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Piratas del lujo

El negocio de la falsificación está en manos de las mafias internacionales. Obtienen más beneficio que con el tráfico de drogas. Los riesgos son mucho menores por la bondad de las leyes. Y las pérdidas para las industrias afectadas son millonarias. Así funcionan las oscuras rutas globales de la piratería

De camino a la plaza de San Pedro nos sale al paso la tentación, encarnada en la figura de unos espabilados muchachos negros. "¡Huy! No sé si podré resistirme", suspira Elke Göss, una teóloga rubia procedente de Berlín. El sol del crepúsculo desaparece detrás del mausoleo de Adriano, y el senegalés Modo murmura: "Barato, barato", y le pone a la joven un bolso con las iniciales de Louis Vuitton ante las narices. "Siento verdadera pasión por los bolsos", reconoce la alemana, y el precio, 30 euros, es tentador. Sin embargo, responde, ella no compra mercancía falsificada. Sus padres tienen un negocio de confección textil en Baviera con 70 empleados y sabe que el original cuesta 20 veces más.

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Justo al lado de Modo, Chen, una mujer china, regala supuestas plumas Montblanc por 10 euros, y Samba, senegalés, vende gafas de sol de Gucci a sólo 15 euros. El ucranio Víctor, disfrazado de Estatua de la Libertad, se deja hacer fotos a cambio de un donativo. Hasta los famosos ángeles barrocos del escultor Bernini que contemplan Roma desde las pétreas barandillas del puente son copias. Parece que las imitaciones dominan el mundo.

De repente, irrumpe en escena un coche de la policía. Los estraperlistas recogen su mercancía a toda prisa, un agente salta del vehículo y mira a su alrededor con cara de pocos amigos. Chen, Modo, Samba y otros se esconden detrás de los árboles y en las callejuelas adyacentes. Un minuto más tarde, los policías siguen su camino. Unos instantes después, los comerciantes ya están exhibiendo de nuevo su mercancía. Este juego del gato y el ratón, que se repite varias docenas de veces al día, es todo un símbolo de la lucha mundial, y aparentemente inútil, contra la piratería y la usurpación de marcas. Las autoridades italianas libran la batalla sin demasiado entusiasmo; rara vez detienen a uno de estos vendedores. Son sólo un insignificante eslabón dentro de la cadena con la que el crimen organizado perjudica, embauca y estafa a consorcios internacionales, inspectores de aduanas y policías.

Si el día va bien, Modo puede llegar a ganar 100 euros, pero también hay jornadas en las que no vende nada. Los bolsos le llegan a través de un intermediario del sur de Italia con el que trabaja a comisión. Allí es donde la Mafia encarga la fabricación de los productos, y allí llegan también los barcos portacontenedores repletos de falsificaciones procedentes de Asia. Modo ha estudiado política y filosofía, puede conversar largo y tendido sobre Hegel y Marx, y está al corriente de las leyes del capitalismo, que también rigen para los que no tienen nada. La oferta y la demanda determinan el precio. Pero el precio influye a su vez en la demanda. Por eso, según cálculos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), cada año se venden mercancías falsificadas por un valor de unos 500.000 millones de euros.

En este momento, los productos piratas representan la décima parte del comercio mundial. Uno de cada tres CD es una copia pirata. Se imitan las camisetas Ballack y las zapatillas deportivas Nike, la Viagra y la píldora anticonceptiva, los filtros para el aceite y las bujías. Como los falsificadores se ahorran los costes de investigación y publicidad pueden lanzar al mercado sus copias a precios regalados. Modo sabe cómo se dice barato en ocho idiomas, incluso en japonés y en ruso. Él es la última parada de un negocio sucio que comienza en China.

En su refugio en un rascacielos del noreste de Pekín tiene su escondite uno de los reyes de las falsificaciones. Este hombre en la sombra ofrece su mercancía a través de Internet. Cuando contesta al teléfono se identifica como el señor Wang. Antes de colgar amenaza: "Como seáis periodistas o fisgones os cortamos en pedazos". Hemos alquilado un Audi negro con chófer, llevamos trajes caros y zapatos cosidos a mano. En nuestras tarjetas de visita no aparecen nuestros verdaderos nombres, sino Pesch y Fuchs, gerentes de Sumkatex, empresa fantasma con sede en Hong Kong.

