Negros y blancos
Ya no baila como solía hacerlo con los grupos Juluka y Savuka: aquel estilo atlético en el que se levanta un pie por encima de la cabeza y se proyecta luego hacia el suelo. Una coreografía espectacular que el surafricano de origen inglés esbozó apenas. Más un guiño al pasado que otra cosa. Entonces este profesor de Antropología andaba con su amigo Sipho Mchunu, desafiaba las leyes racistas juntándose con músicos negros y practicaba danzas zulúes ataviado como un guerrero.
No es el Johnny Clegg vital de antaño y sí un tipo calculador con el esfuerzo. "Soy un hombre muy viejo", dijo al recordar los treinta años de su primer éxito: Woza friday, una canción para la clase obrera, que celebra el preludio a dos días de libertad. "Ven, ven, viernes, cariño mío", repite el estribillo. Con el pequeño acordeón volvió aquel sonido energético que el mundo descubrió hace veinte años con Graceland.
Johnny Clegg, Simphiwe Dana y Zola
Auditorio del Parque Torres. Cartagena, 8 de julio.
El escenario acogió luego a Simphiwe Dana. Presentación en España de la joven cantante y compositora. Cantó en khosa canciones que hablan de la capacidad que tenemos de llevar a cabo nuestros sueños, de por qué lucharon Steve Biko, Patrice Lumumba o Dolly Rathebe o del potencial de la juventud surafricana y de la necesidad de descubrirlo de una vez. A sus 26 años, la elegante y espiritual surafricana es toda una sorpresa. Letras inconformistas en envoltorio de seda y con una voz de otro tiempo. El gesto que más repite es el de levantar el brazo derecho con el puño cerrado.
Foro
Pero el más guerrillero fue Zola -se llama así por un municipio de Soweto-. Poeta, músico y actor, Zola es un ídolo para los chicos de esos guetos en los que el desempleo, las familias rotas, el alcoholismo y la violencia son norma. Su hip-hop con personalidad propia se conoce con el nombre de kwaito.
Confundió el Parque Torres con un foro de Naciones Unidas y soltó un discurso contra 300 años de colonización, esclavitud y expolio que chocaba con el espíritu festivo de esas horas de la madrugada. Aunque él y sus dos colegas sí bailaron como zulúes: sonidos y ritmos de una Suráfrica que hace 12 años dejó por fin de estar aislada del mundo.
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