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MAR DE COPAS
Columna
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Los encantos del turismo vinícola

La película 'Entre copas' retrata bien las posibilidades del turismo vinícola. Una vez convertido en valor cultural, las visitas a distintas bodegas son la excusa ideal para beber sin sentirse culpable. Al ver las andanzas de un escritor neurasténico y de su amigo, un actor ninfómano, uno siente deseos de recorrer California en busca de alguna luminosa mujer como la que interpreta Virginia Madsen y, a la luz de unas velas, escucharla decir: "Me gusta pensar en la vida del vino. En que es una cosa viva. Me gusta pensar en qué pasaba el año que crecían las uvas. En cómo brillaba el sol, o si llovía. Me gusta pensar en toda la gente que cuidó y recogió las uvas. Y si es un vino añejo, en cuántos deben estar muertos. Me gusta ver cómo un vino sigue evolucionando. Por ejemplo: si abro una botella del vino hoy sabrá distinto a cómo sabría si lo hubiera abierto cualquier otro día". Si la visita a la bodega es colectiva y se fletan autocares, uno puede confundirse entre la multitud de achispamientos y tratar de descubrir el sentido filosófico del vino.

No soy un experto en excursiones vinícolas pero cuando tenía ocho años visité unas bodegas rumanas, en plena era Ceausescu. Hasta donde puedo recordar, fuimos en un autocar en el que, entre otros, había comunistas italianos, españoles, portugueses y puede que algún iraní. Fuimos visitando los viñedos y todos los elementos del proceso hasta que, al final, se organizó una cata colectiva. A los niños se nos prohibió beber nada que no fuera agua y gracias a esa mezcla de lucidez que proporcionan la infancia y la abstemia, pudimos comprobar, no sin cierta envidia, con qué entusiasmo bebían los adultos. Que conste: mis familiares no dieron la nota pero en el viaje de regreso, animados por todo lo bebido, los visitantes no pudieron reprimir la tentación de interpretar eufóricos himnos de la resistencia. Los italianos con su Bandera rosa, los españoles con su "Anda, jaleo, jaleo, suena la ametralladora y Franco se va a paseo" y, en perfecta coalición melódica, culminaron con el inevitable O bella ciao. Comparado con algunos botellones actuales, aquélla fue una excursión inocente, digna de Entre copas o de lo que contó Somerset Maugham cuando visitó Jerez y fue invitado a pasear por unas bodegas: "Uno prueba vino tras vino, pasando por diferentes matices del tinto (...); amontillados, con el sabor más fuerte del mundo; manzanillas de distintos gustos, marsalas gratos y tentadores; vinos que huelen a flores salvajes: vinos baratos y vinos caros (...) Éste es, en fin, un verdadero paraíso de los borrachos". Dicho así, suena un poco fuerte, pero lo cierto es que no todos los visitantes de bodegas acaban borrachos. Pero el riesgo existe porque la tentación, sobre todo si estás con Virginia Madsen, es fuerte.

Cóctel: Andaluza

En una coctelera con hielo machacado, preparar 1/4 de Jerez seco y 3/4 de zumo de naranja, agitar, colar y servir en vaso alto. Ziveli! (¡Salud! en serbocroata).

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