Bush logró la reelección, pero hace aguas en su segundo mandato
George W. Bush ganó la reelección en 2004. ¿Le ayudó la guerra para derrotar a John Kerry? Aunque la campaña se celebró ya con el incumplimiento de la misión cumplida, no es fácil cambiar de caballo en medio de una carrera, y en la carrera de la seguridad -con el 11-S tan vivo entre los estadounidenses- el presidente ganó a su adversario en valores clave: credibilidad, seguridad, confianza. Triunfó un presidente de guerra, como Bush se definió.
Hoy la situación es muy diferente. El hombre que quería pasar a la historia como el impulsor de la libertad y el freno del terrorismo en el mundo podría acabar como uno de los más decepcionantes inquilinos de la Casa Blanca: el presidente de guerra tiene la guerra enredada entre las piernas. Bush acaba de reconocer que está gastando en Irak el capital político que ganó en 2004; a eso hay que sumarle la imagen de incompetencia en la crisis del Katrina y la rebeldía de los congresistas republicanos, que se distancian de un presidente impopular a medida que se acercan las legislativas. Aunque deben calibrar con cuidado: el comentarista Bob Novak recuerda que los demócratas se distanciaron de Truman en 1952 y no les sirvió más que para morder el polvo. En todo caso, se ha abierto la veda, y Bush volverá a pelear con los suyos en el debate en curso sobre la reforma de la inmigración.
El presidente sufre el castigo de la opinión pública con una aprobación que se sitúa entre el 33% y el 36%. No es que los demócratas capitalicen el desgaste, porque no tienen líder claro ni programa coherente, pero Bush ha perdido su credibilidad y su imagen. El problema no es el leve deterioro en la base republicana -89% a 73% en un año- sino entre los independientes: del 47% al 26%. Cuando los encuestadores del Pew Center pedían, en enero de 2005, una palabra para definir a Bush, el 38% decía honradez; ahora, lo primero que le viene a la cabeza al 29% es incompetencia. Bush no tiene ya que volver a pasar por las urnas, y los segundos mandatos desembocan en la inexorable irrelevancia, pero suele ocurrir cuando queda año y medio para la despedida.
En los últimos días, Bush ha reaccionado: ha ido a cuerpo descubierto a debates sobre la guerra y ha salido bien librado. ¿Por qué tan tarde? Es probable que el agotamiento del equipo le haya hecho perder reflejos. Pero también es posible que el problema no sea cómo comunica, sino lo que comunica. El optimismo de Bush suena cada vez más vacío y quizá prueba, según el columnista de The Washington Post Eugene Robinson, que el presidente vive "en el planeta de la irrealidad".
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