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Alto el fuego en Oriente Próximo

Hezbolá se reorganiza en la Bekaa

Los militantes del Partido de Dios controlan la reconstrucción en las zonas chiíes de Líbano

Guillermo Altares

Entre los grandiosos templos romanos de Baalbek y el decadente hotel Palmira, que visitaba muy a menudo Jean Cocteau en los años treinta, se detienen los autobuses que traen de vuelta desde Siria a los refugiados, en su mayoría mujeres y niños, que huyeron durante los bombardeos contra la Bekaa. Este valle libanés de población chií es, junto al sur del país y algunos suburbios de Beirut, uno de los bastiones de Hezbolá, que rápidamente ha comenzado a reorganizarse.

Como en el resto de las zonas chiíes de Líbano, las labores de desescombro se desarrollan bajo la supervisión del movimiento islamista. "Nuestro líder, Hasan Nasralá, ha pedido que se haga un plan de ayuda para aquellos que lo han perdido todo. Alquilaremos viviendas y les ayudaremos a comprar muebles", explica Ahmad Raya, el portavoz en la Bekaa en la nueva sede del movimiento en Baalbek, de 120.000 habitantes, situada al aire libre. Los edificios relacionados con el partido o dirigentes han sido reducidos a cascotes, pero eso no impide que ya estén funcionando a toda máquina.

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"El dinero llega de la gente que ayuda a la resistencia, un poco de todas partes", responde Raya cuando se le pregunta sobre el origen de los fondos necesarios para pagar las facturas de la reconstrucción. En la capital del valle de la Bekaa, una meseta situada entre las montañas de Líbano y Siria, de extraordinaria densidad histórica, hay muchas huchas de Hezbolá, aunque la prensa libanesa está convencida de que la contribución iraní está siendo fundamental.

Este dirigente del movimiento islamista muestra cómo funcionan las cosas: han elaborado una lista con todos los daños (203 casas destruidas y 1.460 afectadas) y, mientras financian la reconstrucción, se ocuparán de las necesidades inmediatas de las familias. No hay que olvidar que la fuerza de Hezbolá no viene sólo de su poderío militar, sino de su capacidad para ayudar a los sectores chiíes más desfavorecidos. Uno de los edificios destruidos en Baalbek es un supermercado del Partido de Dios, que ofrecía productos a precios de ganga.

Los militantes están un poco por todas partes, con sus inconfundibles anillos, aunque rara vez van armados. El portavoz Raya insiste en que la seguridad en el valle depende de la gendarmería y es verdad que su presencia es muy visible en las calles, desde luego, más que en el sur de Beirut. Algunos militantes se saludan muy afectuosamente en su salida de la clandestinidad, como si no se hubiesen visto durante bastante tiempo.

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Durante los 33 días del conflicto, la capital de la Bekaa fue atacada casi a diario, aunque la destrucción no alcanza la magnitud de otras zonas del país. Un barrio de las afueras sí resultó arrasado: fue allí donde un comando del Ejército israelí capturó a cinco militantes en una operación aerotransportada. En el jardín de la casa donde fueron apresados hay dianas para entrenamiento de tiro: representan una figura humana con una bandera estadounidense en la cabeza y una israelí en el corazón. En el resto del valle, los ataques fueron importantes pero no indiscriminados: una fábrica, una gasolinera aquí y allá aparecen reventadas. Es fácil saber que se está entrando en el territorio chií de la Bekaa: tal vez como aviso, junto a la carretera, aparece un camión calcinado por las bombas de la aviación.

Quizá estén retornando los habitantes, pero no los turistas, que antes venían a cientos a visitar los templos romanos, uno de los más importantes conjuntos arqueológicos de Oriente Próximo. "Había ataques todos los días. La noche de la incursión llegaron decenas de helicópteros israelíes", explica Husein, de 65 años, uno de los guías. Las calles están adornadas con todo tipo de símbolos de Hezbolá, que también aparece en forma de camisetas, llaveros o chapas en las tiendas de recuerdos. "Hemos aguantado 33 días gracias a ellos", señala Ahmed Yume, de 61 años, el dueño de una de las tiendas, y agrega: "Si no llega a ser por la resistencia, las tropas israelíes estarían aquí".

Partidarios de Hezbolá barren una calle en un área residencial destruida al sur de Beirut.
Partidarios de Hezbolá barren una calle en un área residencial destruida al sur de Beirut.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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