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Reportaje:

Póngame guapa/o

¿Última tendencia al irse de tiendas? Recurrir a los 'personal shoppers', asesores de imagen que le compran a uno la ropa

Joseba Elola

Ponga que se planta delante del armario. O que su pareja lo hace. Ponga que un día más emerge la pregunta recurrente, ese clásico, ese martirio de tantas/os, ya sea martirio propio o ajeno: ¿qué me pongo? Pues a eso se dedica el personal shopper. A decirle a uno lo que se tiene que poner. A dar respuesta a preguntas trascendentes, cual gurú de la imagen externa. Le dice a uno/a qué le favorece. Qué colores iluminan su cara. Qué cuellos le sientan bien, qué hay que potenciar, qué conviene disimular. Y le acompaña a uno (o le sustituye) en el acto de la compra. Un lujo tradicionalmente reservado a los más pudientes al que empieza a acudir la gente de la calle.

La cosa empieza con una entrevista de hora y media para determinar qué le sienta bien al cliente y qué busca, seguida de una prueba de color. En Qué me pongo, una de las empresas pioneras en España, con central en Barcelona, se sienta uno frente al espejo y lo empiezan a cubrir con distintas telas de colores, hasta un total de 115. En función de la tonalidad, cambian las líneas de expresión, la mirada, la sonrisa. "Algunos colores hacen que parezca que tienes una boca más pequeña, o los ojos más luminosos", dice Montse Guals, sentada en una oficina muy cool de la Diagonal barcelonesa junto a Elisabet Olivé, con la que fundó hace seis años la empresa.

Rosa Serra entra en Julie Sohn, tienda de una diseñadora coreana afincada en Barcelona. Al fondo del pasillo ya le esperan Montse y Elisabet, que ya han preseleccionado algunas prendas para ella. Mientras se las prueba, las shoppers no dejan de revolotear en torno a ella, piden tallas, eligen colores, ajustan prendas. Al cabo de 20 minutos, sale de la tienda relajada y sin bolsas: con ellas cargan las shoppers, que rematan así una faena en la que la clienta se siente reina por unas horas.

Estaba cansada de su aspecto. A sus 44 años, Rosa se veía mayor, vestía muy clásica, necesitaba un cambio. Se separó hace diez años de su marido, consiguió dejar de ser "la mujer de", se puso a trabajar, montó una empresa de reparaciones... y a ese cambio profesional necesitaba sumar "un cambio personal". En octubre se puso en manos de las especialistas y el proceso arrancó con un análisis de su guardarropa. ¿Resultado?: "Me lo tiraron casi todo". Con su consentimiento, está claro. "Tenía muchísima ropa, casi tres armarios, pero nunca sabía qué ponerme. Me cambiaba hasta 50 veces antes de salir a la calle, era un auténtico martirio". Ahora, dice, tiene menos prendas, pero sabe cómo combinarlas.

A Rosa nunca le gustó irse de compras. Le aburre. Ahora, en una tarde resuelve la temporada. Se gasta unos 1.500 euros, más los honorarios de sus personal shoppers, que en este caso ascienden a 85 euros la hora. Y en tres horas, asunto resuelto. "El tiempo que perdía en tiendas, y encima salía sin haberme comprado algo me gustara", asegura. "Con esto ahorro tiempo e incluso dinero".

Clientes, hay de muchos tipos. Entre los hombres predomina el recién separado y el ejecutivo escaso de tiempo que ni siquiera se va con los shoppers de compras. Líderes políticos, empresarios, futbolistas y estrellas de la tele recurren a ellos. Entre las mujeres, es más habitual encontrar perfiles menos elitistas. "Hay un 90% de mujeres entre los usuarios", afirma Silvia Cebrián, que en estos días pone en marcha un curso para formar personal shoppers en la academia CEV de Madrid. "En Estados Unidos, te sustituye, va a hacer las compras por ti. Aquí es como buscarte a la amiga perfecta para irte de compras, porque además, te aconseja de verdad", cuenta entre risas.

En la estela de los grandes almacenes norteamericanos y de algunos franceses, El Corte Inglés puso en marcha hace cuatro meses su propio servicio en uno de sus centros en Madrid y ya en enero ha recibido hasta 140 solicitudes. "En realidad, es como volver a lo antiguo", comenta Mónica Gómez Cuétara, la directora del servicio, "como cuando en los pueblos la vendedora conocía a su clienta, sabía qué le gustaba, con qué le sacaba mejor partido". El servicio de estos grandes almacenes cuesta 150 euros que luego se gastan en el propio establecimiento. "Está claro que la demanda va a ir a más", asegura, "hoy en día no disponemos de tiempo y necesitamos que nos ayuden a comprar".

La clienta Rosa Serra (derecha), el miércoles, junto a sus <i>personal shoppers,</i> Elisabet Olivé y Montse Guals, en una tienda de Barcelona.
La clienta Rosa Serra (derecha), el miércoles, junto a sus personal shoppers, Elisabet Olivé y Montse Guals, en una tienda de Barcelona.CARLES RIBAS

Historias de clientes

Historias de clientes, hay para dar y tomar. La de la clienta de 83 años que lamentaba no haber descubierto este servicio 40 años antes. La del empresario madrileño de treinta y pocos que quería introducirse en Barcelona y que tenía la sensación de que daba el cante, de lo tradicional que vestía: pues bien, pasó de vestirle su madre a hacerlo su shopper. La del hombre con posibles que acudió porque no ligaba ("No somos Lourdes", le advirtieron) y para el que acabaron escogiendo hasta el color de su nuevo Mercedes. La de aquella chica guapísima de 28 años, vinculada al mundo de la noche, que no necesitaba ningún tipo de asesoría, pero que se gastó 10.000 euros ("le hacía ilusión"). O la de aquella mujer que tenía un marido impresionantemente guapo y que quiso asesorarse sobre aquellos colores y prendas que peor le sentarían para poder comprárselos.

Lo curioso del fenómeno personal shoppers es que a la gente aún le da vergüenza confesar que recurre a un servicio de este tipo. Temen que se piense que carecen de personalidad o criterio para comprarse la ropa. "Nos pasa como a los psicólogos", dice Elisabet Olivé, "a la gente le da vergüenza confesarlo". De este modo, resulta complicado que se produzca el boca a oído. Excepto con los gays, cuenta. Ellos sí que se lo cuentan entre ellos sin reparos.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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