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Columna
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La moda

Dijo Maragall hace diez días que, si en Cataluña hubo 20 robos de casas en 20 días, en la Costa del Sol había habido 80: 20 a 80, la delincuencia reducida a deporte, Cataluña-Andalucía Sector Costa del Sol. El portavoz parlamentario del PP, Sanz, entendió la frase maragalliana como un intolerable ataque a Andalucía. Andalucía está sufriendo ataques intolerables últimamente. Salió Rajoy y, a propósito de Andalucía, dijo que lo de realidad nacional era un cachondeo, palabra fea, cachondeo, pero así es el popularismo o populismo barístico de los populares: "Nadie nos va a robar la cartera", dicen, y están hablando de una cuestión de derecho constitucional, por ejemplo.

Lo del cachondeo fue juzgado por los socialistas como un insulto al Parlamento andaluz, máxima representación del pueblo: Rajoy ha ofendido "el sentimiento colectivo de los andaluces", sentenciaron los socialistas con mucho sentimiento. Rajoy es terrible, como la palabra cachondeo, porque, si nos atenemos a los razonamientos de la sección andaluza del PP, también estaba a punto de insultar gravemente a España, además de causar daños irreparables al turismo, principal industria local: Rajoy dijo en Valencia que España es el país más fácil para las mafias. Si la Costa del Sol triunfa en la liga autonómica de asaltos a domicilios, España gana el mundial de mafiosos.

No sé si Rajoy, a juicio de su portavoz andaluz, ha atacado intolerablemente a España. No sé si es verdad lo que Maragall y Rajoy dicen sobre mafias y robos. No creo ni que Maragall haya atacado a Andalucía, ni que Rajoy haya ofendido a España y al Parlamento andaluz. Esto de los ataques y ofensas es una nueva moda de hablar, viejísima. Consiste en dividir el mundo en andaluces y antiandaluces, españoles y antiespañoles, propios y extraños. Si los obispos católicos repiten el sermón ultraconservador de siempre, aprovechando ahora la reforma del Estatuto, inmediatamente se les llama antiandaluces. Si los partidarios del nuevo Estatuto critican a los obispos, merecen el calificativo de anticatólicos. Se trata de dos bandos aparentemente antagónicos, pero con un mismo modo de razonar y de hablar. Los dos bandos hablan con voz autoritaria, es decir, indiscutible, "irrenunciable", que es la palabra política de moda.

El que no se suma a sus ideas está contra la comunidad, contra Andalucía, España o la patria que toque, contra el Real Madrid o el Barcelona, por ejemplo, los dos clubs que más emoción masiva provocan en el mundo andaluz. El siguiente paso posible será aplicarles el Código Penal a los antipatriotas y descreídos, a los irrespetuosos que injurian a las asambleas legislativas, y a Andalucía, España, la religión, los sentimientos andaluces de los andaluces, los sentimientos españoles de los españoles y los sentimientos católicos de los católicos. Esto es ahora mismo inimaginable que suceda, disparatado, pero si algún día sucede, tampoco extrañará a muchos.

Hablaré de otra cosa. Había en el puerto de Málaga un silo de los años de Franco, construido para el grano que llegaba de Argentina en los tiempos del hambre. El silo, de finales de los años cuarenta, parecía una iglesia cruciforme con los brazos cortados. En la época en que se levantó, si uno se quejaba del franquismo, inmediatamente iba a la cárcel por antiespañol. El silo se atenía a la moda arquitectónica franquista, con sus pináculos escurialenses, y su mezcla fascista de racionalismo, clasicismo y folklorismo, entre la arquitectura de la América colonial y la malagueña. Era un monumento. Lo han derribado.

El centro de Málaga siempre ha estado cerrado al mar, con el mar entre rejas y vigilado por aduaneros. Había que abrir la ciudad al mar, pero ¿era necesario derribar el espléndido silo? En Málaga se suelen eliminar los edificios reales, y se erigen nuevos e imponentes edificios de la época romana o de la Edad Media a partir de unas pocas piedras. Aquí la memoria real es menos interesante que una memoria de novela histórica.

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