Al atravesar el patio de esta urbanización de edificios construidos con planchas de acero tenemos la sensación de estar siendo vigilados. Cuando Wang abre la puerta reparamos en el telescopio con el que apunta hacia sus visitantes. "Por si acaso", comenta. Y también por si acaso, cambia de vivienda cada dos semanas. Wang va de un lado a otro arrastrando unas gastadas pantuflas de Dolce & Gabbana. Falsas, por supuesto. Está a punto de cumplir los 30 años, y su camiseta reza: "The weather is always fine" ("Siempre hace buen tiempo"). No podía ser de otro. "Mis bolsos no esperan a los clientes, son los clientes los que esperan mis bolsos", exclama con una sonrisa irónica. A continuación, Wang nos muestra su cámara del tesoro, un paraíso para cualquier mujer que siga las modas. Veinte metros cuadrados llenos hasta el techo de bolsos de lo más selecto. Obras maestras de Balenciaga, Bottega Veneta y Marc Jacobs. El Saddle Gaucho Bag, de Christian Dior, que tanto le gusta lucir a Claudia Schiffer, sale aquí por unos 80 euros; el original cuesta 1.500. El bolso de culto Paddington, de Chloé, por sólo 30 euros, en lugar de su precio oficial de 1.065. Nuestro proveedor suministra mercancía a Japón, Reino Unido y Estados Unidos.

Accesorios, ropa, cosméticos y perfumes suponen un tercio del total de las falsificaciones a escala mundial. El 35% corresponde a los programas informáticos, y el 25%, a vídeos, DVD y CD. Ha llegado un momento en que se venden más relojes suizos de imitación que auténticos, con una proporción de 40 a 16 millones a favor de la Mafia. Prácticamente, no hay sector de la producción a salvo de la piratería. En el Reino Unido, las autoridades confiscan a diario un millón de cigarrillos de marca falsificados. Una de cada 12 colillas es de imitación, y la mayoría contiene cinco veces más sustancias cancerígenas que las originales.

Las falsificaciones afectan también al sector de la alta tecnología. Según cálculos de Alexandros Alavanos, un ex parlamentario europeo, el 2% de los recambios de los aviones es de imitación. Mary Schiavo, ex comisaria de Seguridad Aérea del Gobierno de EE UU, ya reveló a mediados de los años noventa que incluso el Air Force One, el avión del presidente estadounidense, albergaba piezas falsas.

El sector pirata ha llegado a cobrar tal envergadura que amenaza con socavar los cimientos de la economía occidental. Tanto es así que los industriales ya temen la llegada del momento en el que sus empresas no sean capaces de seguir inventando y comercializando novedades a la misma velocidad con que se falsifican.

Wang, el rey de las falsificaciones, acaricia con delicadeza la piel del Birkin, de Hermès, un bolso que no se consigue sólo con dinero, a no ser que sea falsificado. La lista de espera para hacerse con un Birkin es de años. Hermès lo confecciona en tres fábricas ubicadas en Francia. Los costureros invierten 18 horas de trabajo en cada ejemplar. Pero Wang y sus socios tampoco se andan con cicaterías: "Disponemos de una red mundial de compraventa". Wang adquiere las pieles de crías de caimán en Estados Unidos, igual que Hermès, y, a fin de garantizar un alto nivel de calidad, trae a costureros de Italia para que trabajen por su cuenta en sus fábricas clandestinas chinas. Así es como puede ofrecer el modelo de cocodrilo a 2.400 euros. En Estados Unidos, los clientes pagan casi 20.000 euros por el original.

El negocio de la piratería lleva ya mucho tiempo en manos del crimen organizado. "La falsificación se convertirá en el delito más importante del siglo XXI", pronostica Maria Livanos, presidenta de la Cámara Internacional de Comercio de Ginebra. A menudo, los márgenes de beneficio son mayores que los que se obtienen con el tráfico de drogas, mientras que el riesgo es menor debido a la laxitud de las leyes. Sólo unos pocos de los sospechosos juzgados son finalmente condenados al pago de multas. Menos aún cumplen penas de reclusión. Y sólo se considera delito comerciar con productos falsificados, pero no su posesión.

Preguntamos a Wang si podríamos visitar una de sus fábricas. "Ya se pueden ir olvidando de eso. No podrían aunque fuesen buenos clientes de toda la vida. Espero sus pedidos". Al despedirse, comenta de pasada: "Producimos en el sur de China".

