Debilidad del fuerte
Israel se sentía muy fuerte, tanto como para plantear un divorcio unilateral de los palestinos en la llamada desconexión que empezó por (y, dado lo que está ocurriendo, termina en) Gaza. Fue Sharon el que la planteó desde una posición de fuerza, personal y geopolítica, con Irak en ruinas, y con un apoyo incondicional de la Administración Bush al Gobierno israelí. Con el líder en coma, son muchos -incluido Hamás, como detectaron los servicios de inteligencia israelíes- los que habían visto en el de Olmert un Gobierno débil. Se suma al hecho de que EE UU ha perdido toda vía de contacto con Siria, Hezbolá, Hamás y otros, lo que deja a la superpotencia, si no reacciona, como un gigante con pies de barro en un Oriente Próximo en llamas.
De la guerra de Irak sólo están saliendo dos ganadores inmediatos: Irán e Israel. Y de los conflictos de estos días en Gaza y con Líbano -si no se pierde su control- también, a corto plazo, Israel, si deja desarbolado a Hezbolá, aunque haya perdido en imagen, dada la desproporción de su acción militar. Algo puede también ganar Irán (que el tema nuclear pase a segundo término y gane las semanas que busca), pero si Hezbolá queda militarmente inutilizable, perderá una de sus grandes bazas en la región.
Sharon llevó a cabo la desconexión de Gaza (criticada por la derecha y una parte minoritaria de la izquierda), y Olmert pretendía avanzar hacia la de Cisjordania: "Convergencia" y luego "realineamiento" (de Israel consigo mismo), lo llamó. Ésta era la razón de ser de Kadima, el partido segregado por Sharon del Likud. Claro que Sharon probablemente no contaba con que Hamás ganaría las elecciones palestinas, ni que Gaza caería en el caos. ¿Sobrevivirán Kadima y Olmert al fin del proyecto que era su razón de ser?
El hecho de que ni Olmert, ni el laborista titular de Defensa, Peretz, ni la de Exteriores, Livni, tengan pedigrí militar es otra novedad en un Gobierno israelí. Aunque Golda Meir fue un caso parecido, estuvo siempre rodeada de generales de peso. Lo que está ocurriendo puede interpretarse, al menos en parte, como respuesta a la necesidad de Olmert y de Peretz (que aspira ser un día jefe del Gobierno) de ganarse los galones y demostrar que también son duros. La debilidad de este Gobierno algo chapucero puede haberle llevado a sobrerreaccionar, tanto en Gaza como en Líbano, sobre planes concebidos desde hace tiempo. Mientras, en la parte palestina no hay interlocutor válido: el primer ministro de Hamás. Haniya, no sobrepasa un 18% de popularidad; el presidente palestino, Abu Mazen ni siquiera eso. Arafat nunca bajó de un 40%. Una y otra vez en Israel se nos dice que "les dimos Gaza y nos atacaron"; "salimos de Líbano, y nos atacan". En el caso de Gaza han vivido el espejismo de que dejaban un territorio independiente, aunque vigilado por tierra, mar y aire, como si la franja fuera un universo cerrado. Aunque parezca no quererlo ver, Israel sigue siendo legalmente la potencia ocupante de la franja, lo que entraña obligaciones. Esta frustración israelí explica, que no justifica, la vehemencia y carácter desproporcionadamente destructivo de su acción en, de momento, dos frentes.
La disuasión israelí había quedado dañada porque la desconexión de Gaza nueve meses atrás y la retirada de Líbano en 2000 fueron vividas ambas por los desocupados como un triunfo, una retirada bajo el fuego. Con estas campañas, Olmert cree que puede recuperar la disuasión y su propia credibilidad. Tras la frustración con el proceso de paz, Israel estaba de lleno en un proceso de seguridad unilateral, y ahora ha entrado en un proceso bélico que se puede ampliar. Ha caído en la provocación de Hezbolá y se ha metido en una guerra que, en el fondo, hace tiempo que buscaba para desarbolar al grupo libanés chií. Los perros de la guerra se han soltado en la región. ¿Saben sus actores realmente lo que hacen? Como afirma el viceprimer ministro Simón Peres, "no podemos perder una sola guerra, pues lo perderíamos todo". aortega@elpais.es
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