Manual del proliferador
Si de algo no cabe acusar hasta ahora a Irán, embarcado en un esfuerzo nuclear que tiene en vilo a la comunidad internacional, es de comportamiento irracional. Muy por el contrario, estamos por desgracia ante un ejemplo de manual de lo que cabe esperar de un buen alumno, que ha aprendido y ha aplicado al pie de la letra las reglas de juego que definen el mundo desde Hiroshima y Nagasaki.
En esa línea, sabe que su aspiración de convertirse en el líder regional puede verse facilitada en extremo si llega a disponer de ingenios nucleares. En un momento en el que su eterno rival en esa carrera, Irak, está sumido en una de las etapas más penosas de su existencia, el momento elegido resulta casi una exigencia del guión. Al mismo tiempo, si quien pretende acomodar a todos los países de la región a su dictado, Estados Unidos, está empantanado al límite de sus capacidades en Afganistán y en Irak y sin opciones reales para plantear una solución militar contra Teherán, el momento no puede ser más conveniente. No cabe descartar evidentemente el mensaje premonitorio de Israel, que apenas oculta su intención de golpear preventivamente a quien percibe como su principal amenaza en la zona. Pero, ni siquiera eso disuadiría a quien está convencido desde hace décadas de las bondades de la posesión de los artefactos nucleares.
Irán es un buen alumno, ha aprendido las reglas de juego vigentes desde Hiroshima y Nagasaki
Cuando ahora la condena de Irán parece imparable, se tiende a olvidar que la senda nuclear fue directamente impulsada en su tiempo por Washington, cuando el sha era un valioso pivote del control occidental de la zona, y posteriormente por Alemania, con el proyecto de construcción del reactor de Bhusher, hasta la caída del sha. Una vez que Jomeini superó sus reticencias morales a la bomba nuclear, que inicialmente consideraba inmoral desde una perspectiva islámica, el esfuerzo se ha mantenido con escasos altibajos hasta la actualidad, últimamente de la mano de Moscú.
En aplicación de ese mismo manual no escrito, y en contra de las apariencias, el esfuerzo iraní no se explica prioritariamente por Israel. Su empeño principal está, mucho más, en convertirse en el líder del mundo chií y, simultáneamente, del Golfo Pérsico. No menor es el interés por garantizar su propia seguridad ante la amenaza, nada teórica, de Washington, empeñado en identificarlo como un miembro del inefable "eje del mal", al que se pretende desactivar por la fuerza si fuera necesario. La historia también le enseña, y los ejemplos recientes de Irak y Corea del Norte no hacen más que reforzar la vigencia de este principio, que quien tiene armas nucleares corre mucho menor riesgo de ser atacado, aunque sólo sea por el temor a provocar una escalada de consecuencias trágicas.
Por si esto fuera poco, Teherán ha aprendido a manejar con destreza los ritmos de la diplomacia internacional. Sabe que cuenta con tiempo, aun suponiendo que el Consejo de Seguridad de la ONU acabe asumiendo el caso. Para empezar, porque China o Rusia son bazas que aún puede manejar en el futuro. Además, porque es sobradamente consciente de que le amparan las propias reglas de juego establecidas por el TNP, del que es parte, en la medida en que nadie puede sancionarlo por enriquecer uranio ni nadie puede exigirle que abandone un programa nuclear permitido por el Tratado (cabe recordar que la única acusación con base hasta el momento es no haber comunicado al OIEA la realización de actividades que, en cualquier caso, están permitidas por ese mismo Tratado). En el peor de los escenarios para Irán, con un Consejo de Seguridad decidido a tomar cartas en el asunto, todavía puede jugar con la posibilidad de comprometerse realmente con Moscú, para enriquecer el uranio en suelo ruso, desinflando así gran parte de la presión actual. Muchas opciones, pues, para ganar tiempo sin cejar en el empeño.
De todo lo anterior, y a pesar de las enormes dudas que el propio Irán se encarga de generar, no puede considerarse irreversible el camino que lo llevaría, en un plazo estimado entre los tres y los cinco años, a convertirse en la décima potencia nuclear del planeta. En todo caso, en términos de probabilidad es obvio asumir que Teherán persigue ese objetivo hoy más que nunca y para ello cuenta con sus propias fuerzas, nada desdeñables, y con apoyos tan poderosos como un Moscú interesado en rentabilizar comercialmente su capacidad tecnológica en este campo.
Si a lo dicho hasta aquí se le añade el interés, o más bien la necesidad, del nuevo presidente Ahmadineyah de consolidar su plataforma de poder frente a los que realmente deciden y, sobre todo, de distraer la atención de una opinión pública que comienza a percibir que las promesas electorales no se cumplen en la práctica, se podrá comprender mejor el proceso actual. El acceso al átomo se ha convertido desde hace tiempo en una aspiración nacional, lo que cierra las puertas a una renuncia expresa derivada de presiones extranjeras.
Aun asumiendo que las previsiones más agoreras se cumplan, no conviene dejarse arrastrar por las proclamas apocalípticas que anuncian un ataque nuclear inmediato por parte de Teherán, empleando irracionalmente sus misiles Shahab III. Si, como parece, los líderes iraníes han estudiado a fondo el manual que tan detalladamente han seguido hasta aquí, sabrán que el principal poder del arma nuclear descansa precisamente en su no uso. Es su posesión, no su uso, lo que le reportará a Irán todas las ventajas de ser un país especial en el ámbito internacional. Al igual que para algunos otros que ya disponen de arsenales nucleares, siempre sería un arma de último recurso y bajo ningún concepto operativo y racional tendría sentido, por ejemplo, golpear a un Israel que, gracias a los submarinos nucleares (de origen alemán), dispone de capacidad de segundo golpe ante cualquier posible ataque.
Podemos lamentar los fallos del TNP, como también podemos hacerlo de la aplicación de una doble vara de medida para enjuiciar el comportamiento de diferentes gobiernos (no sólo en relación con el ya clásico ejemplo de Israel, sino con el más reciente de India, proliferador nuclear premiado ahora por Washington). Pero debemos reconocer, con temor en todo caso, que Irán sólo está siguiendo el camino que otros le han marcado. Su irracionalidad es sólo una suposición infundada.
Jesús A. Núñez Villaverde es director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid).
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