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Columna
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Inflexión

Enrique Gil Calvo

Tras la miserable conmemoración negacionista que hizo la derecha aznarí del segundo aniversario del 11/14-M, los últimos días del mes pasado han significado un auténtico punto de inflexión en el ciclo de vida de la actual legislatura. El miércoles 22, ETA declaró de forma unilateral un alto el fuego permanente. El martes 28, tras un año de amargo enfrentamiento, Rajoy era recibido por Zapatero, comprometiéndose a apoyarle con condiciones en su negociación con ETA. El miércoles 29, el juez Marlasca decidía la liberación bajo fianza del representante político de ETA, a la vez que el juez Torres detenía por corrupción urbanística a la plana mayor del Consistorio de Marbella. Y el jueves 30, el pleno del Congreso aprobaba la reforma del Estatuto de Cataluña. Estos idus de marzo pasarán a la historia.

Los puntos de inflexión permiten pararse a pensar, brindando la oportunidad de pasar página y rectificar el rumbo. Es lo que ha hecho ETA, que ha decidido oficializar su decisión de rendirse, desistiendo de la lucha armada. ¿Significa esto una súbita conversión a la democracia, como pretende Otegi tras caerse del caballo camino de Damasco? En absoluto. El ejemplo de Irlanda les ha demostrado cómo se puede convertir una completa derrota militar en una efectiva victoria política, pues ahora el Sinn Fein (brazo político del IRA) es el árbitro de la situación en toda Irlanda. Pero Zapatero y Rajoy, al igual que Tony Blair en el Ulster, no están en condiciones de evitarlo, pues a diferencia de fascistas y totalitarios, los demócratas no pueden rechazar las ofertas de rendición.

¿Significa esto que Rajoy y Zapatero están condenados a entenderse? No parece probable, y lo más lógico es que su abrazo aparente del martes 28 sólo sea una tregua-trampa. Rajoy ha fingido plegarse porque no tenía más remedio. Pero eso le ha permitido hacer de necesidad virtud, pues así detiene la suicida deriva de su apocalíptico partido y recupera una parte de su autoridad perdida, al abrir una fisura entre los duros como Acebes, hoy en el banquillo, y los blandos como Elorriaga, que de momento ocupan la cancha. En cuanto a Zapatero, sólo busca neutralizar a Rajoy, obligándole a suscribir sus propias decisiones soberanas. Justo lo mismo que Aznar le hizo sufrir a él, sólo que con un talante más educado y tolerable. Y es una lástima, porque España necesita un acuerdo de fondo entre Rajoy y Zapatero para modificar nuestra Constitución. Hay que detener la actual deriva del modelo autonómico, que se precipita hacia el confederalismo por el goteo de concesiones bilaterales a la voracidad periférica. Y sobre todo necesitamos pactar la reforma del artículo 148/1/3ª de la Constitución para que el Estado central recupere las competencias de ordenación territorial y urbanística, como única forma de evitar que el cáncer de Marbella extienda su incontrolada metástasis por todos los municipios destruyendo el suelo español.

Respecto al flamante Estatuto catalán, el que haya sido posible limpiarlo al fin para dejarlo tan constitucional como una patena nos ha llenado de alivio a todos (con la excepción del PP, que pierde su principal arma política), pues así nos hemos quitado de encima un marrón muy engorroso. Pero haría mal Zapatero en aprovechar este alivio para apuntarse el tanto con una sensación de triunfo, pues la suya ha sido una victoria pírrica. Sacar adelante un Estatut tan impresentable como el del Parlament le ha costado perder gran parte de su capital político, además de tener que entregarle a Mas en bandeja de plata las cabezas de Carod y Maragall. Pero por lo que vamos conociendo de nuestro presidente del Gobierno, cabe temer que su habilidoso éxito con el caso catalán pretenda traspolarlo ahora al caso vasco. Para eso bastaría urdir un plan en dos fases. Primera: pacto autodeterminista de máximos en el Parlamento vasco, con Ibarretxe haciendo de Maragall y Otegi de Carod. Y segunda: rebaja de mínimos en las Cortes de Madrid, haciendo Josu Jon Imaz de Artur Mas. Increíble.

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