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Maltrato a menores

Educar con jaulas y además con subvención

Las autoridades suizas pagan a Time Out por 'reformar' a menores en granjas como la de Girona

Tenía cardenales y mataduras. Deambulaba por la estación de Figueres, en Girona, el viernes 31 de marzo pasado. Se llama Lorenzo, tiene 14 años y es suizo. Contó que se había escapado, junto a otros adolescentes de su país, de una masía de Sant Llorenç de la Muga. Dijo que les enjaulaban y les maltrataban.

Lorenzo y sus compañeros, todos adolescentes problemáticos, estaban sujetos en esa especie de reformatorio ilegal a horarios rígidos y férrea disciplina. Un método que ha popularizado Suiza Time Out, la asociación que les envió: trabajo físico fuera de su entorno, castigos y privaciones.

Los Mossos d'Esquadra detuvieron poco después de encontrar a Lorenzo a los tres ocupantes de la masía, el suizo Armin Markus Schlegel, de 44 años; la italo-argentina de 30 Lorena Elisabeth Batista, su pareja, y el francés Raymond Nicot. Los tres están acusados de diversos delitos de detención ilegal y violencia física y psíquica en el ámbito del hogar, aunque el juez les ha dejado en libertad sin fianza.

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"Presumiblemente pegaban y maltrataban de forma cotidiana a los menores", mantiene la policía autonómica, "los encerraban durante días dentro de jaulas de jabalíes cuando no querían trabajar o cuando se encontraban mal". Había periodos en los que sólo se les permitía comer leche con muesli. Los cinco chavales, de entre 14 y 17 años, vivían a veces en caravanas con cerrojos exteriores. El exceso de violencia física y psíquica desencadenó, según la policía, la fuga de cuatro de los cinco menores. Tres de ellos llegaron por su cuenta a Suiza. Lorenzo, el cuarto, apareció en Figueres. Su madre es la única que ha presentado denuncia. Los mossos piensan que se acogía a chavales desde hace dos años, durante periodos de entre uno y tres meses.

La versión de Armin Markus Schlegel, un mecánico nómada sin trabajo estable,es tan idílica como el paisaje que rodea la vieja masía. Asegura ser una víctima de Lorenzo, el "pequeño demonio". Dice que las heridas se las produjo peleándose con sus compañeros. Armin llegó hace seis años con otros "peregrinos" (no le gusta el término de neorrural) y pactó con los propietarios quedarse en la casa a cambio de restaurarla. En la masía se agolpan ahora los trastos, animales de granja de todo tipo, y decenas de caballos que los chavales debían de cuidar. La única credencial de educador que tiene Armin es haber criado a su propio hijo hasta los 13 años. No pedía papeles ni autorizaciones paternas. Admite que imponía disciplina, pero jamás con violencia. Existe una jaula, pero asegura que nunca encerró a niños en ella. Los padres les visitaban y les llamaban.

El nombre de un menor está escrito en una pizarra en una de las habitaciones. Se le asigna un castigo de 200 horas. "Eso era para todo el año y el castigo consistía en lavar platos o fregar", advierte Lorena, la compañera de Armin. "Jamás pegamos a nadie, pero les hacíamos trabajar de 8 a 13 y de 14.30 a 17, sin forzarlos. Estaban muy bien aquí. Los sábados podían bajar al pueblo", cuenta él. Los adolescentes trabajaban en la reconstrucción de la masía y en el cuidado de los animales. La pareja asegura que la fuga se originó cuando el chico nuevo, Lorenzo, enrareció el ambiente y debieron endurecer los castigos: "Les prohibimos el tabaco, bajar el sábado al pueblo y les hicimos levantar a las ocho durante cuatro domingos".

Beat Dunki, un pedagogo que vive a 1.500 kilómetros de Girona, sabe mucho más de esto. A los cinco chicos los mandó Time Out, la organización que él fundó hace cuatro años en Zúrich. Su filosofía consiste en separar a los muchachos conflictivos de su entorno durante un tiempo y darles formación en algún oficio. Este proyecto está presente en varios cantones de Suiza, desde Zúrich a Basilea y desde Saint Gall a Friburgo. Una de las responsables de la organización, Monique Pfaff-Frey, afirma: "No tenemos ideología ni damos doctrina. Nos limitamos a hacer trabajar a los jóvenes y darles una última oportunidad antes de enviarlos al reformatorio y arruinar sus vidas".

