La última generación

Paciencia, gusto e inteligencia. Tres virtudes que el director Adán Aliaga demuestra en su documental La casa de mi abuela, curiosa experiencia a través de la cual, durante tres años, ha seguido con su cámara a una septuagenaria anciana que, esporádicamente, se hace cargo de su nieta en su casa de San Vicente del Raspeig, en Alicante.

Sorprendentemente, la que manifiesta más desparpajo y naturalidad delante de la cámara es la señora, mientras que a la niña, de seis años, se le notan ciertas ansias de protagonismo algo forzadas que van en perjuicio del ensayo. Aliaga, por medio de sus criaturas, y ayudado por el excelente montaje de Nacho Ruiz Capillas, reflexiona sobre el desencanto de una generación (lamentablemente en vías de extinción) dispuesta a todo por los suyos, trabajadores jubilados que dedican los pocos años que les quedan de aliento a desvivirse por la familia, una tarea no siempre correspondida. Como un gran hermano de barrio, en el que se mezclan misas, revistas del corazón, visitas al cementerio, tareas del hogar y alguna que otra crítica del que más sabe por viejo que por diablo, La casa de mi abuela, presente en numerosos festivales internacionales, conforma un proyecto cinematográfico tan modesto en apariencia como apasionante en el fondo.