En busca de un arsenal que Sadam nunca tuvo
A pesar de haber reconocido el fiasco de las armas de destrucción masiva, Washington reafirma su doctrina de guerra preventiva
Coincidiendo con el tercer aniversario de la guerra de Irak, la Casa Blanca anunció una revisión de su Estrategia de Seguridad Nacional que insistía en la doctrina de la guerra preventiva -Irán, un viejo conocido del eje del mal, es esta vez el principal problema-. El documento reconoce el fiasco de las inexistentes armas de destrucción masiva de Irak pero, siguiendo la línea oficial de la Administración Bush para defenderse del desastre mesopotámico, lo atribuye a la deficiente información de los servicios secretos, no a la presión del Gobierno para que lograsen los datos que deseaban tener para montar el caso contra Sadam, un asunto que sigue provocando quebraderos de cabeza al Gobierno.
El 'caso contra Sadam' sigue provocando quebraderos de cabeza en Washington
Otro documento anterior del Pentágono, reproducido en febrero por el diario británico The Guardian, insistía en la misma línea. El general Peter Pace, jefe del Estado Mayor conjunto de EE UU, presentó un informe ante el Congreso en el que "la larga guerra" era el término que reemplazaba a "la guerra contra el terrorismo". El documento aseguraba que la lucha podría desarrollarse en "12 países diferentes" y prolongarse "durante años" y pedía un aumento en un 15% de los efectivos totales, además de 3.700 militares para operaciones psicológicas. "Esta guerra requiere que el Ejército estadounidense adopte estrategias indirectas y no convencionales", asegura el texto. Entre estas opciones está, naturalmente, "prevenir que países hostiles o que actores no estatales consigan o utilicen armas de destrucción masiva".
La ausencia del arsenal atómico y de los lazos de Sadam Husein con el terrorismo internacional que describió Colin Powell ante el Consejo de Seguridad 1 en la sesión del 5 de febrero de 2003, acompañado por los apocalípticos discursos que por tierra, mar y aire lanzaron los responsables de la Administración de Bush -"No queremos que la pistola humeante aparezca en forma de hongo atómico", dijo Condoleezza Rice- y los demás gobiernos de las Azores no parecen haber hecho mella en el fondo doctrinal, aunque tal vez sí en las futuras formas. "La Administración que tenemos ahora no es la Administración que llegó al poder en 2000. Ya no es un Gobierno de neoconservadores, es mucho más realista", dijo al diario The Christian Science Monitor el analista de Defensa Jon Wolfsthal tras la presentación de la Estrategia de Seguridad Nacional.
Durante los tres años que han pasado desde el principio de la invasión ha salido a la luz una tonelada de información sobre la preparación de la guerra por parte de los neoconservadores que, como explica el periodista George Packer en The Assassin's Gate -uno de los mejores libros que se han escrito sobre la guerra, desde su gestación hasta la insurgencia-, estaban convencidos de que la caída de Sadam Husein provocaría un tsunami de democracia en todo Oriente Próximo.
Según Packer, reportero de la revista The New Yorker, Paul Wolfowitz comenzó a darle vueltas a finales de los años setenta, antes de la revolución iraní de 1979, a la idea de que la mayor amenaza para la seguridad estadounidense podía venir de una invasión de Kuwait o Arabia Saudí por parte de Irak. Pero la subida al poder de Jomeini cambió el foco y los equilibrios: Sadam se convirtió un aliado incondicional de EE UU, en los tiempos en que sí utilizaba armas de destrucción masiva contra su población, mientras estaba en guerra contra el Irán de los ayatolás. Sólo la invasión de Kuwait de 1990 cambiaría las cosas.
El 11-S fue la oportunidad de los neocons (Cheney, Rumsfeld, Bolton, Wolfowitz, Perle...) para poner en marcha su viejo plan. "Monta el mejor caso que puedas contra Irak; pero deja abierta alguna salida de emergencia", fue la instrucción que recibió el principal redactor de discursos de Bush en enero de 2002, según el artículo El camino hacia la guerra, publicado por Vanity Fair con motivo del segundo aniversario de la invasión.Pero las precauciones saltaron rápidamente. En septiembre de 2002, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, crea la Oficina para Planes Especiales (OSP). Su objetivo era, en teoría, preparar la posguerra de Irak; en la práctica, debía montar el caso contra Sadam. "La OSP fue creada para encontrar pruebas de lo que Wolfowitz y Rumsfeld creían que era verdad: que Sadam mantenía estrechas relaciones con Al Qaeda y que Irak poseía un enorme arsenal de armas biológicos, químicas y quizás nucleares", escribió el periodista de investigación Seymour Hersh.
Pero, una vez consumada la invasión, a pesar de las pruebas irrefutables de los meses anteriores al conflicto, las armas, los laboratorios, las fábricas, los almacenes... no aparecían por ningún lado. Washington no reconoció hasta septiembre de 2004 que sus fuerzas "no habían encontrado ningún tipo de armas de destrucción masiva" en Irak.
Las informaciones sobre el montaje de la guerra de Irak no han cesado desde entonces y el panorama no es halagüeño para la Administración de Bush. En los próximos meses debe celebrarse el juicio contra Lewis Scooter Libby, el ex jefe de Gabinete del vicepresidente Cheney, por el caso Plame -la filtración del nombre de una agente secreta de la CIA para vengarse por una revelación sobre las mentiras del Gobierno en torno a una imaginaria trama de Sadam para dotarse de uranio-. Este proceso puede poner muchos ventiladores en marcha.
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