Los servicios sociales de Ayuntamientos suizos pagan a Time Out desde hace tres años para enviar a los menores a granjas o fábricas donde realizaban trabajos, sin pago alguno, entre dos semanas y tres meses. El precio de dichos servicios, según la prensa suiza, es de entre 2.700 a 4.000 euros. El diario Le Matin publicó ayer que los servicios sociales de Zúrich pagaban a la organización 7.000 francos (4.200 euros) por mes y persona, de los que apenas 600 euros eran destinados a pagar a la granja de Girona. La prensa también se ha hecho eco de un precedente: el de Céline, una niña de 11 años, que en 2004 fue colocada en una de las instituciones de Dünki y a la que se impidió tener contacto con sus familiares. La pequeña también escapó. Los menores podían ser enviados a Francia, Italia o España. Monika Stocker, la responsable municipal de Asuntos Sociales de Zúrich, anunció la apertura de una investigación sobre los criterios seguidos para contratar empresas colaboradoras y cuáles son las medidas de control de las mismas. Diversos profesionales de la educación y la pedagogía han pedido una regulación estricta de estas agencias. El jueves, Stocker hacía oficial la ruptura de relaciones con la organización hasta que se aclare el caso de Girona.

La madre de Valmir S., uno de los cuatro chicos de Zúrich retenidos, comentó a la radio suiza: "Gracias a la fuga de mi hijo pude saber las terribles condiciones en que vivía". Valmir estaba en la masía desde hace año y medio. Sarah, la única chica, declaró a la televisión: "Dos de nosotros hemos sido maltratados y Lorenzo fue encerrado en varias ocasiones en la jaula de los jabalíes, al igual que Jens". A pesar de ello, Stocker reconoció que las declaraciones de los chavales eran contradictorias. Al parecer, uno de ellos dijo que lo había pasado muy bien y que deseaba volver.

Time Out tiene un hogar a las afueras de Friburgo. Aloja a una docena de jóvenes de 12 a 16 años con comportamiento problemático. "Es una unidad semicerrada de observación, reconocida por las autoridades", dice Pierre Yves-Buri, su responsable. Tiene régimen estricto y no se pueden recibir visitas externas ni los niños tienen derecho de salida durante las primeras seis semanas. "Una familia no puede traer a su hijo a este centro por iniciativa propia, sino que siempre llegan derivados por los servicios sociales, los jueces de menores, la Cruz Roja o las autoridades cantonales", dice el director. Queda por demostrar la eficacia, muy discutida por pedagogos y profesionales, de estos métodos radicales.

Armin Markus Schlegel posa en una jaula de animales en la masía de Girona.
Armin Markus Schlegel posa en una jaula de animales en la masía de Girona.EFE

El modelo militar estadounidense

Las academias militares existen desde tiempo inmemorial en diversas culturas para enderezar adolescentes díscolos. Y el modelo militar parece ser el escogido en Estados Unidos para tratar a los casos difíciles. El sistema allí se llama Boot Camp.

Estos campos se han hecho tristemente célebres a raíz del caso de Gina Score, de 14 años, una chica con sobrepeso fallecida en 1999 en Dakota del Sur tras una marcha forzada de 40 kilómetros bajo el sol. La muchacha había hurtado 40 dólares. Más recientemente, en 2005, salió a la luz el caso de unos campos paramilitares para hijos de las clases acomodadas de Florida. Estos muchachos eran enviados a una isla del Caribe donde ciertas restricciones legales aplicables en el territorio continental no regían. Una especie de Guantánamo prepúber para niños ricos donde violencia y abusos estaban a la orden del día.

Estos campos, existentes en varios estados de Estados Unidos, proponen un entrenamiento y disciplina de corte netamente militar a adolescentes conflictivos por sumas de dinero que van desde 2.300 hasta 6.000 dólares (de 1.900 a 4.960 euros), dependiendo de la duración y rigor del programa.

En palabras de la propia compañía, Boot Camp es una organización sumamente estricta a la que los padres pueden enviar a sus hijos adolescentes desafiantes o fuera de control. "Jóvenes que han experimentado con drogas o sustancias ilegales y que ya han tenido pequeños problemas con la justicia", aseguran.

El método incluye esposar a los adolescentes a la espalda y echarlos a la piscina, obligarlos a marchas forzadas o realizar carreras de kilómetros bajo el sol. Así fallecieron en estos campos Anthony Haynes, Nick Contrarez, Michelle Sutton, o Dee-Dee Takeuchi entre 1999 y 2005. Todos ellos, menores muertos de agotamiento o por abusos.

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