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Pulseras azules para tocar el cielo

A las cinco de la tarde, bajo un sol implacable, las colas de los espectadores ya daban media vuelta al anillo que delimita el exterior del pabellón de deportes. Los presentes lucían una pulsera azul que habían obtenido durante un reparto realizado por la mañana y cuyo orden de distribución había seguido un riguroso orden de llegada. Uno de los afortunados que lucía la pulsera tenía el número 100, y había llegado al recinto a las siete de la mañana. ¿Con qué intención? "Yo no sabía que había valla sueca, pero por costumbre he venido pronto para intentar conseguir el mejor sitio posible", decía con aire de fan curtido en mil conciertos.

La previsión de este aficionado tuvo su premio. Como la pista del pabellón no tenía sillas y, por tanto, carecía de numeración, la organización del Boss decidió premiar a los más madrugadores y entregarles una pulsera que les permitiese mantener la máxima cercanía con el escenario. Eso es estar cerca del cielo. Es lo que se llama la valla sueca, un sistema para premiar a los más fieles a su ídolo. Por cierto, que quienes consiguieron los primeros números habían pasado toda la noche frente a las puertas del recinto.

Pese a que la apertura de puertas no estaba prevista para antes de las siete y media de la tarde, pocos minutos después de las cinco comenzaron a entrar los primeros aficionados. Restaban más de dos horas de espera, pero, como decía uno de ellos, "sabiendo que te aguarda un buen lugar, el paso del tiempo es mucho más llevadero".

Autógrafos

Para animar esta espera bajo el sol, del interior del pabellón llegaban los apagados ecos de la voz del Boss, quien al frente de su banda realizaba las pertinentes pruebas de sonido. Había llegado a Barcelona pocas horas antes, concretamente a las tres de la tarde, y en el aeropuerto y en tirantes comenzó a firmar autógrafos a los seguidores que llevaban horas montando guardia.

Entretanto, en la calle el sol declinaba sobre las camisetas de los seguidores, que, puestos a mantener la fidelidad con el ídolo, no hacían comentario cuando les cobraban entre 25 y 32 euros por el correspondiente trozo de algodón conmemorativo. Los había más avispados, como, por ejemplo, un grupo de dispar procedencia -Madrid, Zaragoza...- que había imprimido sus propias camisetas, que en un rojo chillón anunciaban "Creciendo con Bruce Springsteen". Su cara de satisfacción se convirtió en una irreprimible sonrisa cuando vieron cuánto costaban las oficiales.

Aunque, hablando de precios, nunca es demasiado si la pasión es alta. Una madura pareja de extranjeros, que lucía con desánimo un papel donde se leía "Busco 2 entradas", manifestaba estar dispuesta a pagar "cualquier precio" por conseguir el acceso a la gloria.

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