Bush afronta sus horas más bajas
George W. Bush ha conocido esta semana su momento más débil. Cinco años después de haber llegado a la Casa Blanca y cuando aún le quedan tres en el poder, el presidente tuvo que ser salvado por el emirato de Dubai del desastre que le hubiera supuesto enfrentarse a un Congreso de mayoría republicana y salir derrotado.
La renuncia de Dubai Ports Worlds (DPW) a gestionar los seis puertos de EE UU que estaban en manos de la británica P&0 -comprada por la empresa estatal de Dubai- reveló la fragilidad del hombre que hace sólo 16 meses ganó claramente la reelección presidencial y que tenía en un puño de hierro a sus representantes y senadores.
El capital que Bush ganó en noviembre de 2004 y que se disponía a invertir, entre otras cosas, en la privatización parcial de las pensiones, está prácticamente agotado. ¿Por qué la bancarrota? Porque 2005 fue un mal año para Bush: la opinión pública vio cómo se sobrepasaron los 2.000 soldados muertos en Irak sin divisar una salida clara y contempló el huracán Katrina como una muestra de incompetencia o desinterés; las filtraciones desde la CIA dejaron al descubierto chapuzas anteriores y posteriores al 11-S, y las filtraciones desde la Casa Blanca dejaron fuera de combate a la mano derecha del vicepresidente, Lewis Libby, y rozaron al cerebro político de Bush, Karl Rove.
Anteriores certificados de defunción política del presidente Bush se mostraron prematuros
Dos tercios de los ciudadanos creen que el país no va en la buena dirección
Cinco años después de llegar al poder, la popularidad del presidente cae por la violencia en Irak y la crisis de los puertos
Para colmo, las familias republicanas tropezaron con políticas que les desconcertaron: el exceso de gasto chocó a los partidarios de tener al sector público a dieta; el idealismo neoconservador resultó extraño a los realistas de la vieja escuela; el autoritarismo en la guerra antiterrorista chirrió en los oídos de los moderados y libertarios; y el favoritismo del frustrado nombramiento de Harriet Miers para el Tribunal Supremo enfadó a la derecha cristiana.
Los síntomas de descontento que se habían atisbado en los congresistas republicanos cristalizaron en el plante contra el acuerdo de Dubai. Cuando los demócratas, en nombre de la seguridad, se lanzaron -con un exceso de gasolina en el fuego, como les reprochó David Broder en The Washington Post-, los republicanos -especialmente los más aislacionistas y paleoconservadores- no quisieron quedarse atrás, aunque eso supusiera decir no a la Casa Blanca (que, por otra parte, ha abusado de los réditos políticos de la seguridad desde hace cuatro años y medio). La crisis se salvó, en principio, cuando DPW tiró la toalla, pero dejó al descubierto las vergüenzas de Bush.
"Está en el momento más débil de su presidencia, tanto en el Congreso como ante la opinión pública", dice Emilio Viano, profesor de la American University. Sobre lo segundo, no hay duda: la aprobación presidencial está en el 37%, según el último sondeo de Ipsos para AP, en donde también se refleja que el 67% cree que el país no va en la buena dirección.
Sobre lo primero, la rebelión de Dubai -precedida por la minirrevuelta de diciembre que aplazó la renovación de la Ley Patriótica hasta esta semana- deja también en evidencia que este Congreso ya va por su cuenta.
En el sistema de distritos electorales, la preocupación prioritaria de los congresistas es renovar su escaño. "Es un año electoral, y por eso muchos republicanos están arrojando a su presidente al mar, porque dicen: 'Tenemos que sobrevivir, y él no nos está ayudando, tenemos que distanciarnos de él", dice Viano.
"Cuando un presidente no se tiene que someter ya a la reelección, es evidente que pierde una cierta capacidad de persuasión", coincide Karlyn Bowman, del American Enterprise Institute. En el caso de Bush, ha sido su semana menos persuasiva. El presidente lo reconoció el viernes, pero no dio muestras de estar noqueado. Con la seguridad que tanto gusta a sus partidarios,
Bush criticó al Congreso por tumbar el acuerdo con DPW y defendió su estilo de gobierno: "Sé que a algunos les gustaría que cambiara, pero no se pueden tomar decisiones acertadas si se intenta satisfacer a todo el mundo. Hay que defender lo que uno cree". Los sondeos no le van a hacer cambiar de rumbo: "Entiendo que algunas de las cosas que he hecho no son populares, pero eso va incluido en el sueldo. El que tiene miedo de tomar una decisión y se preocupa sólo de que la gente diga cosas agradables de él no es un líder".
A pesar de que Bush saque pecho, el revés de Dubai permite pronosticar tragos difíciles para su agenda, en especial para el difícil debate en curso sobre inmigración y para los acuerdos internacionales de liberalización comercial pendientes. "En mi opinión, el presidente ya no se va a recuperar; y después de las legislativas le será difícil retomar la iniciativa, porque empezarán a perfilarse las presidenciales de 2008, que están muy abiertas", sugiere Viano.
Pero también es cierto que anteriores certificados de defunción política de Bush se mostraron prematuros, y que el espectáculo de los puertos ha ocultado que el presidente firmó por fin la Ley Patriótica esta semana y pactó con los senadores republicanos para acomodar las escuchas electrónicas (y salvarse de una potencialmente devastadora investigación). Enfrentarse a eso sí que hubiera sido una rebelión. Incluso hay comentaristas conservadores, como John Podhoretz en The New York Post, que creen que "los republicanos le han hecho un enorme favor a Bush" al frustrar el asunto de Dubai, porque su efecto hubiera sido letal en las legislativas y la Casa Blanca habría sufrido las consecuencias.
Además, "aunque los congresistas le deben al presidente casi todo, eso no significa que Bush les pueda pedir que se hagan el haraquiri". En todo caso, queda claro que los republicanos, de aquí a noviembre, van a tratar de tú a tú a la Casa Blanca: estarán alineados en lo fundamental, y volverán a distanciarse del presidente cuando lo crean oportuno para sus objetivos e intereses.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.