Las medusas no entienden nada
El turismo en el Mediterráneo español está amenazado por una plaga de medusas que, a modo de chapapote gelatinoso, hará resentirse a la única "industria" que nos queda: la especulación inmobiliaria. Lejos queda aquel debate sobre el trasvase del Ebro en el que los expertos (?) repetían un argumento recurrente: el agua de los ríos se pierde en el mar. Falso, las medusas odian el agua dulce y este agua evita la salinización costera, la naturaleza es así: una acción provoca una reacción. Se levantan presas, se roban aguas, se construyen desaladoras -cuya salmuera se vierte al mar, convirtiéndose en un regalo para las medusas-, se vierten abonos que hacen crecer a las algas -alimento de medusas- y se quiere pasar unas vacaciones tranquilas en la playa que la mancillada ley de costas ha asfixiado: se pide lo imposible.
Alguna empresa hará negocio con el encargo de algún Ministerio de un buque que limpie de medusas las playas más exclusivas, mientras en el resto, los turistas estaremos rascándonos (las picaduras) sin consuelo.
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