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Los científicos piden que se estudie el efecto de basuras y plásticos en el mar

Preocupación ante la formación bajo las aguas de vertederos que contaminan los fondos

Cualquiera puede apreciar que el mar cercano a las costas está cada vez más contaminado, pero las basuras no conocen fronteras ni distancias. Allí donde ni la luz del sol puede llegar, a más de 2.000 metros de profundidad, junto a los calamares gigantes se encuentran también botes con restos de pintura, filtros de máquinas y trapos de limpieza. "El mar es el gran vertedero universal donde nada se ve", afirma Francesc Sardá del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) en Barcelona. "Y el problema es que se desconoce el alcance de la acumulación de basura porque no se hacen estudios específicos, sino que en la mayoría de los casos son descubrimientos fortuitos de científicos que están investigando otras cuestiones". Precisamente ése es el caso del equipo de Sardá que, mientras hacía campañas de investigación pesquera, se ha encontrado con auténticos vertederos submarinos.

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Y para tener una idea del interesante legado que se deja a las generaciones futuras sólo un dato. Una botella de plástico que un día como hoy un ciudadano cualquiera lanza al mar seguirá ahí, aunque no en su forma actual, en el año 2456. Algunas estimaciones indican que este material puede resistir cuatro siglos y medio sin degradarse. El denominado plástico biodegradable por el momento no es una alternativa real, sino más bien una forma de engañar a la conciencia. Los especialistas afirman que los ensayos que se han realizado se han hecho en condiciones muy particulares que están lejos de ser las que se darán en el medioambiente de modo que el material supuestamente biodegradable podrá disgregarse en fragmentos más pequeños por la acción mecánica, pero no se incorporará al entorno completamente.

Todos los expertos coinciden en que, sobre todo en las rutas más utilizadas, deben de existir zonas en las que hay auténticas montañas de basuras que se han ido formando con los vertidos constantes de las embarcaciones. Así lo ha podido constatar Sardá, por ejemplo, durante una campaña del equipo catalán en el mar Jónico (frente a Grecia), cuyo objetivo era rastrear los fondos para determinar a que profundidad máxima se podía encontrar la gamba rosada, una especie de amplio consumo. Sin embargo, Sardá describe una situación similar en el Mediterráneo occidental, por ejemplo la ruta que une Barcelona y Palma de Mallorca, la misma durante años, al igual que las vías que emplean los petroleros.

"En el fondo de los mares puede haber material contaminante, pero el problema es que se dispone de muy pocos datos porque no se han hecho estudios sistemáticos de los fondos marinos. El dinero que se dedica a cuestiones ambientales es muy poco", explica el investigador catalán. "Hemos intentado que la Comunidad Europea financiara este tipo de proyectos, pero da prioridad a otros y no salen adelante".

Hay otras cosas que no se ven en el mar que pueden tener efectos potencialmente muy peligrosos. Richard Thompson, un experto en ecología marina de la Universidad de Plymouth (Reino Unido) y su equipo hace años que estudian los restos microscópicos de plástico que se acumulan en los mares. Los grandes fragmentos de este material se han detectado en todos los mares del planeta, pero según los trabajos de los británicos los sedimentos oceánicos también están plagados de pequeños restos inferiores a 20 micras (menores que el diámetro de un cabello). También ha podido constatar Thompson que la cantidad de estas minúsculas basuras se ha multiplicado por cuatro en los últimos 50 años y "sabemos que por la naturaleza de nuestros análisis estamos contabilizando menos residuos de los reales", explica este científico desde Plymouth.

Además del impacto obvio de estos contaminantes para los habitantes del océano (Thompson y su equipo han constatado que los minúsculos fragmentos son ingeridos por algunos de los microorganismos que habitan el fondo del mar), existe otra potencial amenaza todavía sin confirmar. Las minúsculas partículas de plástico podrían comportarse como microscópicas bombas de tóxicos en la cadena alimentaria porque son capaces de acumular en su estructura sustancias químicas nocivas que primero pasarían a las especies marinas y que finalmente podrían acabar en el plato de los humanos.

Los plásticos detectados por el grupo de Thompson parecen proceder de múltiples elementos que forman parte de la vida cotidiana. Por ese motivo opina que "un pequeño cambio en nuestros hábitos, en nuestro estilo de vida, puede tener un gran impacto en el futuro".

Uno de los caballos de batalla del científico británico y de otros investigadores de esta área son los embalajes de los productos de uso cotidiano, puesto que son los que más probablemente acabarán contaminando los mares. "El empaquetado que se usa en la mayoría de los casos supera lo que sería necesario para mantener los productos correctamente. En muchos casos se utiliza el plástico como una herramienta de mercadotencia, pero hay que tener en cuenta que permanecerá durante siglos en el medioambiente". A esto hay que añadir que el 8% de la producción mundial de petróleo está destinada a la fabricación de plásticos y un 41% se emplea en generar embalajes desechables. "Es decir, que si reducimos la producción el impacto puede ser enorme", asegura Thompson. "Lo bueno es que hay cosas que el público general puede hacer desde este mismo momento: evitar comprar productos con un empaquetado excesivo, reciclar y reutilizar cuando sea posible, por ejemplo las bolsas".

Basura encontrada en el fondo del mar Jónico durante una campaña de investigación pesquera.
Basura encontrada en el fondo del mar Jónico durante una campaña de investigación pesquera.ICM

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