Raúl Rivero publica sus 'poemas de la cárcel'
Ha comprobado que los espacios de la libertad pueden medirse por pasos. Porque Raúl Rivero (Morón, Cuba, 1945) escribió la mayoría de los poemas que componen Vidas y oficios. Los poemas de la cárcel (Península) en una celda donde sólo podía dar seis zancadas. "Allí dentro me di cuenta de que la poesía es un escape. Huía de la celda al escribirla y al leerla", asegura Rivero, ya en libertad, con su vida recuperada en Madrid y sin ninguna nostalgia de su país: "Nada, ¿cómo voy a tenerla si aquí, en España, nos tratan como seres humanos y no como un número ni como si fuéramos bestias al servicio del Estado?".
Tenía un editor exigente con el que, eso sí, no intercambiaba ninguna opinión sobre gustos literarios: "Era un carcelero que se ocupaba de los presos políticos. Yo le daba los poemas y si eran de su agrado, se los pasaba luego a mi mujer. Así pude sacar nueve". ¿Y cuántos le tiró abajo? "Tres o cuatro, la verdad es que no sé por qué, porque eran poemas de amor. Uno de ellos se titulaba Amor infinito y está en el libro, quizá por esa llamada que hace al final". "Son dos versos que dicen: 'Leed con atención / la línea del estribo: fin'. Esa alusión a cualquier tipo de final les ponía nerviosos".
No sabe cómo fue capaz de aguantar tanto tiempo alejado de la libertad: "Hacer las cosas más sencillas es impensable en Cuba". Ahora, sin que nada le impida hacer lo que le plazca, a veces siente que tiene instalada una prisión en su cabeza: "Me asombra el grado de libertad total que hay aquí. El otro día me invitaron a ir a Praga y lo primero que pensé fue si podría hacerlo". También le fascina lo que llegan a decir los demás: "Acabo de leer una entrevista con Falete en la que dice que le gustaría tener un romance con Javier Bardem. ¡Es maravilloso que se puedan decir cosas así y que no te pase nada!".
Nada es caer preso, como sus compañeros de la cárcel de Canaletas, donde este poeta y periodista, condenado a 20 años de reclusión de los que cumplió dos, coincidió con médicos, activistas de derechos humanos, sindicalistas y presos comunes. Con ellos mataba el tiempo. También la escritura le ayudó a sobrevivir, y las lecturas. "Podía leer a García Márquez, a Bryce Echenique, aparte de poetas como Cernuda, Aleixandre o García Montero y una edición de poetas franceses interesante". Pero a quien recuerda con más cariño es a Borges, que le venía a cantar sus nanas. "Con Borges me dormía, era estupendo porque me hace traspasar los límites hasta nuevas dimensiones creadas por él".
La imaginación y la nostalgia también le salvaron. "Allí pensaba sobre todo en mi infancia. La cárcel estaba cerca del lugar donde yo me crié de niño, a 36 kilómetros de los sitios donde iba a comer con mis padres". También le divertía fantasear junto a los otros presos: "En la cárcel estaba muy instalada la cultura de lo que hubiéramos". ¿Cuál? "Esa que te da por pensar en lo que hubieras hecho de no haber estado en prisión". Otra cosa es plantearse lo que hubiera sido Cuba si Fidel se marchara. En eso es pesimista: "Soy muy pesimista porque han creado un país de ladrones, donde la gente se ve obligada a buscarse la vida. Es difícil que en Cuba una persona robe un millón de pesos, pero no es nada extraño que un millón de personas traten de hacerse con un peso todos los días y ésa es una cultura que acabará pesándonos".
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