Hezbolá canta victoria
La milicia libanesa chií muestra su orgullo por haber resistido más que cualquier ejército árabe en el pasado a la máquina bélica israelí
Incluso Hasan Nasralá, el carismático líder de Hezbolá, sabe que la maquinaria bélica israelí puede arrasar el Yebel Amel, como los libaneses llaman a la región sur de su país. Lo admitió la semana pasada en su última aparición pública, una entrevista con Al Yazira. Pero este astuto político también dejó claro que una defensa exitosa ya era una victoria. Lo que está en juego para Hezbolá es mucho más que un enfrentamiento con el Ejército más poderoso de Oriente Próximo. Se trata del futuro de la resistencia. Y a falta de un triunfo militar, el heroísmo de los mártires también cuenta.
"Una derrota en Líbano pondría fin a los movimientos de resistencia en la región, a la causa palestina, e impondría las condiciones de Israel para una solución", advirtió Nasralá, el clérigo que desde 1992 dirige Hezbolá y ha logrado convertirlo en actor imprescindible de la política libanesa. Desde el principio de las hostilidades, Nasralá, de 46 años, ha pasado a la clandestinidad con toda la dirección de Hezbolá.
"Nuestro poder político y militar no ha disminuido", afirma un diputado del grupo
Los analistas coinciden en que la victoria del movimiento chií depende tanto de la capacidad de su milicia como del propio liderazgo de Nasralá. Respecto a la primera, tal vez sea verdad que el grupo no se esperaba la aplastante respuesta de Israel a la captura de los soldados (en 1996 y en 2004 consiguió su objetivo: la liberación de libaneses presos en cárceles israelíes), pero incluso a los israelíes parece haberles pillado por sorpresa la intensidad y el alcance de su fuego. En una evaluación compartida con sus colegas europeos, los servicios secretos israelíes reconocieron al principio del conflicto que carecían de información sobre las capacidades de Hezbolá.
Sea como fuere, una milicia de entre 5.000 y 6.000 hombres, por muy baqueteados que estén en la lucha contra Israel y muchos misiles que hayan recibido de Irán, no supone parangón para el Ejército israelí. Si acaso son consideraciones políticas y, eventualmente, la opinión pública, tanto interna como internacional, las que pueden limitar su poder de fuego.
Entonces, ¿qué tipo de triunfo puede obtener Hezbolá? En el mejor de los casos, el reconocimiento como parte indispensable en la resolución del conflicto israelo-palestino. En el peor, la aureola del heroísmo que acompaña al martirio por una causa, la palestina, que los chiíes del sur de Líbano han adoptado como suya tras años de sufrir el impacto de la naqba, la catástrofe de la expulsión de los palestinos en 1948, y las posteriores ambiciones territoriales de Israel.
"Amamos el martirio", admitió en su entrevista con la cadena árabe, "pero tomamos precauciones para negar una victoria fácil al enemigo". La victoria fácil del enemigo sería su derrota. Pero eso ya no va a producirse. Tal como explicó el domingo a este diario Ali Mokdad, diputado de Hezbolá en el Parlamento libanés, la guerra más larga de los árabes contra Israel apenas duró seis días y Hezbolá mantenía el tipo después de 12 días. "Nuestro poder político y militar no se ha visto disminuido", proclamaba ufano.
Eso es suficiente para reforzar el apoyo popular que se ha ganado resistiendo la ocupación israelí durante 18 años. Los libaneses, al igual que los árabes en general, atribuyen a Hezbolá la salida de Israel de Líbano en el año 2000. Ese respaldo es aún mayor entre los chiíes del sur y el este del país, una comunidad largamente abandonada por los Gobiernos centrales y cuyas necesidades viene cubriendo el brazo social de Hezbolá.
Así que, gane o pierda esta batalla, Nasralá ya ha conseguido un lugar en el corazón de millones de árabes avergonzados por lo que perciben como sumisión de sus Gobiernos a la política de Israel y EE UU. "Es la primera vez que los árabes son capaces de decir no a Israel y a Estados Unidos", insistió Mokdad.
La percepción de ese desafío al ocupante (de Líbano y de Palestina) y a la superpotencia puede terminar eclipsando la eventual derrota militar y convirtiendo a Nasralá en un nuevo héroe del nacionalismo árabe. Una eventualidad esta última que, según algunos analistas, preocupa a los gobernantes de Arabia Saudí, Egipto o Jordania bastante más que la supuesta formación de un arco chií.
"No quiero vuestras espadas ni vuestros corazones... Dejadnos en paz", espetó Nasralá a los dirigentes árabes. Tal como ha escrito Hamza Hindawi, "su retórica recuerda a la de Gamal Abdel Náser, el presidente egipcio que, a pesar de llevar a su país a la derrota frente a Israel en 1967, se convirtió en un respetado líder nacionalista árabe".
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