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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La singularidad china

La economía china ha provocado de nuevo el asombro al anunciar que en el segundo trimestre su PIB creció a una tasa del 10,9%. La singularidad de China ofrece tintes espectaculares. Durante los últimos 12 años ha crecido a un ritmo próximo al 10% anual, prácticamente desde que la dirección central del PC inició las reformas que aproximaron la producción centralizada a la economía de mercado. Este ritmo debe ser un caso único, con la particularidad de que el aumento ciclópeo del PIB no se ha basado exclusivamente en políticas autárquicas, ostentosamente proteccionistas o anticuadas. Al contrario, la singularidad china radica en que ha conseguido transformar un modelo basado sólo en los bajos costes de mano de obra barata y abundante en otro en el que empieza a entrar en juego la productividad, gracias a las cuantiosas inversiones en I+D y educación. Hoy, el 30% de las exportaciones chinas son productos de microelectrónica avanzada.

No estamos, pues, ante un caso de crecimiento económico caprichoso o pasajero. Pekín se ha preocupado de diseminar inversiones propias por todo el mundo (Latinoamérica, África) y, al mismo tiempo, recibe un flujo descomunal de inversión extranjera, que no parece retraída por el carácter autocrático del Gobierno chino. En los manuales aparecía con frecuencia la idea de que la economía de mercado estaba siempre asociada a la democracia, pero China desmiente la universalidad de semejante aserto. La nación más poblada del mundo está produciendo con las reglas del capitalismo en el marco político de un Gobierno comunista, fuertemente centralizado, al que no repugna sostener todavía calamidades jurídicas tan abyectas como la pena de muerte o un sistema judicial y penal sin apenas garantías individuales de ningún tipo.

Pero la rigidez política y la falta de transparencia acaban por influir en la dirección de la economía. Su moneda, el yuan, no flota libremente en el mercado y esa circunstancia acarrea problemas serios a otras economías conectadas con Pekín. La dirección centralizada, acostumbrada a proponer objetivos y conseguir resultados pase lo que pase, tampoco tiene en cuenta las consecuencias medioambientales del crecimiento económico; ni parece inmutarse por el aumento imparable de la desigualdad, algo impensable en un sistema político socialista. En China viven casi 140 millones de personas con menos de un dólar al día y la singularidad se va convirtiendo en anomalía conforme se desciende de la macroeconomía al mundo real. No es aventurado esperar que con una integración mayor del país en los organismos mundiales de decisión se irá disolviendo la capa de un sistema político blindado por el éxito económico y el silencio social.

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