El día que llegamos a Guangzhou, la bulliciosa capital de la provincia de Guangdong, en el sur de China, el diario China Daily abordaba justamente ese tema. Esta publicación en inglés, editada por el Gobierno para disfrazar ante los extranjeros la verdadera situación china, declara que "la lucha contra la piratería tiene una prioridad máxima", una aseveración por la que se dejan embaucar fácilmente muchos políticos occidentales de primera fila.

En realidad, sucede que el Gobierno chino fomenta la piratería. Promulga nuevas leyes y disposiciones que obligan a los inversores extranjeros a realizar transferencias tecnológicas. Así logran acortar distancias con Occidente, y los gobiernos provinciales, municipales y regionales en apuros financieros se llenan los bolsillos con los ingresos fiscales procedentes de las fábricas piratas. Su servicio de seguridad nacional interviene a la velocidad del rayo en cuanto un tibetano despliega una pancarta crítica en la plaza de la Paz Celestial, pero los falsificadores pueden seguir a lo suyo sin verse apenas molestados.

En el corazón de Guangzhou se alza el Centro Comercial Internacional de la Piel, donde 832 pequeñas tiendas exhiben su mercancía repartidas en cuatro plantas: pañuelos de Versace, llaveros de Prada o carteras de Dunhill. Algunos se autodenominan Bossi o BossLon, en referencia al distribuidor de artículos de marca Boss. Más de 700 de los 832 establecimientos venden productos piratas. En la entrada han colgado una placa de dos por cuatro metros que recoge la ley china contra la piratería.

Alrededor de este universo de la piel hay toda una serie de centros comerciales y bazares más pequeños que se dedican al mismo negocio. Uno puede adquirir desde vaqueros Victoria Beckham hasta un iPod. Antes, las imitaciones que traían los turistas de Hong Kong eran tan malas como aquellos polos Lacoste piratas que llevaban bordada la palabra "Lakotz". Los relojes Rolex tenían un aspecto lamentable. "Hoy existen imitaciones indistinguibles del original en toda clase de productos", explica Christian Rommel, asesor empresarial alemán que trabaja en Hong Kong. Rommel ha recopilado casi cien imitaciones de los pañuelos de papel Tempo, con nombres como Tampo, Tango, Tengo, Tampu.

En China abunda la piratería, a pesar de que, a raíz de su entrada en la Organización Mundial del Comercio, el Gobierno se haya comprometido a luchar contra ella. El 70% de todos los productos piratas aprehendidos en la Unión Europea, según cálculos oficiales, proceden de China y Hong Kong.

Salimos de Guangzhou por una carretera entre campos de arroz y naves industriales, y una hora después llegamos a la anodina ciudad de Qingyuan. Un intermediario nos conduce hasta Liu Weipei, que regenta una fábrica ubicada en el cuarto piso de un edificio de nueva construcción en la que tres costureras y dos operarios producen cientos de bolsos Louis Vuitton de la peor calidad, a tres euros la pieza.

Liu, el fabricante, lleva zapatos de plástico y un traje marrón que baila sobre su delgado cuerpo. Conduce un Audi. Sus empleados también se muestran satisfechos con un sueldo mensual de 1.000 yuanes (unos 100 euros). Está por encima del salario medio, y es suficiente para ayudar a la familia que han dejado en su tierra natal, en las provincias pobres del interior del país. Liu, un hombre astuto de mirada despierta, se considera un agente de la redistribución global vertical. "Me limito a quitar a las multinacionales un poco de lo que ganan pagándonos salarios bajos por nuestro trabajo", puntualiza.

En el otro extremo del planeta, en el puerto de Hamburgo, la mayor puerta de entrada de la mercancía de contrabando en Europa, Oliver Christ cumple con su tarea, cuchillo en mano, en un día gris de primavera. Sus amigos y muchos agentes de transporte del puerto franco le llaman "el rajador", ya que Christ no puede pasar de largo junto a una caja de cartón sospechosa sin abrirla con un corte limpio y asegurarse de que no contiene mercancía falsificada.

Ostenta el título oficial de secretario de aduanas, que uno asocia inevitablemente con la imagen de un ratón de biblioteca o un devorador de expedientes. Pero en realidad estamos ante el policía de aduanas que más éxitos ha cosechado en Alemania, un hombre que cuando tiene un fin de semana libre viaja a Polonia por su cuenta y riesgo para merodear por los mercadillos de productos baratos. Miles de alemanes van allí a pescar gangas. La empresa de autocares Bischoff incluso ofrece viajes de un día desde Schleswig-Holstein.

