'¿Ande fue a parar la revolución?'
"¿Ande coño ha ido a para la revolución?" No es seguramente el único modo de titular esta reseña, pero algunas cosas sólo pueden decirse con el deje hirsuto que le pone el buen pueblo a las cosas obvias y a las devastaciones. Podría decorarlo hablando del fin de los ideales u otra comedia noble por el estilo, pero sería mentira porque enseguida alguien arrimaría esta novela a un ascua que no es la suya: ni es un canto dolorido por las ilusiones perdidas ni es tampoco la novela política que no hizo Eduardo Mendoza, ni es la novela autojustificadora de las decepciones de una generación soñadora, ni es tampoco la confesión cínica y desenvuelta de la aclimatación burguesa que trajo una socialdemocracia de perfil bajo y tolerante con poderes tan tiránicos como la Iglesia y el capital.
MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS
Eduardo Mendoza
Seix Barral
Barcelona, 2006
365 páginas. 19 euros
Y sin embargo todo eso se encuentra infiltrado en una novela situada en las vísperas de las elecciones catalanas de 1986, ganadas por Pujol, para entrar y salir con libertad de ambientes de clase media, restaurantes caros o pretenciosos, barrios obreros urgidos por actividades reivindicativas, despachos de profesionales liberales que se creyeron firmes revolucionarios, y se van sabiendo ganados por el pragmatismo, primero, y de inmediato por la carcoma de una adaptación irremediable al "festival benéfico de la socialdemocracia". Pero pretender extraer alguna lección con moraleja sería un doble error porque Eduardo Mendoza no da lecciones en sus novelas y porque las buenas novelas entregan estrategias de comprensión complejas y, con mucha suerte, como en este caso, respuestas parciales.
Es una novela de personajes,
muy dialogada, donde un dentista dubitativo y con poca iniciativa sirve de eje central a las demás relaciones: los titubeos de su relación sentimental con una abogada progre, Clotilde, pautan la progresiva integración de ambos en la vida de madurez y resignación ética y política, cuando él acepta colaborar en la campaña electoral del PSC (y no vuelve más por allí) y ella siente vagamente traicionados unos ideales políticos de redención (pero está aceptando imprecisos manejos en su propio despacho de abogados). El ángel de la novela se llama la Porritos, amante de Mauricio, y en el fondo es vulnerable metáfora de aspiraciones ideológicas que dejarán atrás casi todos cuando ella muera y termine la transición. No exactamente porque ella tuviera más razón que otros sino porque la vivió coherentemente y sin ceder a otros intereses particulares. Con ella termina una época y Mauricio y Clotilde entran en otra, culminada brillantemente con la nominación de los Juegos Olímpicos en Barcelona y otras elecciones primarias. La clase obrera fue clase obrera, los hijos de la burguesía hicieron lo posible por no bajar de clase y subir a la siguiente, los políticos se hicieron pragmáticos y todos salieron (salimos) ganando.
Pero la novela no cede espa
cio alguno al optimismo ni tampoco al catastrofismo porque es el diagnóstico de la ruptura del idealismo de juventud, sin queja y sin sermón. Combate en esencia la falsa memoria de la transición y la deformada idea actual de lo que fue aquel pasado y el tipo de creencias y convicciones que quedaron sepultadas con la euforia especuladora, política y financiera de una democracia consolidada por fin... con unos Juegos Olímpicos.
Eduardo Mendoza ha hecho una novela inconforme, valiente y sin épica porque arrulla apenas un solo sueño verdadero: saber cómo fueron hace veinte años sin el resentimiento de las ilusiones derrotadas, sin desengaños rencorosos, a través de personajes casi todos desvalidos, y algunos descaradamente cínicos. Y quizá porque es muy veraz aquel retrato de entonces, el humor salpica sólo a ratos, casi siempre negros, una prosa concisa y directa, con voluntad de informe narrativo sin demoras innecesarias ni derivas líricas.
Le ha quitado Eduardo Mendoza al narrador el contagio ilusionado de las historias felices porque ésta no es feliz. Es inteligente y lúcida: imperceptiblemente cobran conciencia de la inconsistencia ideológica de sí mismos y asumen la ganancia invisible de una nueva etapa en otro sitio: quizá, piensa Clotilde, "el mundo de la realidad, enredado y deshonesto, pero en definitiva preferible a la burbuja de fantasías bienintencionadas en que había vivido hasta entonces". A Mauricio le espera una meditación semejante, como si el propio Mendoza supiera que entregaba con una melancólica novela el mejor relato para una generación domesticada: un horizonte idealista de cambio solidario abandonado por afanes de prosperidad egoístas y legítimos, o por cauta conciencia de la inutilidad del sacrificio.
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