Justicia para África
La rocambolesca captura y entrega de Charles Taylor al tribunal internacional que habrá de juzgarlo en Sierra Leona por crímenes de guerra y contra la humanidad es una noticia alentadora no sólo para los africanos. El ex presidente liberiano y acreditado genocida, huido el lunes de su exilio dorado en Calabar (Nigeria), fue detenido cuando se aprestaba a entrar en Camerún en un vehículo diplomático con un cargamento de dólares. Ha sido el regalo ofrecido a Bush por el presionado líder nigeriano Lusegun Obansajo durante su reciente entrevista en Washington.
Taylor es la trasposición africana de Slobodan Milosevic. Si el fallecido dictador serbio instigó una colección de guerras tribales que devastaron los Balcanes, el déspota liberiano es el responsable principal de los más brutales enfrentamientos civiles en África occidental, que a partir de 1990 acarrearon centenares de miles de muertes. Enfrentamientos disputados frecuentemente por niños soldados y de los que formaban parte rutinaria el asesinato, la violación, las mutilaciones o la esclavización sexual. Pese a ello, Taylor ganó en 1997 las presidenciales liberianas bendecido por observadores internacionales. Y sólo en 2003 debió asilarse en Nigeria como parte de un compromiso para acabar con la guerra civil en su país.
El predicador baptista formado en EE UU, que cobraba en diamantes por armar a los rebeldes de Sierra Leona, en ningún caso será condenado a muerte por los jueces apoyados por la ONU. Es probable que el proceso tarde en arrancar, e incluso que sea trasladado a La Haya para evitar sorpresas en un ámbito regional tan volátil. En cualquier caso, no sólo Sierra Leona y Liberia son hoy lugares más esperanzadores. El encarcelamiento de Taylor alerta del final de la impunidad también en ese cuarto mundo africano, donde millones de inocentes todavía padecen a semejantes caudillos sanguinarios.
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