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Hallado en el valle del Jordán el vestigio más antiguo de agricultura

Los arqueólogos descubren una plantación de higueras de hace 11.400 años

Javier Sampedro

El origen de la agricultura se ha buscado siempre en los cereales, cuyos primeros cultivos se dieron hace 10.500 años en Oriente Próximo. Pero un grupo de arqueobotánicos israelíes acaba de descubrir nueve higos de una variedad claramente domesticada, almacenados hace 11.400 años en una despensa del primitivo asentamiento neolítico de Gilgal I, en el valle del Jordán. La domesticación del higo vino facilitada por una mutación espontánea que lo hace comestible pero estéril: el primer agricultor sólo tuvo que coger aquella rama y plantarla en el suelo.

"Hace 11.000 años hubo un giro crucial en la mente humana, de explotar la Tierra como es a modificarla activamente para satisfacer sus necesidades", afirma el principal autor del trabajo que se presenta hoy en la revista Science, Ofer Bar-Yosef, de la Universidad de Harvard. "Este giro a un estilo de vida sedentario y basado en el cultivo rompió con más de dos millones de años de historia como recolectores y cazadores".

Gilgal I es uno de los yacimientos más antiguos del Neolítico, situado 12 kilómetros al norte de Jericó, en el valle del Jordán. La casa de la despensa fue excavada en los años setenta, pero la muerte del arqueólogo israelí que dirigió aquella operación condenó al olvido a los materiales que había rescatado de allí, que llevaban 30 años archivados en un armario del Museo Israel de Jerusalén. El año pasado, el museo invitó a Bar-Yosef a examinar aquellos viejos hallazgos, y aparecieron los nueve higos junto a más de 300 gránulos sueltos de la misma fruta.

Bar-Yosef y sus colegas de la Universidad Bar-Ilan de Israel apreciaron de inmediato que los higos -sus restos están carbonizados, pero en un extraordinario estado de conservación- eran de una variedad comestible, y que parecían haber sido desecados y almacenados para consumirlos en invierno. La parte difícil de su trabajo ha sido reunir las pruebas de que, en efecto, los nueve frutos sólo pueden pertenecer a una variedad domesticada de higo, puesto que carecen de semillas, y sólo podrían haberse reproducido por esquejes.

Una mutación proverbial

Su conclusión es que los primeros higos domesticados -tal vez el origen de la agricultura y, por tanto, de la civilización- fueron producto de una mutación espontánea, propagada después por los humanos mediante esquejes sucesivos. Las mutaciones de este tipo son conocidas en las higueras silvestres: producen una variedad llamada "partenocárpica", en que la fruta madura sin necesidad de polinización y se queda pegada al árbol, ganando en suavidad y dulzura en lugar de pudrirse en el suelo.

Los mutantes partenocárpicos se dan ocasionalmente en la naturaleza, pero son estériles porque sus higos no tienen semillas. "Una vez que ocurrió la mutación partenocárpica", conjetura Bar-Yosef, "los humanos debieron de darse cuenta de que aquellos higos no eran capaces de producir nuevos árboles, y el cultivo de la higuera se convirtió en una práctica común. En este acto intencional de plantar una variante específica de higuera podemos ver los orígenes de la agricultura. El higo comestible no habría sobrevivido de no ser por la intervención humana".

La mutación partenocárpica fue un verdadero regalo de la naturaleza, pero no bastó por sí misma para producir la variedad hallada en Gilgal I. Según otro de los autores, el arqueobotánico Mordechai Kislev, los primeros pobladores neolíticos de Oriente Próximo debían haber estado "varios siglos" cultivando las higueras mutantes y seleccionando sus características. Bruce Smith, del Museo Nacional de Historia Natural de Washington, señala en Science que el origen de la agricultura "fue un proceso lento que tuvo lugar a pequeña escala en distintas zonas, a base de prueba y error con distintas plantas".

Pero las mutaciones naturales y la facilidad de cultivo hicieron que la domesticación de la higuera ganara por más de mil años a la de los primeros cereales, y por más de 5.000 al resto de los árboles frutales. "Los higos de Gilgal, que estaban almacenados junto a bellotas y variedades silvestres de cebada y centeno, indican que la estrategia de subsistencia de los primeros agricultores neolíticos fue la explotación mixta de plantas silvestres y la domesticación inicial del higo", afirma Bar-Yosef.

Esa mezcla de plantaciones de higos y cultivos de cereales silvestres "se practicó ampliamente hace casi 12.000 años en todo el ala occidental de Oriente Próximo".

Un invento caído de los árboles

Algunas mutaciones, como las que agrandan y compactan las espigas de los cereales, tuvieron más importancia que otras durante la domesticación de las plantas de cultivo que encendió la revolución neolítica y creó las condiciones para el desarrollo de la civilización. Pero la mutación partenocárpica de la higuera, que inventa de pronto un higo carnoso, dulce, suave y que no se cae al suelo, encaja más en una parábola bíblica que en un texto de genética.

La razón de que el higo comestible parezca diseñado para satisfacer a una criatura terrestre es que lo está. La criatura se llama blastófago (Blastophaga psenes), y es la avispa simbiótica que se ocupa desde hace millones de años de polinizar a la higuera silvestre.

Las higueras silvestres tienen dos sexos (uno femenino y uno hermafrodita, al que llamaremos macho para abreviar). Las flores del macho tienen un estilo más corto (dos milímetros) que las de la hembra (tres milímetros). La avispa pone sus huevos a través de un tubo (ovipositor) que mide casi exactamente dos milímetros.

Si la avispa llega a una flor hembra, lo único que puede hacer es polinizarla. No porque no intente también poner un huevo dentro de su ovario, sino porque no puede consumar el acto: le falta un milímetro para superar el peaje del estilo femenino.

Así que el blastófago sólo puede poner sus huevos en la flor macho. Y la higuera premia a su larva con un higo: un argumento de peso para renovar el contrato de simbiosis. La mutación partenocárpica viene a ser un argumento al que nadie escucha.

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