Recuperado para la causa
Acusado por sus detractores de mezclar churras con merinas y de acumular en su filmografía títulos indignos de su oficio, Sidney Lumet regresa a la gran pantalla, a los 82 años y tras siete de ostracismo, con Declaradme culpable, una historia tejida a su medida: ambientada en un juzgado y con una temática que coquetea con la delación, la corrupción y el corporativismo. Las especialidades de su cine están presentes y ello se deja notar en una película agilísima, divertida y de una elegancia clásica deliciosa.
Cuando el año pasado el director americano recibió el Oscar honorífico como premio a toda una carrera, una parte de la prensa lo acusó de simple artesano, de no merecer el galardón. Se acordaban, sin duda, de filmes como Bye-Bye Braverman (1968), Dime lo que quieres (1980), El abogado del diablo (1993) o Gloria (1999), cierto, películas decepcionantes tirando a infames.
'DECLARADME CULPABLE'
Dirección: Sidney Lumet. Intérpretes: Vin Diesel, Peter Dinklage, Linus Roache, Ron Silver. Género: comedia judicial. EE UU, 2006. Duración: 125 minutos.
Sin embargo, el hombre que ha dirigido La colina (1965), La ofensa (1972), Serpico (1973), Tarde de perros (1975), Network (1976), Equus (1977) y Veredicto final (1982), entre muchas otras, poco más tiene que demostrar.
Por eso, resulta sorprendente que, ya octogenario, Lumet haya tenido anhelos no sólo para dirigir una nueva película, sino también para escribirla, adaptando un material basado en un caso real: el de un mafioso de medio pelo que, en un macrojuicio celebrado en Nueva York a finales de los años ochenta, se defendió a sí mismo, ante la mirada atónita de sus compañeros de fechorías y de la comunidad judicial.
Frente a la moda del montaje ultrarrápido, con un plano cada pocos segundos, en el que ni siquiera se puede analizar el espacio donde se desarrolla una secuencia, Lumet impone una cadencia magistral y unos elegantes movimientos de cámara. Nadie como el realizador de Doce hombres sin piedad o Veredicto final para moverse en el ring de un juzgado en el que, gracias a una hermosa y cálida fotografía, siempre se puede observar la mirada del personaje más alejado de la cámara. Porque ahí reside muchas veces el quid de la cuestión, en poder ver las reacciones del jurado, en un segundo plano, ante el hombre-espectáculo en el que se convierte el delincuente-abogado protagonista, interpretado con notable gracia por el especialista en cine de acción Vin Diesel.
En cuanto a la escritura, conocedor de la esencia burlesca de la situación creada, Lumet lleva su película hacia el terreno de la comedia, donde, inevitablemente, gracias al humor negro, se emparenta con ciertas bases de la excelente serie de televisión Los Soprano. De esta forma, Declaradme culpable se convierte en algo así como si Tony Soprano y todos sus compinches de la mafia de Nueva Jersey tuvieran que ser juzgados, pero de pronto el sobrino decidiese despedir al abogado y lanzarse al vacío de la autodefensa. Una situación que, inevitablemente, lleva al ya consabido tema de la excesiva simpatía por los protagonistas con el que tienen que cargar (y que jugar) los creadores de historias ambientadas en la mafia, y en la que quizá cae un tanto el anciano director, recuperado para la causa del cine tras un Oscar que suele coincidir con el retiro.
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