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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Manzanas podridas

El capitalismo moderno tiene sus reglas. Quien las traspasa sobremanera y con gran arrogancia, la paga y se le expulsa de por vida del sistema. Así ocurrió con Bernard Ebbers, ex consejero delegado y fundador de la operadora WorldCom, sentenciado a 25 años de cárcel por fraude en agosto de 2005; y así les acaba de suceder a Kenneth Lay -amigo personal de George W. Bush- y a Jeffrey Skilling, ex presidente y ex consejero delegado, respectivamente, de la compañía Enron, condenados por un tribunal de Houston (Tejas) por fraude contable y conspiración. Las penas no se conocerán hasta el 11 de septiembre.

La condena de los responsables de la antaño modélica y poderosa distribuidora de electricidad, gas natural y telecomunicaciones ha sido recibida con indisimulada satisfacción por la Administración norteamericana, que consideró el escándalo de Enron, cuando se destapó gracias a un soplo en 2001, como el peor y más emblemático ejemplo de los llamados crímenes de cuello blanco, que proliferaron durante los noventa en Estados Unidos, provocando el hundimiento de la Bolsa y una crisis de confianza sin precedentes en Wall Street. Transacciones ficticias, trucos contables, engaños a los inversores y a las autoridades sobre la ruinosa situación financiera. Ésas fueron las prácticas delictivas habituales de diversas empresas de sectores desregulados. En el caso de Enron, las irregularidades significaron dejar en la calle a 6.000 empleados y la evaporación de 2.600 millones de dólares en fondos de pensiones. El reforzamiento de los controles contables y del buen gobierno corporativo se convirtieron tras el escándalo en la prioridad de las autoridades reguladoras para devolver la confianza a los inversores.

Algunas de esas prácticas suenan ya, aunque en menor escala, muy familiares también en Europa y España. Teóricamente, la moraleja de Enron enseña que nadie está al margen de la ley y que el sistema es capaz de rectificar y depurar excesos, exigiendo responsabilidades a quienes incumplen los códigos de conducta. Sin embargo, en la práctica es harto difícil creer que este tipo de conductas sean flor de un día y que no vuelvan a repetirse, si cabe, con mayor descaro buscando nuevos resquicios.

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