Las luchas internas paralizan Palestina
Sólo las facciones armadas funcionan en Gaza y Cisjordania mientras la población vive una aguda crisis económica
Sólo las facciones armadas y los cuerpos policiales fieles a los partidos palestinos Al Fatah y Hamás funcionan a pleno rendimiento en Cisjordania y Gaza, aunque sea para enfrentarse entre ellos. Lo demás es parálisis. El Gobierno no gobierna; el Parlamento no legisla; el embargo financiero de EE UU y la UE asfixia a la Administración y seca los bolsillos del millón de personas dependientes de los salarios públicos; el trabajo de las ONG brilla por su ausencia sobre el terreno en los últimos meses, y el campo diplomático israelo-palestino es un erial. Al Fatah, liderado por el presidente, Mahmud Abbas, no sale de su conmoción tras la pérdida de las elecciones en enero, y Hamás ha menospreciado la capacidad de sus rivales para bloquear los planes del Ejecutivo.
Hace cuatro meses que el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) derrotó en las urnas a Al Fatah, dueño del destino de los palestinos desde los años sesenta del siglo pasado. Y dos meses han pasado desde que el grupo fundamentalista se hiciera cargo del Gobierno. Sin embargo, Hamás no se ha volcado en las labores propias de un Ejecutivo. "Hemos llegado al Parlamento y sólo hay escombros, proyectos empantanados. Hemos anulado las normas que el anterior Legislativo aprobó después de los comicios y constituido comités en la Cámara, pero no hemos presentado ningún proyecto de ley", admite el diputado islamista Mohamed Shihab en su oficina del mísero campo de refugiados de Yabalia, en la franja de Gaza.
El Gobierno está atrapado. La suspensión de las ayudas financieras aportadas por EE UU y los países de la UE -casi mil millones de euros anuales- acentúa la ya aguda depresión económica que sufren los 3,8 millones de habitantes de los territorios ocupados por Israel. Los intentos del Ejecutivo por recaudar fondos en países musulmanes tropiezan con la amenaza de sanciones que Washington esgrime sobre los bancos árabes -los israelíes ya han cortado vínculos- que transfieran fondos a entidades de crédito palestinas. "La situación interna es muy peligrosa. Los ministros no pueden aplicar sus políticas. Si el embargo de la UE y EE UU continúa, se perderán muchos empleos, y aumentarán los robos, secuestros, asesinatos; delitos que apenas observábamos en las calles palestinas", comenta el analista Abdelhakim Nassar.
En las ciudades y aldeas se subsiste. Nada más. Las familias, casi siempre muy numerosas, de sus nimios ahorros. Sus parientes exiliados en los países del Golfo, en EE UU y Europa envían dinero con mayor frecuencia de la habitual, y las casas de empeño están muy concurridas.
Ni una leve mejoría en cuatro meses: los servicios públicos apenas existen, el tráfico rodado ha caído, la actividad comercial se hunde bajo mínimos, y los hospitales se las ven y desean para surtirse de medicamentos.
Abbas y el primer ministro, el fundamentalista Ismail Haniya, no han logrado poner coto a la inestabilidad en su media docena de reuniones, alguna concluida con desplantes. Los conatos de violencia se suceden, sobre todo en Gaza, entre los leales a Hamás y los partidarios de Al Fatah, formaciones que abanderan dos visiones radicalmente opuestas sobre el futuro de Palestina. "Hay una agenda de la OLP para crear un Estado independiente. Pero el programa de Hamás pasa por fundar un Estado islámico. Su estrategia no se circunscribe a los territorios ocupados, que son sólo una parte de Palestina. Por eso Hamás no acepta el reconocimiento formal de Israel. Pueden llegar a un acuerdo, pero aplazando la batalla para un futuro lejano", explica el analista Ashraf Ajrami.
Cuando, en 2002, se aprobó una iniciativa saudí en Beirut -reconocimiento de Israel por los 22 países árabes y restablecimiento de relaciones diplomáticas y económicas a cambio de una retirada completa a las fronteras de 1967-, Israel y EE UU plantearon inmediatamente más demandas. Hamás ha interiorizado que ninguna cesión satisface al Estado judío. "No creo que la aceptación de un Estado palestino resulte útil a Hamás. Cada concesión llevará aparejada nuevas exigencias. Y seguir ese camino le hará perder apoyo interno. Ya cedió Al Fatah, y no consiguió nada", afirma el analista Alí Jarbaui, profesor de la Universidad de Birzeit, formado en Cincinatti (EE UU).
La comunidad internacional tampoco está exenta de responsabilidad, a juicio del laico Jarbaui: "A lo dicho se suma la hipocresía de EE UU y de la UE. Cuando quisieron debilitar a Yasir Arafat presionaron para crear la figura del primer ministro, restando así poder a Arafat. La ironía es que entonces el jefe de Gobierno fue Abbas. Ahora pretenden hacer lo contrario. Quitar poder al Gobierno para dárselo al presidente. Washington y Bruselas no desean instituciones estables. Quieren instituciones que acepten un acuerdo bajo las condiciones israelíes".
Aunque Hamás se mueve lentamente en el campo diplomático -hablan ahora sus dirigentes de negociación con Israel, asunto tabú hasta hace escasos meses-, y Washington y Bruselas presionan a Israel para que dé al presidente Abbas la oportunidad que nunca le ofreció, falta tiempo para que una eventual negociación rinda frutos. Hamás y el Estado hebreo parecen aliados en su estrategia de no buscar un socio con quien dialogar. "El unilateralismo del primer ministro Ehud Olmert supone ventajas para Israel y para Hamás. Ambos ganan. Los islamistas sacarán provecho de la retirada de algunos asentamientos de Cisjordania porque argumentarán que se han liberado tierras sin cometer atentados y sin reconocer a Israel. Pero Israel también obtiene réditos. Goza del favor de la comunidad internacional siendo la potencia ocupante, al tiempo que el ocupado soporta las sanciones. Y mientras, se concentra en la anexión de las grandes colonias y de Jerusalén Este", subraya el profesor de Ciencias Políticas Samir Awad.
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