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Crónica:Muerte del ex dictador serbio
Crónica
Texto informativo con interpretación

Nadie llora en Sarajevo

Las víctimas de los bombardeos a la capital de Bosnia sólo lamentan que la muerte de Milosevic impida su condena en La Haya

Ana Carbajosa

Sarajevo no lloró ayer la muerte de Slobodan Milosevic, el caudillo nacionalista que orquestó la matanza de 250.000 bosnios -en su mayoría musulmanes- y obligó a más de un millón a desplazarse para salvar sus vidas. Las víctimas de Bosnia-Herzegovina manifestaban, en cambio, sin tapujos su alegría por la muerte del ex dictador serbio, aunque expresaban al tiempo su rabia por no poder asistir a su condena.

"Estoy más que contento. Estoy encantado. Ese hombre mató a mis dos hijos. Mi mujer enloqueció y se intentó matar tirándose de un séptimo piso después de que sus hermanos también murieran en la guerra. El Ejército serbio nos echó a todos los musulmanes de nuestras casas, y todavía no nos atrevemos a volver. ¿Cómo quiere que me sienta?". El que habla es un jubilado bosnio, de 76 años, asentado, como miles de sus vecinos desplazados, en Vogosca, un arrabal de Saravejo. Las víctimas de una guerra en la que, entre abril de 1992 y diciembre de 1995, las fuerzas serbias expulsaron y asesinaron a cientos de miles de civiles, se cuentan allí por millares. Y son esos hombres y mujeres los que ayer se lamentaban de que el proceso judicial del Tribunal de La Haya se haya visto interrumpido por la repentina muerte de Milosevic.

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"Para nosotros hubiera sido muy importante haber podido asistir al día de la lectura de la sentencia", cuenta en una cafetería de Vogosca este anciano, que, 10 años después de que los Acuerdos de Dayton pusieran fin a la guerra de Bosnia, sigue sin querer desvelar su nombre por temor a las represalias serbias.

Sefket Jamak, sin embargo, piensa que lo peor ya ha pasado y, al igual que su vecino, está feliz. Atrás quedaron los días en que las fuerzas serbias dirigidas por Ratko Mladic quemaron su casa de Visegrado con su esposa dentro, y su huida junto a sus vecinos musulmanes. Jamak reía ayer y bromeaba bajo la espesa nieve que no dejaba de caer en la capital de Bosnia-Herzegovina.

Mientras, las cadenas de televisión y las emisoras de radio emitían programas especiales dedicados a la vida del líder ultranacionalista serbio recién fallecido. El sábado por la noche, los canales invitaron además a analistas y pidieron la participación de los telespectadores, que se debatían entre la alegría y la frustración por lo que una televidente llamó "una muerte dulce, sin haber sufrido lo suficiente".

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En la prensa escrita, fue la noticia de primera página. "Slobodan Milosevic ha muerto en La Haya", titulaba de un extremo a otro de la primera Oslobodenje, el mítico diario bosnio que no dejó de salir a la calle ni un solo día durante la guerra.

Dentro, el presidente de turno de la presidencia tripartita de Bosnia, el musulmán Suleymán Tihic, se hacía eco de los sentimientos de sus compatriotas. "Lamento por las víctimas, la verdad y la justicia que el proceso ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia no termine con una sentencia", declaró el presidente. "Milosevic quedará en la mente como una personalidad política negativa, la mayor responsable de la desintegración sangrienta de la ex Yugoslavia", agregó Tihic.

Pero el sentimiento en Bosnia-Herzegovina, un país dividido en dos entidades (la República Serbia y la Federación Croato-Musulmana) no fue unánime. Borislav Paravac, presidente serbobosnio del tripartito, lamentó "que no hubiera habido la suficiente comprensión para que Milosevic hubiera obtenido atención médica de mayor calidad".

Esta queja se repetía también en algunos enclaves de la República Serbia de Bosnia como Banja Luka o Pale, donde seguidores del ex líder serbio encendieron cirios en las iglesias ortodoxas para velar su muerte.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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