Una rosa pisoteada por el franquismo
Julia García fue encerrada con su bebé en la prisión de Ventas al terminar la Guerra Civil
"Dame un beso, que vienen a por mí". Es sólo una frase pronunciada hace más de medio siglo, pero, a sus 84 años, Julia García no ha podido nunca sacarla de su cabeza. Ni esas palabras, ni los casi 15 meses que pasó en la cárcel de mujeres de Ventas, en Madrid, recién terminada la Guerra Civil. "Dame un beso... Era lo que me decían mis compañeras cuando las iban a fusilar: las Trece Rosas".
Julia conserva la fuerza y el arresto que le ayudaron a sobrevivir sola durante la guerra. Sola, recién casada y con un hijo, Rafael, nacido en septiembre del 38, cuando ella tenía 17 años, en pleno conflicto. "Me pasé la guerra entrando y saliendo de la cárcel por ser guapa", dice sin remilgos. "Le gusté a uno y cada 15 días me hacía detener y me tenía en su despacho, con el niño, durante horas, mirándome. De qué me valió ser guapa. Nunca me creí guapa, pero serlo no me trajo más que disgustos".
La excusa para retenerla era ser enfermera y colaborar con la Cruz Roja, pero al final tenían que soltarla, "porque no hallaban otra causa contra mí". De los cautiverios itinerantes en la calle de Fomento, Julia también recuerda las torturas: "Pasaba horas sin comer; me cruzaban un pañuelo en el cuello y tiraban por las puntas". Gesticula estirando el cuello y apretando los puños como si se ahogara, mientras los ojos, enormes, se le empañan lentamente.
Frente a ella, Rafael, de 67 años, la mira con admiración y respeto. Está escuchando por primera vez los detalles del suplicio de su madre. "En casa nunca se habló del tema, aunque sabía lo de sus detenciones y lo de la cárcel. Pero durante años sufrimos las consecuencias de aquello. De ser rojos. Mi madre nunca pudo volver a ejercer como enfermera".
"Intenté reunirme con mi marido en Valencia para huir de España y cuando llegué estaban entrando los nacionales. A él le detuvieron y le condenaron a muerte, aunque se la conmutaron y estuvo en prisión nueve años. Durante mucho tiempo no supimos nada de él". Ella tuvo que hacer un viaje de nueve días en un tren de mercancías para regresar a Madrid. "Cuando llegué ya habían ido a detenerme a casa de mis padres". Lo que vino después, la posguerra y la cárcel, "fue peor que la guerra".
Nunca se separó de su bebé, ni siquiera en su encierro en la cárcel de mujeres. Allí les fotografió Hermes Pato, junto a otras reclusas y sus hijos el 6 de enero de 1940. La instantánea apareció en el tomo 5, La dictadura franquista I, de la colección La Mirada del Tiempo de EL PAÍS. "Me emocionó ver la foto, pero volver a recordar todo aquel sufrimiento hizo que me echara a llorar".
"Era una cárcel para 400 mujeres y estábamos 4.000. Tiradas en los pasillos, en el patio. Prostitutas, asesinas y presas políticas, todas juntas". Debido a su juventud, la directora de la prisión, Carmen de Castro, la separó de las madres y la puso con el grupo de menores, de donde vio salir al paredón a las Trece Rosas. "Violaban a las chicas y tal vez la directora quiso evitarme eso. Salí de allí un día de febrero que había caído una nevada tremenda. Iba con una camisa de flores, en manga corta, pero no sentía el frío y sonreía como nunca".
Babelia
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