístico. El transporte de los vinos desde las zonas de producción hasta el norte de Europa -lugar donde residían grandes aficionados a su consumo- se encarece por la cantidad de agua que lleva el vino, siendo ésta -consideraban- un excipiente con nulo interés. El problema se solucionó con el destilado del producto para su más liviano transporte, y su completa regeneración en el punto de destino, adicionando al aguardiente que llegaba, el agua y residuos sólidos que había perdido en el alambique.
Pero alguien probó sin desleír las holandas que transportaban, y le parecieron buenas, y de la mayor eficacia para resolver el problema del rápido embriagamiento, por lo que comenzó el camino de su afinación: envejecerlas en barricas de roble, seleccionar los vinos a destilar, adicionar azucares o hierbas, especias y otras maldades, a los alcoholes obtenidos en la mentada destilación.
Se dio lugar al coñac para los franceses y el brandy para los de nuestra tierra, o por mejor decir, se impulsó la iniciativa de conseguir inigualables destilados, pasados por el roble americano y conservados durante años, hasta que la madera y los otros componentes le hagan alcanzar la gloria.
Lo consiguieron de una forma bastante generalizada en la Champaña francesa, y de una forma sobresaliente, única y magistral en nuestro pueblo de Xert, donde se dan las condiciones físicas para que el destilado se realice y las humanas para que el mismo devenga en brandy de calidad.
Materia alcohólica compleja, oscura, brillante y perfumada, agresiva o sutil, según los tiempos de estancia y las calidad de las moradas de roble que la acogió, se toma con sumo placer a partir de los doscientos años de edad.
Del brandy, no del dichoso consumidor.
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