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Crónica:Escalada militar en Oriente Próximo
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Llevamos tres días encerrados"

Los vecinos de Zarit, localidad israelí fronteriza con Líbano,se protegen en los refugios de los misiles de los islamistas

En cada estruendo hay gente que encorva el espinazo como si hubiera recibido un latigazo. Pero hay vecinos de Zarit que ni se inmutan y ríen mientras caminan a cielo abierto, viendo como los extranjeros tratan de cubrirse de la salva de cohetes Katiushas que Hezbolá está lanzando sobre el pueblo.

El contraataque israelí acentúa los estampidos. Provocan los mismos respingos. "Ahora somos nosotros. No pasa nada", dice tranquilo un lugareño. Seguro que algo sucede al otro lado de la frontera, en suelo libanés, detrás de los esqueletos de dos edificios que en la cresta de una montaña solían emplear los milicianos chiíes para vigilar a sus enemigos. La mañana había sido muy tranquila en esta aldea que se extiende a 300 metros de los límites que separan ambos países, junto a una base militar, la primera en ser atacada el miércoles por Hezbolá. A las 2.30 todo comenzó a temblar.

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La mayoría de los vecinos se guarecen en la veintena de refugios de que disponen las 60 familias de Zarit. La salva de Katiushas continúa. A la misma hora caen los cohetes sobre numerosas ciudades de Galilea. Las columnas de humo se elevan sobre las casas dispersas. Bajo el porche de una de las viviendas, tres mujeres tratan de identificar dónde caen los misiles. Encienden cigarros sin parar y llaman con móviles a sus familiares. La más mayor friega el suelo como si nada. "Tenemos miedo, pero no podemos ir a ningún sitio. Nahariya ni Tiberiades son seguras, Haifa, tampoco", afirma una de ellas. Otra chica no demuestra pánico, aunque sonríe nerviosamente.

La familia de Geula vive en Zarit desde 1967. Durante la larga etapa (1978-2000) en que Israel desplegó a sus soldados en Líbano, se habituaron a convivir largas jornadas bajo tierra. "La última crisis grave fue hace más de seis años. Ahora llevamos casi tres días encerrados. Ni yo ni mi marido podemos ir a trabajar", comenta Sarit, que ronda los cincuenta.

Desde el miércoles niños y adultos se limitan a ver la televisión. Al menos gozan de aire acondicionado en un recinto de 12 metros cuadrados en el que se cuentan una decena de literas. "Nosotros tenemos suerte. Nuestra casa está al lado del refugio y podemos salir a coger comida", añade Sarit en este lúgubre lugar, con el retrete estropeado y sin suministro de agua.

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Hay gente para todo. Un druso de 50 años se ha acercado a Zarit para observar de cerca los bombardeos, que acaban 40 minutos después. Ríe abiertamente. Los drusos conocen de sobra la experiencia. Muy diferente de lo que sucede con los habitantes de Haifa, a casi 50 kilómetros al sur de Zarit. El jueves recibieron el primer impacto de un Katiusha. Itzik, cuarentón, lo tiene claro: "Hay que bombardear Beirut. Pero no se por qué el primer ministro, Ehud Olmert, avisa de que lo va a hacer. Acaso nos advierte a nosotros Hezbolá".

A diferencia de otras ciudades norteñas, ahora desiertas, en Haifa la vida transcurría con aparente normalidad. El misil cayó sobre un terraplén deshabitado y los daños fueron mínimos. Pero es el bautismo de Haifa. Y Michal Beris, estudiante estadounidense recién emigrada a Israel, está confundida: "Sé que esto no es nada comparado con lo que ocurre en Líbano. Sin embargo, el Gobierno debe tomar represalias. De lo contrario otros países atacarán Israel".

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