_
_
_
_
Reportaje:

"Esto es una eutanasia con tortura"

¿Cómo vivir con menos de 500 euros al mes? Varios pensionistas relatan sus apuros para subsistir; algunos lo tuvieron todo

Enric Soriano llega tarde a su entrevista con este periódico. "Es que esta mañana he tenido algún contratiempo", se excusa. "Pero cojo el metro y enseguida estoy aquí". La cita es en la calle de Rosselló de Barcelona, justo detrás de la Escuela Industrial. Enseguida equivale al tiempo que tarde el metropolitano entre las estaciones de Cornellà y Hospital Clínic. Enric es del barrio de toda la vida, la izquierda del Eixample. Allí ha vivido durante la mayor parte de sus 73 años, pero desde hace algunos se hospeda en Cornellà. Ocupa uno de los 16 apartamentos tutelados de L'Almeda, que Cáritas ofrece para personas que se pueden valer por sí mismas, pero que no pueden pagar los alquileres y no tienen familia. Enric paga 66 euros al mes. Sus ingresos son de 301,55 euros. "¿Cómo vivo? Esto no es vivir, es una eutanasia con tortura, nos están acortando los años de vida", señala indignado.

Tienen una trayectoria laboral a sus espaldas que las reconversiones industriales mutiló
"La ropa me la prestan las amigas, ahora estoy tapizando unos muebles que subí de la calle"

Soriano es el presidente de la Asociación de Perceptores de Pensiones no Contributivas (APPNC), creada hace dos años.En Cataluña hay 60.000 beneficiarios, cuya renta mensual media es de 275 euros. El de las pensiones no contributivas es el caso más inmoral del colectivo, pero no el único. Más de la mitad de los pensionistas catalanes, el 53,6% -766.408 de un total de 1.436.255- vive con menos de 500 euros al mes. En otras palabras: alrededor del 10% de la población de Cataluña vive por debajo del umbral de la pobreza, establecido por la Unión Europea como el 60% de la renta media de cada país. En España está fijado en 499,99 euros al mes.

Muchas de las llamadas pensiones mínimas, que abarcan desde jubilación e incapacidad, viudedad, orfandad y del extinguido Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez (SOVI), que sólo se otorga a las personas que no puedan acceder a otras pensiones del sistema, están en las mismas. Àngels Català, de 68 años, percibe una pensión del SOVI de 327 euros, "pero lo mío es relativo, puesto que mi marido tiene una pensión bastante arreglada; otros están mucho peor que yo".

Los que no tienen más ingresos que esa retribución pública viven de prestado. Las viviendas de la mayoría son de alquiler, al no haber tenido otra alternativa que vender su piso. Si son mujeres, cosen y limpian escaleras hasta que la vista, las rodillas y el corazón dicen basta. Llevan las prendas que les facilitan los amigos y las asociaciones. Comer tres veces al día es para algunos imposible.

Jordi Capdevila está a punto de cumplir 65 años y percibe un subsidio de vejez SOVI por invalidez: 313,21 euros. Se había dedicado a vender ropa en un pequeño puesto que regentó en el mercado de los Encants Vells. "Me arruiné". Vive solo desde hace dos años, cuando falleció su compañera, en un piso de la calle de València por el que paga 204 euros.

El alquiler no es su único agobio. Capdevila anda ocupado en arañar algún ingreso extra: "Me han dicho que tengo derecho a una paga porque mi padre estuvo prisionero en Montjuïc y nos requisaron los ahorros". Una asistente social del Centro de Atención Primaria (CAP) Peracamps, en el Raval, le ha conseguido unos vales para que los fines de semana pueda comer de balde.

El lugar de la cita de Enric Soriano no es casual. Se trata de un casal para gente mayor del Ayuntamiento de Barcelona. A este local, a partir de las 13.30, acuden cada día entre 30 y 40 personas a comer gratis. En la capital catalana sólo hay 200 plazas de comedores públicos, en las que sólo sirven una comida al día y los fines de semana y festivos están cerrados.

