El 'Mahler' más radical
Los contrastes son lo más apasionante de la Semana de Música Religiosa de Cuenca. El arte busca su refugio justo y así, los escenarios se alternan, para dar medida al carácter de cada recital y cada concierto, en lugares dispares como el Auditorio o la catedral, las iglesias de Arcas, románica, y San Miguel, por ejemplo o los mejores museos de la ciudad.
Las sesiones del sábado por la noche y el domingo por la mañana eran algo así como el cielo y la tierra, cada una con su gracia y sus pecados. Anteayer le tocaba el turno a la Novena de Mahler, en manos de la Orquesta Sinfónica de Berlín, con su titular Eliahu Inbal. Los casi 120 músicos de la tan imponente como sofisticada formación alemana, ofrecieron un concierto apabullante con Inbal al frente. La visión de Mahler que ofrece el director judío es radical, llevada al límite, cargada de pasión romántica al borde del precipicio, de exceso, de exigencia y funciona en su exuberancia con todo el rigor que el director propone en el podio.
La obra maestra mahleriana, estrenada en junio de 1912, cuando el compositor ya había muerto, dirigida por su amigo Bruno Walter, es un compendio perfecto, coherente y genial de toda su filosofía sinfónica. Inbal lo entiende así y nos ofrece una interpretación tan firme, tan fiel a la catarsis que hubiese asustado y entusiasmado al propio compositor por lo lejos que alguien es capaz de llevar su música. Desde el primer movimiento, el Andante comodo, que ya dio prueba de la precisión de la orquesta, al estremecedor Rondo-Burleske, un tercer movimiento que fue de vértigo en una montaña rusa, los berlineses dieron una lección de inspiración mahleriana y de contundencia sinfónica. Pero fue el Adagio final el que dejó claro con la cuerda en todo su esplendor, el que marcó la diferencia con otras visiones mahlerianas contemporáneas que ponen el listón de Inbal al lado de otros maestros como Claudio Abbado o Chailly.
A la monumentalidad mahleriana del sábado, le siguió la austera visión de Bach que acercó a la iglesia románica de Arcas el joven Fabio Bonizzoni. El músico ya había triunfado en Cuenca con su interpretación, junto al grupo La Risonanza, de las Sonatas del Rosario, de Biber, en 2003, como recoge Pedro Mombiedro en su libro sobre el festival, Una mirada a la semana de música religiosa de Cuenca, que se presenta hoy. Ha regresado esta vez con Mariko Uchimura, junto a la que interpretó El arte de la fuga, de Bach en dos claves y en solitario.
La mirada de Bonizzoni a la música de Bach es insobornablemente historicista y tiene el encanto del sabor fiel al original. Una senda que, junto a su calidad como intérprete, le coloca en el recorrido de los monstruos sagrados de la corriente auténtica. En la liga de los Gustav Leonhardt, que puede estar orgulloso de contar con una nueva generación que defienda su firme compromiso con el largo y hermoso camino andado.
Babelia
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