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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Lecciones de nueva vida

Pacientes del ensayo de heroína cuentan su experiencia a profesionales de la salud pública

Reyes Rincón

Miguel Ángel recuerda cómo hace tres años muchas noches cerraba los ojos y se decía a sí mismo: "Por favor, que no me despierte". "Y cuando abría los ojos por la mañana me cagaba en todo", dice. Él fue uno de los pacientes del Pepsa (proyecto experimental de prescripción de estupefacientes en Andalucía), por el que alrededor de una treintena de heroinómanos recibió durante nueve meses la droga bajo control médico para estudiar si esta sustancia puede ser más eficaz que la metadona en toxicómanos con un perfil muy específico. Miguel Ángel y dos de sus compañeros, Carmen y Miguel, acudieron el viernes a la Escuela de Salud Pública de Granada para contarle a los alumnos del Máster de Salud Pública cómo ha cambiado su vida.

De suplicar para no despertarse, Miguel Ángel, de 42 años, ha pasado a tener esperanza y "ganas de construir". "Me ha cambiado la vida laboral, la familiar y mi propia vida interna". Un cambio con tres vértices que se repite en sus dos compañeros de ensayo. El vuelco que más agradecen es el familiar. "La relación con mi madre ha cambiado como de la noche al día", dice Carmen. Aunque a su madre no termina de convencerle la idea de que le den dos dosis diarias de heroína (el ensayo acabó en noviembre de 2004 pero los pacientes siguen en tratamiento compasivo), la hija se siente orgullosa de ir a buscar a su madre "para tomar una caña y no para sacarle dinero". Parecida es la sensación que siente Miguel Ángel desde que su hermana se fía de él y le deja pasear a sus sobrinos.

De su vida anterior recuerdan el malestar del mono y la falta de tiempo. Falta de tiempo para ir al médico aunque se sintieran morir, para buscar un trabajo, para pararse a hablar con los amigos. "No tenía tiempo para nada que no fuera buscar dinero", dice Carmen. Algunos lo encontraban delinquiendo y otros mintiendo. "Mentir, eso es lo que mejor sabía hacer", cuenta Miguel, que desde que entró en el Pepsa ha pasado de pesar 54 a 82 kilos. Un aspecto más saludable que, según reconocen, es también un paso importante para normalizar sus vidas. "Antes ibas por la calle y parecía que para la policía sólo existías tú", explica. "Te paraban a todas horas por ser drogadicto y estar delgado, aunque yo nunca he delinquido". ¿Sigue ocurriendo?, pregunta un alumno. "Qué va. Los veo pasar y ni me miran. Dan ganas de decirles: ¡Tío, que soy yo, el mismo!"

En respuesta a otra pregunta sobre qué aspecto del programa cambiarían, los tres coinciden: más flexibilidad de horarios. Los pacientes siguen acudiendo todos los días del año por la mañana y por la tarde al Hospital Virgen de las Nieves para inyectarse la heroína. Según Miguel, así es "muy difícil" encontrar trabajo. "Tendrían que ampliar el horario o dejar que nos lleváramos la dosis". Aunque el tratamiento les tiene atados no piensan en dejarlo. "Es difícil arriesgarse. Porque si me quito y luego vuelvo a caer, ya no puedo volver al Pepsa. Y a ver qué hago", explica Carmen. Miguel y Miguel Ángel tienen la esperanza de eliminar la heroína de sus vidas, pero prefieren darse tiempo. Los responsables del programa recuerdan que tampoco era ésa la intención. El Pepsa no se hizo para que dejaran la heroína, sino para normalizar la vida de "enfermos crónicos", advierte Joan Carles March, el investigador principal del programa. "El objetivo primero es parar la caída. Ya llegará el verano".

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Sobre la firma

Reyes Rincón
Redactora que cubre la información del Tribunal Supremo, el CGPJ y otras áreas de la justicia. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora de información local en Sevilla, corresponsal en Granada y se ha ocupado de diversas carteras sociales. Es licenciada en Periodismo y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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