La virtud y el interés
La entrevista de Zapatero y Rajoy en el palacio de la Moncloa abrió ayer la expectativa de que el "alto el fuego permanente" declarado hace una semana por ETA reciba finalmente la deseable respuesta consensuada de todas las fuerzas democráticas -en el caso de que el anuncio de la banda quede verificado- exigida por la abrumadora mayoría de la sociedad; las palabras pronunciadas a la salida de la reunión por el presidente del Gobierno y el líder del PP abonan esa creencia. La renuncia de los terroristas a las armas y la entrada del nacionalismo radical en el sistema democrático quedarían facilitadas al máximo por el sincero entendimiento entre los dos grandes partidos de ámbito estatal que se vienen alternando en el Gobierno desde hace más de dos décadas. No bastaría con que el PSOE y el PP se limitaran a repasar los recursos que ofrece el Estado de derecho a los poderes públicos para promover ese tránsito hacia la paz dentro del ordenamiento constitucional; si los populares se dedicaran a buscarle las vueltas a cada una de las fórmulas -penitenciarias, administrativas, procesales o penales- sugeridas a la oposición por el Gobierno, con el desconfiado propósito de rastrear cualquier vestigio de precio político en su diseño legal, la supuesta colaboración no sería sino un malicioso sabotaje.
Los actores del final dialogado de la violencia promovido en enero de 1988 por el Pacto de Ajuria Enea (con el apoyo de los populares) y ratificado en mayo de 2005 por el Congreso de los Diputados (esta vez con la oposición del PP) están obligados a tomar en consideración las dolorosas emociones y los vindicativos sentimientos que continuarán despertando durante largo tiempo los dramáticos recuerdos de una etapa cruel y sangrienta. Los asesinados -más de ochocientos- y los heridos -varios miles- por la furia inhumana de ETA son un legado inolvidable no sólo para los familiares de las víctimas sino también para los ciudadanos que rinden la debida memoria a esos defensores del sistema democrático; aunque el dato resulte moralmente perturbador, tampoco cabe ignorar que los terroristas muertos como consecuencia de enfrentamientos con fuerzas de orden público cuando trataban de cometer sus delictivos atentados y los nacionalistas radicales encarcelados o exiliados a lo largo de tres décadas despiertan en el País Vasco la solidaridad o la piedad de casi 150.000 votantes.
La recomposición de las relaciones entre el Gobierno y el principal partido de la oposición ayer esbozada será también -para utilizar los mismos adjetivos aplicados por Zapatero al final dialogado de la violencia- un proceso largo, duro y difícil. La disolución del clima de guerra civil y la vuelta a las pautas de comportamiento propias de un sistema democrático necesitarán tiempo. El deterioro producido por el cruce de acusaciones entre el PP y el PSOE afecta no sólo a sus dirigentes y militantes sino a la sociedad entera; cabe temer que las heridas tarden en cicatrizar mientras algunos medios de comunicación movidos por la santa ira episcopal o el secularizado odio periodístico continúen envenenando a sus oyentes y lectores con la insidiosa e inverosímil calumnia de que el PSOE está pagando facturas pendientes a los terroristas del 11-M.
Dado que el incierto proceso iniciado apenas hace una semana durará probablemente varios años y conocerá avances y retrocesos (la experiencia irlandesa arrancó en 1993 y aún no ha concluido), PSOE y PP deberán tomar en consideración su eventual alternancia en el poder (los laboristas de Blair continuaron la tarea comenzada por los conservadores de Major) y renunciar a cualquier manipulación del terrorismo en las contiendas electorales (tal y como el Pacto por las Libertades establece). La tentación de utilizar esa baza propagandista ante las urnas haría saltar por los aires la posibilidad de alcanzar un final dialogado de la violencia y dañaría de forma irreparable al sistema democrático: a la vez, se llevaría por delante al partido dedicado a ese juego de ventaja. Como descubrió en su día la Ilustración escocesa, los cálculos dictados por el propio interés suelen ser un consejero más fiable que los llamamientos hipócritas a la virtud: aunque los asesores mediáticos de Rajoy le exhorten a comportarse como Sansón en el templo de los filisteos, el PP parece dispuesto, en cambio, a seguir una estrategia racional de supervivencia.
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