A la sombra del maremoto
Con la puntualidad que le ha hecho un referente mundial en lo que a explotar la realidad se refiere, ya está el cine americano proponiendo una historia que se confunde con uno de los fenómenos naturales más terribles de nuestro tiempo, el maremoto que asoló el Oriente asiático hace un año y medio. De qué otra manera se puede leer este remake del filme homónimo de Ronald Neame que, en 1972, inició la moda del cine de catástrofes, ya entonces una más de las tácticas para enfrentarse a la siempre tremenda televisión y su capacidad para atraer plateas.
Con un esquema de funcionamiento de la historia que sigue a rajatabla los más aquilatados lugares comunes del subgénero (un grupo de personas normales y corrientes que deben enfrentarse a un fenómeno no ya inesperado, sino inhumano; la necesidad de la cohesión del grupo para salir adelante; un auténtico tour de force contra los elementos que permita, si no a todos, por lo menos a algunos, salvar la piel), el filme del competente especialista Wolfgang Petersen se propone una meta, y a ella llega incólume. Y esa meta no es otra que la de cualquier película de gran espectáculo: coger por la nariz al respetable, obligarlo a mirar siempre a la pantalla, mantenerlo en vilo durante un poco más de hora y media y no abandonarlo hasta el salvador The end que clausura la aventura.
POSEIDÓN
Dirección: Wolfgang Petersen. Intérpretes: Kurt Russell, Josh Lucas, Richard Dreyfuss, Jacinda Barrett, Mia Maestro. Género: aventuras, EE UU, 2006. Duración: 99 minutos.
Y hay que reconocerlo, eso lo logra Petersen y su abundante equipo de especialistas técnicos y, sobre todo, electrónicos, y con creces: Poseidón es una película que se ve sin desmayos, con la (necesaria) angustia que va anexa al precio de la entrada, y sin que el interés decaiga en ningún momento. La ayuda su estructura, casi de videojuego en el que se pasa de una pantalla a otra (de un plano del barco hundido al siguiente, más bien), y su acusado sentido del montaje, tan hábil como para que olvidemos sencillamente la inverosimilitud de toda la vivencia. Y para amantes de los apuntes sociológicos, ahí queda la perla de ver cómo del grupo de supervivientes no queda vivo ni uno solo de los inmigrantes, ni uno de los trabajadores, sólo los profesionales liberales y la (también necesaria) heroína joven; para mayor abundamiento, véase cómo se salva el arquitecto famoso de perecer entre las aguas. Y es que todavía hay clases, por si a alguno se le ha olvidado.
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