Autorretrato
Nadie le ha negado nunca a Fidel Castro sus grandes dotes para la interpretación. Este pasado fin de semana, el caudillo cubano ha querido retratarse a sí mismo en unas fotografías tomadas en su habitación hospitalaria y destinadas a probar que en su 80º aniversario sigue siendo el de siempre. Luciendo una sudadera con los colores de la bandera cubana (y el logo de una multinacional del sector), el convaleciente muestra -cual si se tratase de un secuestrado forzado a demostrar que sigue vivo- la portada de un suplemento especial de Granma publicado el pasado sábado que proclama a cinco columnas: Absuelto por la historia.
Está por ver que sea ése el veredicto final, por más que en un momento dado, tras derrocar a otro dictador, Fulgencio Batista, pareciera cierto el pronóstico hecho en su momento por el propio Fidel Castro. El veredicto definitivo no podrá prescindir de los 47 años de ejercicio personalista y omnímodo del poder. De momento es seguro que la sentencia exculpatoria no será compartida por los cubanos empujados al exilio; y es muy probable que tampoco lo sea por muchos cubanos de Cuba, en cuanto puedan expresarse sin temor. Así ha ocurrido en otros países en circunstancias similares: muchos de los que ahora halagan a Castro negarán haberlo hecho dentro de algunos años.
Frente a comentarios poco afortunados de Bush y su Gobierno sobre cómo se deberán desarrollar las cosas en Cuba tras la muerte de Castro, que han dado munición a los defensores del régimen, han sido en general ponderadas, salvo alguna excepción radical, las declaraciones de los más representativos portavoces de la disidencia cubana en La Habana, Miami y Madrid. Llamados seguramente a figurar entre los protagonistas del poscastrismo, casi todos ellos han expresado su esperanza en una transición hacia la democracia, la recuperación económica y la normalización internacional basada en la reconciliación, el diálogo y el pacto.
El presidente venezolano, Hugo Chávez, con el que el líder cubano comparte algunos rasgos de carácter y muchos intereses políticos, visitó ayer a Castro en el hospital. Aspira seguramente a heredar su liderazgo populista en América Latina. Sin embargo, en estos comienzos del siglo XXI, lo que menos necesita ese continente es esa permanente exaltación del jefe único y carismático, experto en agricultura, medicina, matemáticas y teología de la liberación (saberes, entre otros, que le han sido atribuidos estos días a Castro); sino políticas agrarias, ganaderas, turísticas, comerciales, entre otras, que favorezcan el crecimiento económico, abra oportunidades de desarrollo de las capacidades personales y potencie una sociedad civil dinámica y abierta. La nomenclatura que gobierna Cuba a la sombra del líder máximo bloquea hoy una evolución de este tipo e impide que aflore el real pluralismo político y social de la isla. Para que la historia pudiera un día absolver a Fidel Castro, sería condición mínima que él mismo facilitara este tránsito en el tiempo que le quede de vida.
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