Durante la espera a Soriano, el local se va llenando, especialmente de ancianas. El colectivo femenino, que la semana pasada recordó, una vez más, la vergonzosa persistencia, todavía hoy, de la discriminación de la mujer en el mercado laboral, sufre las desventajas incluso después de la jubilación. La causa es el modelo de pensiones, que discrimina a las mujeres porque muchas de ellas interrumpen sus trabajos remunerados para ocuparse de la familia (hijos, padres ancianos) o sus empleadores jamás las dieron de alta en la Seguridad Social. La mayoría no ha podido acumular los derechos necesarios ni los ahorros para disfrutar de la vejez.

Una de las que acuden todos los días al comedor es Sara Cisteró, una bellísima anciana nacida en Agramunt hace 86 años. Percibe, como Soriano, una pensión no contributiva de 301,55 euros al mes. "Vivo como puedo", relata sin perder jamás la sonrisa -"es mi carácter"-. "Yo misma me he acondicionado el estudio", una pequeñísima vivienda de 20 metros cuadrados que encontró hace 10 años por la que paga 180 euros y que ha decorado con exquisitez. "Toda la ropa que tengo me la han prestado amigas, los muebles... estoy tapizando unas sillas que he subido de la calle... Hasta hace poco me las apañaba cosiendo para gente, ahora tengo la vista fatal, no puedo ni enhebrar la aguja. Ahora sí que tengo un problema", se lamenta.

Cisteró y Soriano lo tuvieron todo. Ella había vivido en Sarrià con su marido, un acaudalado empresario transportista, "pero no tuve otro remedio que malvender el piso". Soriano, un comercial que ha ido encadenando contratos mercantiles sin cotizar, disfrutó durante 25 años de un apartamento en Salou a 100 metros de la playa. "He vivido muy bien", recuerda. La larga y costosa enfermedad de su madre se comió los ahorros: tuvo también que vender la segunda residencia. Le dieron por ella cinco millones de las antiguas pesetas. Corría 1991, antes de la inauguración de Port Aventura, claro. Llegó a vivir en la calle. "Esto es un crimen", protesta enrabiado, "siempre estoy de mal humor".

La mayoría de pensionistas no contributivos, así como los perceptores de pensiones mínimas, tienen una trayectoria laboral a sus espaldas, aunque mutilada: son víctimas de las reconversiones industriales de los años setenta y ochenta que jamás volvieron a encontrar trabajo.

"A los 14 años ya llevaba dos telares", relata Clotilde Buselli con orgullo. Ha trabajado toda su vida (76 años): en cuatro fábricas textiles entre Caldes de Montbui, su pueblo natal, y Barcelona, y en la editorial Salvat limpiando. La suya es una pensión contributiva, pero "de 50.000 pesetas". Es una de las descalabradas de la crisis de la hilatura de los años setenta. Desde entonces optó por fregar suelos y escaleras, tarea que abandonó hace un par de años al sufrir de arritmia. La gente de fuera recibe más ayudas que los de aquí, y eso no debería ser así. He trabajado toda mi vida por Cataluña".

Soriano comenta el "particular sentido de la solidaridad de los europeos: nos volcamos con el exterior cuando ocurre un tsunami, pero los que estamos en casa nos morimos de hambre". Pese a su mal humor, no pierde la esperanza: cada semana juega cuatro euros al Euromillón. "De ilusión también se vive", dice.

Adiós a la subida

En diciembre pasado, varias asociaciones y sindicatos, entre ellos la APPNC, se movilizaron para exigir a la Generalitat que aplicara en 2006 la ley estatal que permite a las comunidades autónomas incrementar en un 25% las pensiones no contributivas sin tener que realizar ningún trámite legislativo. "No sirvió de nada, nos dan la razón, pero no hacen nada", protestan.

El Departamento de Bienestar y Familia empezó a comunicar la semana pasada que dejará de abonar una paga de 38 euros mensuales como complemento a las pensiones de viudedad más bajas. Alega que el Gobierno central ya ha subido las pensiones el 5,2% de media.

El Parlament tiene previsto aprobar una ley antes del verano, a instancias del Gobierno tripartito, para completar los ingresos de las personas con menos renta y garantizar por ley que en 2006 nadie perciba menos de 7.136 euros al año, de acuerdo con el indicador público de renta de efectos múltiples (IPREM), el umbral de la pobreza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_