Sed de petróleo
La imparable subida de precios del petróleo, aparte de los efectos que puede tener sobre las economías de muchos países -entre otros, el nuestro, por su notable dependencia exterior-, es la manifestación más visible de un problema de fondo que ha de preocupar muy en serio tanto a los políticos como al público: el suministro energético. Las crisis de los años 1973 y 1980 respondían a factores de inestabilidad política que provocaron bruscas subidas de precios, aunque en el segundo caso se registraría luego una recuperación a los niveles anteriores a la crisis. A los riesgos geopolíticos de entonces, que se repiten en el golfo Pérsico y en Nigeria, se añade hoy el temor de que el continuo aumento de la demanda llegue a superar la oferta. En definitiva, que no haya petróleo suficiente para todos por mucho que suba su precio.
La demanda de crudo crece de forma continua y los descubrimientos de nuevos yacimientos ya no cubren ni previsiblemente volverán a cubrir el aumento del consumo previsto. El vertiginoso crecimiento económico de ciertas regiones del mundo, muy especialmente de China y la India, ha disparado el consumo de petróleo y las expectativas de esta demanda para las próximas décadas. Las reservas disponibles se han estancado o disminuyen, y la capacidad suplementaria de bombeo apenas puede saciar la actual sed de combustible y será pronto insuficiente. El petróleo es una fuente de energía hoy insustituible en el sector del transporte. China y la India están viendo cómo crece exponencialmente su parque móvil. Es por ello urgente una transformación general hacia vehículos que consuman menos derivados del petróleo y más combustibles alternativos. Algunos países en los que el consumo masivo en los automóviles es casi un toque de distinción, como EE UU, tendrán que revisar su modelo de transporte.
Pero nuestras sociedades no sólo consumen energía en el transporte. Casi toda la actividad social, sea industrial o doméstica, requiere el consumo de grandes cantidades de energía, la mayor parte de la cual proviene de los combustibles fósiles: petróleo, gas natural y carbón. Además de los problemas de escasez, que afectan sobre todo al primero, su uso masivo genera gases de efecto invernadero, en particular dióxido de carbono, que pueden tener, y probablemente ya están teniendo, un efecto incontrolado sobre el clima. Es necesaria la búsqueda de otras fuentes de energía que aseguren un suministro duradero con menos efectos negativos sobre el medio ambiente.
En este contexto se hace inevitable una reconsideración de la opción nuclear; de hecho, ya está en marcha. La energía nuclear tiene el grave problema de los residuos radiactivos. Sin una solución satisfactoria para el público, será muy difícil superar la paralización que se produjo en su desarrollo, en parte por los problemas objetivos de los residuos, en parte por el trauma de accidentes como el de la isla de las Tres Millas en EE UU y, por supuesto, de la tragedia de Chernóbil hace ahora 20 años. Es urgente avanzar en el diseño de plantas que minimicen dichos residuos y en la reducción de sus índices de radiactividad.
La dependencia casi total de los combustibles fósiles debe ceder a un esquema diversificado de fuentes de energía. Es esencial en el mismo un mayor protagonismo de las energías renovables. En este campo, nuestro país está jugando un papel destacado. El despliegue de la energía eólica nos ha convertido en el segundo país del mundo en potencia instalada, con una contribución ya significativa a la producción de electricidad, y que ha generado además una industria potente y competitiva en el sector. Por otra parte, los proyectos existentes de aprovechamiento de la energía solar para producir electricidad pueden suponer un impulso definitivo a esta fuente de energía que nos coloque entre los países más avanzados en este campo. En los informes internacionales sobre niveles de atracción para el desarrollo de las energías renovables, nuestro país figura en primer lugar.
El Plan de Energías Renovables 2005-2010 plantea objetivos de apariencia modesta, pero ambiciosos si se comparan con los del resto de los países desarrollados, que se cifran en que las energías renovables deberán cubrir un 12% del total de la energía primaria y un 30% de la electricidad consumida en España. Será necesario lograr y superar estos objetivos si queremos revertir el grave incremento de las emisiones de efecto invernadero, que nos alejan cada vez más del compromiso adquirido en Kioto. La sociedad ha de tomar conciencia de que la energía es un bien precioso y escaso, cuyo consumo tiene siempre consecuencias económicas y medioambientales.
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