Whisky y sopa de langosta
Una cena con Gabriel García Márquez en el día de su 79º cumpleaños
Hay cuatro cosas que Gabriel García Márquez ama de verdad. El whisky, pero sólo el de malta y bien añejado; el béisbol, la música bailable (bolero y rumba) y la diplomacia secreta. Nada más levantarse de la mesa, al final de la cena por su cumpleaños ("es un día como cualquier otro, nada de tartas"), mira el vaso de whisky medio lleno y dice: "Te regalo la mitad de mis riquezas, pero si hubiese sabido desde el principio que eres un periodista", prosigue, "no habría charlado contigo ni un instante". Y añade: "He sido periodista durante toda mi vida y sé cómo trabajamos: demasiado deprisa. Hace falta más tiempo para hacer las cosas bien. Nunca es suficiente".
Estamos en un restaurante que se llama La Langosta, fuera de la muralla de Cartagena de Indias, a unos kilómetros del viejo centro colonial de esta ciudad del Caribe colombiano. Es un sitio algo kitsch instalado en una vieja villa con un amplio jardín y bastante apartado, lejos de la calle. Lo ha elegido Mercedes Barcha, la mujer de Márquez, para evitar que el cumpleaños del marido se convirtiera en una fiesta descontrolada. Es Mercedes quien decide quién puede acercarse, qué debe comer, cuánto puede beber, dónde puede ir. Él se queja un poco ("finalmente puedo comer una sopa de langosta, si venís a comer a mi casa sólo hay arroz blanco") pero acepta de buena gana ese amor obsesivo que le cuida y le conserva sano.
Le han llamado presidentes, amigos, pero también gente común
En la cena participan sólo familiares ( su hermano Jaime, con su mujer y una hija), algunos amigos (el actor italiano Silvio Basile, que llegó a Colombia en 1968 para rodar Queimada con Pontecorvo y se quedó), un ex alcalde y los responsables de la escuela de periodismo que el premio Nobel fundó en Cartagena. Márquez está algo ofendido porque un periodista escribió que "tiene la mano fría como un moribundo". "Siéntela, ¿tengo la mano fría?". Obviamente, no. Él había hecho una metáfora con el béisbol. El lanzador en el béisbol debe tener siempre la mano caliente, que significa entrenada, lista para cuando deba lanzar, y por eso mueve continuamente el brazo, lo hace rotar. Para el escritor es lo mismo -dice Márquez-, debe tener la mano caliente, entrenada. Y él ahora se siente algo fuera de entrenamiento. A la épica Macondo de Cien años de soledad, es decir, Aracataca, donde nació el 6 de marzo de hace 79 años, volvió en secreto hace unos años y se bañó en el riachuelo con las "piedras grandes como huevos de dinosaurio". Pero hoy no podría ir. Por un lado -explica- porque hay riesgos por su seguridad. Aracataca está a cuatro horas de coche de Cartagena, hacia el interior del país. Zona de guerrilla. Luego porque -el hombre es supersticioso- no quiere dar la sensación de estar "volviendo sobre sus pasos" como alguien que siente cercana la muerte.
En la familia se suele contar una historia sobre el riachuelo de Aracataca, que explica Jaime, el hermano. Gabriel Eligio García (el telegrafista) y Luisa Márquez (mejor conocida en la familia como la Úrsula de los Cien años) tuvieron 11 hijos. Los primeros, como Gabo, nacieron en Aracataca. Los demás, como Jaime, que es ingeniero civil, nacieron en Sucre. Dicen que aquellos que de pequeños se bañaron en el río de los huevos de dinosaurio son más inteligentes, fantasiosos y espabilados que los otros.
La jornada ha transcurrido en su casa, un juego de cubos y cuadriláteros rojos proyectado hace más de 10 años por un arquitecto colombiano. Le han llamado presidentes, amigos, pero también gente común. "¿Castro?". "Sí, también Fidel". "¿Shakira?". "No, Shakira todavía no ha llamado. Pero hablamos con frecuencia. Voy siempre a sus conciertos, cuando puedo".
El aspecto menos conocido de García Márquez es su obsesión por la diplomacia secreta. Como cuando se fue a ver a Clinton con un mensaje de Castro, o como hoy que se ha ofrecido de mediador entre la guerrilla y el Gobierno de Colombia. Éstos son los casos importantes, aquellos que luego acaban en los periódicos. Pero su labor diplomática es algo cotidiano, materia de cada día. Siempre hay alguien que le busca para que intervenga.
García Márquez tiene residencias en todo el mundo. En Ciudad de México, donde reside la mayor parte del año. En Bogotá. En Barcelona. En París. Pero es en Cartagena donde se siente como en casa. Sale con gusto, anda por las callejuelas del casco antiguo, una joya de arquitectura colonial donde ambientó El amor en los tiempos del cólera, saluda a todos y todos le saludan.
Al final de la cena Jaime regala al hermano una copia de Las mil y una noches, "el libro de los libros que habrá leído ya cien veces". En la dedicatoria ha escrito: "Al mayor puta de Aracataca, de un Gabitero". "Puta", en la jerga local, es una persona a la que le gusta llevar la contraria y tomar el pelo a los demás. "Gabitero" es una de las tres cosas en las que puede transformarse un amante de la literatura de García Márquez: están los "Gabofolos" (es decir, los expertos); los "Gabofilos" (los sencillos amantes) y los "Gabiteros" (los hinchas).
© La Repubblica.
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