"Aquí está, ya le veo"
Alrededor de 400.000 personas se dan cita en Valencia bajo un calor asfixiante para recibir a Benedicto XVI
"Joven, ¿por dónde saldrá el Papa?". Irene García, sierva de Jesús de 63 años, buscaba ayer la mejor posición para no perderse detalle de la aparición de Benedicto XVI en la Plaza de la Mare de Déu. La gorra amarillo canario del pack del peregrino remataba el discreto hábito de la religiosa y la protegía del fuerte sol de mediodía.
Poco después, el Papa llegaba a la boca de metro de Jesús y leía un responso dedicado a las 42 víctimas del accidente de metro del lunes. "Soy de San Fernando, en Cádiz. Y he venido con mis tres hijos, mi marido y otros 131 parroquianos. El acto ha sido precioso pero al Papa casi no se le veía", se lamentaba María José Palacio, que hubiera agradecido una plataforma que mejorara la visibilidad de los fieles "en vez de hacerlo a ras del suelo".
Tras horas de calor, estallaban en vítores y gritos, y había quien se echaba a llorar
"Here he comes. Yes! I see him (aquí está, ya lo veo)", gritaba Lorelei Itchon a su marido Joe, ambos de San Francisco. Pasaban unos minutos de las 13.30 y Benedicto XVI salía a la plaza de la Mare de Déu desde la puerta de la Basílica de los Desamparados. "¡Viva el Papa!", "¡Viva!", "¡Viva el Papa!", "¡Viva!"... después de horas soportando el calor, estallaban los fieles en vítores y gritos, ondeaban las banderas, y había quien se echaba a llorar. Estratégicamente situados frente al escenario se encontraba uno de los colectivos más ruidosos: 52 personas llegadas en autobús desde Ferrol, todas vestidas con camisetas amarillas, del grupo del arcángel San Miguel, que enardecían a la muchedumbre.
Banderas de Colombia, El Salvador, México, Filipinas, Croacia, incluso de Pakistán flotaban junto a una gran bandera de España con un sagrado corazón como escudo. Sin embargo, fuera del recorrido y los lugares de concentración, la ciudad se quedó vacía. Buena parte de los vecinos dejaron sitio a los peregrinos. "No hay nadie", comentaba el dependiente de una céntrica zapatería. "Le pedí a mi sobrina que hoy [por ayer] me echara una mano y a la una le he dicho que se fuera, ha habido menos trabajo que un sábado normal", explicaba Amparo López, vendedora de horchata en las proximidades de la plaza del Ayuntamiento. Y eso que las tiendas se esforzaron en amoldarse a los gustos del público. Lladró vendía figuras del Papa a 450 euros, cálices para la ocasión a 150, copones a 60 y patenas a 30.
Las expectativas no se cumplieron del todo y no llegaron a 400.000 asistentes, según fuentes policiales. En el encuentro de por la noche la cifra se redujo a unos 220.000. El Centro de Coordinación de emergencias había recibido desde la tarde del viernes hasta las 21.30 de ayer 319 llamadas, la mayoría (212) para pedir información. 25 fueron avisos sanitarios (lipotimias, cortes y varias caídas de bici), 4 por tráfico, 65 de seguridad ciudadana y 13 por otros motivos. Además, 12 personas fueron atendidas en hospitales (dos en el Clínico, tres en el Doctor Peset y siete en La Fe) por lipotimias, contusiones, rasguños y una fractura en una pierna de un niño.
Información elaborada por Maria Altimira, Lydia Garrido, Jaime Prats e Ignacio Zafra.
El cáliz de oro y perlas
El primer acto litúrgico de Benedicto XVI, en la catedral de Valencia, en la que entró por la Puerta barroca de los Hierros, estuvo precedido por una visita a la capilla del Santo Cáliz. En ella se guarda el Santo Grial que, según la tradición, utilizó Jesucristo en la Última Cena y con el que Ratzinger consagrará hoy el vino en la Eucaristía que se celebrará en el enorme altar al aire libre instalado en el antiguo cauce del Turia. El cáliz es una joya de 17 centímetros de altura, y algo menos de 15 centímetros de diámetro de base, confeccionado en oro y calcedonia y decorado con gemas y perlas.
La tradición y una devoción de siglos lo identifica con el Santo Grial. Lo que parece cierto, a tenor del trabajo de estudiosos como el catedrático de la universidad de Zaragoza, Antonio Beltrán, es que fue labrado en un taller de Egipto, Siria o Palestina. El vaso que sirve de pie al Cáliz podría datarse entre los siglos X y XII, según Salvador Antuñano, profesor de la Universidad Francisco de Vitoria. El Papa evitó pronunciarse sobre la autenticidad de la joya, y se refirió al cáliz como "renombrada reliquia".
En la corte de los Borja
La primera jornada de Benedicto XVI en Valencia discurrió ayer fundamentalmente en la ciutat vella, que conserva todavía el esplendor de una familia valenciana que ha hecho historia, los Borja, o Borgia. Alfonso de Borja y su sobrino Rodrigo fueron los dos personajes principales de un verdadero clan que controló la archidiócesis de Valencia durante más de un siglo, y todo el orbe católico, desde la cátedra de Pedro, después. Los dos papas Borja, Calixto III y Alejandro VI, fueron un nexo fundamental entre el medievo y el Renacimiento. Alejandro VI, Papa entre los años 1492 y 1503, fue un mecenas de las artes que exportó a Roma las modas y estilos vigentes en Valencia, una de las grandes ciudades del mundo en aquellos tiempos. Alejandro VI creó la universidad de Valencia en 1501 y muchos de los tesoros que acumula la catedral de la ciudad son legado de la famosa familia. La sombra de los Borja y del esplendor eclesiástico del Renacimiento planeó sobre la visita de un papa, Benedicto XVI, sobrio y austero que concede, sin embargo, enorme importancia a la liturgia, como expresión del misterio que intenta desentrañar la religión.
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