Europa de la energía: regulación y libertad
Para que un mercado esté liberalizado, hay que regularlo convenientemente. Como los mercados son imperfectos, si al mismo tiempo que se liberalizan se desregulan, el efecto de esta medida es como meter a la zorra en el gallinero. Donde hay fuertes y débiles -es decir, en cualquier parte- la libertad oprime y la ley libera. Conviene repetir estas obviedades en la coyuntura en la que vive el sector de la energía.
La UE celebró la pasada semana la reunión de primavera de su Consejo Europeo. El orden del día estaba dominado por la necesidad de asegurar el suministro de la zona y España, además, quería reintroducir en el debate el asunto de la inmigración. Ninguno de los dos ha tenido avances sustanciales, en una demostración más del ritmo lento con que se degluten las dificultades en Europa. En cuanto a la energía, es urgente resolver dos problemas relacionados de modo íntimo: asegurar el suministro (lo que se ha puesto de manifiesto después de que un conflicto entre Rusia y Ucrania dejase sin gas a algunas regiones europeas, el pasado enero) y qué tipo de empresas protagonizará ese abastecimiento.
La seguridad del aprovisionamiento energético pasa a ser, a partir de ahora, una prioridad de la política exterior, por lo que el Consejo Europeo pidió a Javier Solana, Alto Representante de la UE, que elabore de aquí a junio un documento sobre el tema. Es significativo que sea Solana, y no el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, el responsable de ese documento. Mientras tanto, al no haber política energética común, la UE se conforma con intentar coordinar las respectivas políticas energéticas nacionales. Solana escribió hace unos días un artículo en el Financial Times en el que expresaba sus ideas sobre la seguridad energética europea. Para el español, existen tres factores que diferencian la energía de otros sectores: en primer lugar, los hidrocarburos, en ocasiones, se hallan en países inestables; segundo, es necesario invertir a largo plazo y a gran escala para satisfacer la demanda de los consumidores; en tercer lugar, el funcionamiento de los mercados energéticos mundiales es imperfecto, sobre todo en el del gas, tanto para crear un marco en el que las empresas puedan planificar y operar como para negociar con otros Gobiernos. "La cuestión", dice Solana, "no es la relación que existe entre la política y la energía, sino de qué forma lo están. Tenemos que encontrar el equilibrio entre un enfoque estratégico y uno basado en las necesidades del mercado".
La Cumbre de Primavera, más allá de declarar a la política energética una prioridad, ha hecho poca cosa. Hace unas semanas, la Comisión presentó el Libro Verde de la Energía; era el segundo texto de este tipo en poco más de un lustro. Todavía en 2000, Loyola de Palacio, como comisaria de la Energía, presentó el suyo. Este último texto ya es en sí mismo modesto: poco se dice sobre la energía nuclear, y no contiene objetivos concretos ni calendarios precisos. Sólo alerta del hecho de que la UE es dependiente hoy en un 50% del total de la energía, y que ese porcentaje puede ascender 20 o 30 puntos en el breve plazo de dos o tres décadas. El Libro Verde prevé la creación de un organismo regulador común y la coordinación de las reservas estratégicas, pero tampoco en esto se ha avanzado nada.
El otro gran debate, sobre las empresas energéticas que la región necesita, también ha quedado aplazado. Francia, el supuesto campeón de las políticas proteccionistas, ha explicado que no hay contradicción entre el libre movimiento de capitales (una empresa de cualquier país puede entrar en el capital de la de otro) y la necesidad de mantener empresas nacionales en sectores estratégicos, porque el mercado energético europeo no existe todavía, sino 25 legislaciones distintas y sin disponer apenas de conexiones comunes. Y España, que apoya esta opinión, recuerda que hay países en los que la energía forma parte aún del sector empresarial público, y que no se puede competir con una mano atada a la espalda.
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