Una nueva guerra, un nuevo enemigo
Israel libra desde hace nueve días una guerra muy diferente a todas las mantenidas con los países árabes en el pasado. Israel no se enfrenta ahora a otras naciones o Estados hostiles, por mucho que estén detrás de los acontecimientos Irán o Siria, sino que está librando una guerra en dos frentes contra dos movimientos populares con enorme prestigio social entre las masas árabes e islámicas.
El Partido de Dios (Hezbolá, chií) en Líbano, y el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás, suní) en Gaza encarnan para miles de personas en Oriente Próximo la posibilidad de un renacer de la dignidad árabe basado en un islam auténtico y antiimperialista.
Los dos movimientos, que tienen firmado un acuerdo de colaboración militar y política desde 1989 con la destrucción de Israel como punto de encuentro, han practicado el terrorismo suicida y cultivan una cultura de martirio inasequible a las derrotas. Pero ello no les convierte en unos fanáticos cualquiera. El discurso político de estos partidos / milicias, como los de sus iguales en el vecino Irak, no son simples soflamas religiosas. La llamada oración de los viernes suele consistir en muchas mezquitas en una argumentación política y estratégica en toda regla sobre la situación de los creyentes en un mundo hostil.
Tampoco sus líderes son esos locos de Dios ridiculizados por su extremismo en Occidente. Más bien al contrario, suelen ser tipos pragmáticos, buenos tácticos, en ocasiones políglotas, lectores empedernidos y a menudo expertos en el manejo de Internet.
Israel se ha embarcado en una guerra desigual y asimétrica contra un enemigo que no es un Estado sino una fe en armas, que considera el conflicto moralmente necesario y religiosamente obligatorio hasta el triunfo final del islam sobre los no creyentes. Un enemigo al que no van a disuadir las bombas. La experiencia reciente, como demuestra Afganistán, apunta que las guerras aéreas quedan sólo en victorias en el aire. Y la actual ha estallado en un contexto internacional desfavorable para Israel, con un Irak en deriva imparable hacia la guerra civil y en cuyos acontecimientos Irán ejerce una enorme influencia; con un Ejército estadounidense al límite de sus fuerzas e incapaz de estabilizar Afganistán; con una diplomacia norteamericana desprestigiada, y una Europa que oscila entre la autocomplacencia y la perplejidad.
Dice el tópico que las guerras se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban. Ésta empezó hace menos de un mes con la captura de un cabo del Ejército israelí de 19 años y ya ha causado más de 300 muertos. Será tarea de los historiadores en el futuro decidir si ése fue en realidad el comienzo. Como dijo Kissinger: "La historia no es tan simple como el periodismo".
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