Hace poco, Oliver Christ y sus colegas se incautaron en el puerto de Hamburgo de 10 contenedores que albergaban 250.000 bolsos, cinturones y carteras falsificados, la mayoría con el logotipo de Louis Vuitton. Los productos originales podrían haber alcanzado un precio de venta de 140 millones de euros. Christ calcula que el precio de las copias en el mercado rebasa el millón de euros.

Las aduanas europeas interceptaron más de 103 millones de artículos falsificados en 2004 (8,7 millones en España), según los datos del Ejecutivo comunitario. "Sólo podemos controlar alrededor del 5% de la mercancía", explica Klaus Hoffmeister, el jefe de Oliver Christ. En parte debido a que, en todo esto, Internet desempeña un papel crucial: hace dos años, unos falsificadores turcos ofrecieron imitaciones de piezas de bisutería del fabricante de artículos de lujo Joop a través de la plataforma de subastas eBay y con la colaboración de 69 intermediarios repartidos por 27 ciudades. Un colgante en forma de cruz cambiaba de manos por 20,5 euros, en lugar de los 209 que cuesta.

Pero lo cierto es que cada vez es más frecuente toparse con productos piratas en los establecimientos regulados: Tommy Hilfiger logró detener la venta de polos y camisetas en los establecimientos de productos baratos de la cadena Real a través de un auto de resolución provisional. Real interpuso un recurso y dice que el proceso aún sigue abierto. Hay muchas fábricas chinas que producen para marcas internacionales y no tienen ningún problema en organizar un turno de noche extra. Luego venden esas mercancías idénticas a las originales en el mercado negro.

La mayoría de las empresas afectadas callan. Temen que bajen las ventas de sus productos. Cuando se preguntó a una docena de distribuidores de artículos de marca alemanes si podrían acompañar a sus detectives de empresa en sus viajes a China, Tailandia, Turquía o Rusia, todos rechazaron la idea salvo uno: el fabricante de artículos deportivos de Adidas.

Con el rostro surcado de arrugas, David Leung (nombre ficticio) parece un Colombo chino. Este veterano de la lucha contra el crimen trabajaba antes para el Gobierno de la ciudad de Hong Kong. Desde que se jubiló sigue el rastro de los productos piratas en el sur de China por encargo de Adidas. Una lluviosa mañana de lunes, Leung descubre un almacén de productos falsos en Guangzhou con ayuda de la policía de inspección industrial. Apesta a pegamento barato, las zapatillas son de pésima calidad. Además de las hileras de copias de Adidas hay también imitaciones de Puma y Nike. Los funcionarios chinos no pueden tocar esas imitaciones. Sólo pasan a la acción si la empresa fabricante les encarga hacerlo, uno de los muchos absurdos del derecho internacional de marcas. Pero para eso está aquí David Leung. Así que los vendedores, tres jóvenes medio dormidos, sacan a la calle las cajas de cartón con las zapatillas Adidas; allí las recoge un camión, y más tarde los funcionarios de inspección industrial destruyen la mercancía pirata. Les gusta hacerlo en público como coartada frente a las empresas occidentales. Pero no se permite que ningún representante de la empresa denunciante participe en esta operación. "No podemos descartar que funcionarios corruptos se dediquen a vender las zapatillas de deportes que hemos encargado incautar", protesta un colaborador de Leung.

Más tarde, el gerente de una empresa de Guangzhou, que se presenta como Deng, nos enseña zapatillas, en compañía de su socio taiwanés. Hasta el holograma parece auténtico. "No garantizamos una similitud del 100%, pero sí del 99%", puntualiza el taiwanés. A mediodía, Leung confisca en Shenzhen zapatillas Adidas falsas con ayuda de la policía. Las tiendas vecinas ponen a buen recaudo sus copias de Adidas con toda tranquilidad, y vuelven a exhibirlas en cuanto desaparecen los investigadores. "Es como una hidra: si le cortas una cabeza, le crecen dos", se lamenta Leung.

En Shenzhen se juega al gato y al ratón igual que en Roma, con un añadido tragicómico: los policías que se dedican a perseguir las copias de deportivas Adidas calzan zapatillas falsificadas de otra marca, de su última incautación; el puma blanco está tan mal cosido que casi lo pierden por el camino.

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