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Columna
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La calidad de las instituciones

Joaquín Estefanía

Uno de los pocos supuestos en los que parecen estar de acuerdo los partidos es en fortalecer la calidad de las instituciones que gobiernan o controlan a los poderes establecidos. Más allá de la cantidad de Estado necesario -sobre la que no hay consenso-, establecer unos topes mínimos de calidad de esas instituciones forma parte de todos los discursos. De los discursos, pero no de la realidad. Aznar ha hecho unas declaraciones sobre su liberalismo económico que muestran lo frágil que es la memoria. Además de estimular las privatizaciones, el PP creó un sector privado gubernamental y eligió al frente de la mayor parte de las empresas privatizadas a sus amiguetes; intervino en los medios de comunicación para inventar un conglomerado multimedia afín, financiado con el cash-flow de Telefónica, y puso en posición de combate a su favor a la televisión pública. El PSOE aprovechó esa contradicción e incorporó a su programa electoral las interferencias de la política en la economía; en el mismo foro que Aznar, el asesor económico de ZP, Miguel Sebastián, dijo que los representantes genuinos del liberalismo económico en España eran los socialistas, lo que generó las sonrisas de muchos de los presentes... y de la mayor parte de los militantes del PSOE. El PSOE también ha intervenido en el devenir de algunas empresas privadas o privatizadas (el acoso de Sacyr al BBVA, o la OPA sobre Endesa por Gas Natural y la alemana E.ON). No se trata ahora de valorar esas interferencias, sino de recordar su existencia.

La calidad de las instituciones se logra, por ejemplo, con la presencia al frente del Banco de España de dos economistas de tan reconocido prestigio como Miguel Ángel Fernández Ordóñez y José Viñals. No tiene razón el PP en combatir las posibilidades de independencia del banco por no haber sido factible el consenso en esos nombramientos, pues la resultante es mucho mejor que las alternativas que daba la oposición. Como tampoco la tienen los socialistas que han criticado a Jaime Caruana, anterior gobernador, que tuvo el difícil papel de continuar con la labor de Luis Ángel Rojo en la dirección, y lo hizo con bastante éxito. El Banco de España no se ha resentido en ninguno de los dos casos.

Hace unos días, la Secretaría General de Iberoamérica, a cuyo frente está alguien tan indiscutido como Enrique Iglesias, organizó un seminario sobre migraciones; a la reunión asistió un representante italiano con categoría de viceministro para América Latina. ¿Cómo es posible que España no tenga un representante con la misma exclusividad y rango para esa zona, cuando nuestros intereses son superiores a los italianos? El secretario de Estado de Asuntos Exteriores y para Iberoamérica, Bernardino León (otro excelente funcionario), reparte su tiempo entre Iberoamérica, Norteamérica Mediterráneo, Oriente Próximo, África y Asia-Pacífico.

"La suerte de la Constitución está unida a la suerte del Tribunal Constitucional", ha declarado la presidenta de este último, María Emilia Casas, en un curso de los Colegios Notariales y la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS. Casi al mismo tiempo, Mariano Rajoy anunciaba la materialización del recurso del PP sobre el Estatuto de Cataluña, ante el Constitucional. El sentido común indica que ese recurso adquiere una prioridad difícilmente rebatible. Si se siguiesen criterios cronológicos, el Constitucional no podría abordar este recurso hasta dentro de muchos meses porque está atascado en su funcionamiento: en el primer semestre del año, el número de asuntos totales que ingresaron es superior en un 41% a los del mismo periodo del año anterior; los recursos de amparo se incrementaron un 41%, y los que entraron en materia de extranjería, un ¡225%! La dureza de la confrontación entre los partidos no ha permitido hasta ahora el consenso para sacar la reforma de la ley orgánica del Constitucional. ¿No sería éste un buen motivo para que los partidos recuperasen la cordura y se pusiesen de acuerdo en esa reforma? Ello significaría creer en la calidad de las instituciones. Más allá de los discursos y la verborrea.

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