El futuro es un cóctel de fuentes energéticas
El petróleo no se acabará nunca. Eso, al menos, es lo que debería decir un economista. Quienes predijeron en el siglo XIX la desaparición más temprana que tardía de las economías industriales a causa del agotamiento del carbón se equivocaron en ambos extremos. Hoy queda carbón para dar y tomar, y las economías industriales han "desaparecido" sólo para dar paso a economías aún más sofisticadas. El petróleo no se acabará nunca ya que, mucho antes de que eso suceda, el alza progresiva e inevitable de su precio debería transmitir una señal inequívoca para que otras fuentes de energía y otras tecnologías, hoy apenas incipientes, tomen el relevo. Para que este proceso se produzca es necesario, sin embargo, que los precios del petróleo reflejen plenamente tanto su escasez (relativa a la de otras fuentes energéticas) como, incluso, su sensibilidad a factores extraeconómicos que hacen del recurso una fuente de energía azarosa para la continuidad de las actividades productivas más dependientes de su suministro. Toda economía avanzada depende de una oferta diversificada de energía que ha de ser utilizada eficientemente, y que se renueva sin cesar. La dependencia mutua en materia de relaciones económicas o interindustriales es inevitable, pero no es estática. No es buena ni mala, y los precios relativos son las señales que indican cuándo determinadas dependencias deben replantearse y en qué dirección.
La participación de la opción nuclear en el futuro energético debe analizarse sin prejuicios
El petróleo no es la única fuente de energía ni la más segura en cuanto a su suministro, aunque sea la más importante en la actualidad. Para España, representa algo más, pero sólo eso, del 50% del consumo total de energía primaria (en Toneladas Equivalentes de Petróleo), y con ligera tendencia a la baja. También la intensidad o eficiencia energética (consumo de energía por unidad de PIB) y el ahorro de energía por parte de los usuarios son cruciales para reducir la dependencia de un recurso tan crítico como es el petróleo. Sucede que, de nuevo, en España, ni la eficiencia ni el ahorro energéticos avanzan a medida que la economía y la sociedad se vuelven más sofisticadas. Puede que las señales de los precios del petróleo sean débiles, o que así se interpreten por parte de los agentes económicos, pero lo cierto es que la intensidad energética, que había descendido en la primera mitad de los años ochenta en España, no dejó de crecer desde entonces hasta finales de los años noventa para estabilizarse desde entonces.
El caso de la electricidad es, sin embargo, ilustrativo del efecto de las señales adecuadas. La decidida apuesta política por la energía eólica, a través de un marco regulador favorable desde 1994, ha creado un sector que en 2005 aportó el 8% de la demanda eléctrica peninsular y cuyas ganancias en eficiencia han sido destacables.
El futuro energético apunta a una combinación de fuentes energéticas que irán ganando cuota a medida que la subida del precio de los hidrocarburos las haga competitivas. Pero tampoco hay fundamento para imposturas ecologistas. Ni la energía eólica, por su irregularidad, ni la solar, por su muy elevado coste, pueden asumir, con la tecnología actual, una función que no sea complementaria en la generación eléctrica. Hoy día, la subvención a la energía solar multiplica entre tres y seis veces el precio medio de generación eléctrica convencional. El esfuerzo de la industria solar en I+D+i debe permitir que el aumento en la demanda de placas fotovoltaicas se traduzca en reducciones de costes próximas al 20% cada vez que se duplique la producción.
La energía nuclear aportó en 2005 el 23% de la producción eléctrica peninsular, y el 10% de nuestro consumo total de energía primaria. No debería parecer temerario afirmar que dicha energía forma parte del cóctel para encarar el futuro del abastecimiento energético. El último Libro Verde de la Comisión Europea sobre energía sostenible, competitiva y segura, incluye la fisión nuclear avanzada en el amplio abanico de tecnologías disponibles para afrontar el problema energético. Con el crecimiento en la demanda de electricidad en España sistemáticamente por encima del crecimiento económico -4,4% y 3,4% respectivamente en 2005-, y las imposiciones del Protocolo de Kioto, la opción nuclear es una alternativa que debe analizarse sin prejuicios.
El encarecimiento del petróleo mejorará la competitividad de los biocombustibles, aunque es improbable que la producción de bioetanol a partir de biomasa (residuos agrícolas y cereales) para motores de gasolina, y de biodiésel a partir de aceites vegetales para motores diésel, pueda encontrar materia prima suficiente para abastecer la totalidad del consumo actual del sector del transporte. La llegada de los biocombustibles no abaratará el precio de llenar el depósito, pero la menor demanda de crudo contribuirá a un nuevo equilibrio con la oferta.
El hidrógeno obtenido con diferentes fuentes de energías renovables a partir de agua o biomasa parece estar llamado a desempeñar un papel relevante en la disminución del grado de dependencia mundial del petróleo y, por añadidura, en la reducción de las emisiones de CO2. Si a 30 dólares el barril del crudo, la viabilidad económica de la producción de hidrógeno como combustible de vehículos terrestres no se esperaba en varias décadas, con precios por encima de 70 dólares aumenta el incentivo para superar los desafíos técnicos, con lo que el plazo para alcanzar la viabilidad de la "economía del hidrógeno" puede acortarse significativamente.
Un precio del petróleo en alza, debidamente repercutido en la estructura de precios de la economía, es la mejor señal para que las alternativas energéticas, tecnológicas y de comportamiento a aquél se abran paso al ritmo adecuado. La intervención para evitarlo sólo aumentará indeseablemente una dependencia nada saludable.
José A. Herce y Arturo Rojas son socios de AFI y profesores de la Escuela de Finanzas Aplicadas.
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