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Por el bien del desarrollo

Casi a diario, Estados Unidos y Europa esgrimen amenazas de imponer sanciones económicas o cortar la ayuda al desarrollo a menos que algún gobierno vulnerable acepte sus dictámenes políticos. El uso de la ayuda al desarrollo como vara política sólo sirve para agudizar el sufrimiento de países empobrecidos e inestables, y no da los frutos políticos perseguidos por los donantes. Para entenderlo se requiere una visión de la geopolítica a largo plazo, especialmente de la disminución paulatina de la hegemonía mundial estadounidense y europea. La tecnología y el desarrollo económico proliferan en Asia y en el mundo en desarrollo, mientras que la difusión de la alfabetización y de la conciencia política en el pasado siglo convirtió la autodeterminación en la ideología dominante de nuestro tiempo y trajo el fin del colonialismo.

Los países ricos se han entrometido, a veces con su propia corrupción e incompetencia, en los asuntos de los países a los que ahora amonestan

Aunque EE UU se manifieste retóricamente a favor de la democracia en Oriente Próximo, su primera respuesta a la victoria de Hamás fue la de exigir que el Gobierno recién elegido devolviera los 50 millones de dólares en ayuda estadounidense. Las doctrinas de Hamás son ciertamente inaceptables para la paz a largo plazo; pero es probable que el recorte de las ayudas aumente la agitación en lugar de conducir a un acuerdo aceptable y duradero entre Israel y Palestina. Un Gobierno palestino elegido debería ser tratado, al menos al principio, con legitimidad. Más adelante, si se comporta indebidamente y fomenta el terrorismo, las políticas pueden cambiar. La suspensión de la ayuda debería ser una política de último recurso, no un primer ataque.

Por lo general, la suspensión de las ayudas no produce los resultados políticos deseados al menos por dos razones. La primera, que ni EE UU ni los países europeos tienen mucho prestigio como árbitros legítimos del buen gobierno. Los países ricos llevan mucho tiempo entrometiéndose, a menudo con su propia corrupción e incompetencia, en los asuntos internos de los países a los que ahora amonestan. EE UU predica el buen gobierno a la sombra de una guerra no provocada, los escándalos de cohecho en el Congreso y los enormes beneficios obtenidos por empresas con conexiones políticas como Halliburton. Y la segunda, que las amenazas estadounidenses y europeas de cortar la ayuda o imponer sanciones son de todos modos demasiado débiles como para conseguir mucho, aparte de debilitar a países de por sí inestables y empobrecidos. Piensen en las recientes amenazas de suspender la ayuda a Etiopía, que ronda los 15 dólares por etíope al año, buena parte de ellos pagados a asesores estadounidenses y europeos.

Sin embargo, una suspensión de la ayuda a Etiopía sí provocaría muchas muertes entre los pobres, que carecen de medicinas, semillas mejoradas y abonos. Los resultados obtenidos por la ayuda intermitente son míseros. La ayuda discontinua ha dejado a Haití sumido en una irremisible espiral descendente. Las sanciones impuestas a Mianmar hace una década no han restaurado a Aung San Suu Kyi en el poder, pero sí han hecho más pesado el lastre de las enfermedades y la pobreza extrema en ese país. La suspensión de ayudas con que se ha amenazado a Kenia, Chad y otros países empeorará situaciones ya de por sí muy malas.

Todo esto no quiere decir que EE UU y Europa deban acatar todas las acciones de un dictador corrupto cualquiera. Pero el realismo en los asuntos económicos internacionales exige aceptar que la ayuda oficial al desarrollo sólo permitirá alcanzar los objetivos políticos generales de estabilidad y democracia a largo plazo. La senda más fiable hacia la democracia estable es un progreso económico fuerte y equitativo a lo largo de un amplio periodo de tiempo.

El principal criterio para proporcionar ayuda oficial para el desarrollo debería ser que dicha ayuda fomente realmente el desarrollo económico. Para ello, debe ser fiable y predecible y estar dirigida a las necesidades de desarrollo de manera que se pueda controlar, medir y evaluar. ¿Se puede controlar y medir la ayuda? ¿Se está robando? ¿Se está dedicando a verdaderas necesidades de desarrollo como producir más alimentos, luchar contra las enfermedades o construir infraestructuras de transporte, energía y comunicaciones? Si la ayuda al desarrollo se puede encaminar a las necesidades reales, debería darse a países pobres e inestables, a sabiendas de que salvará vidas, mejorará los resultados económicos y de esa forma ampliará también las perspectivas de democracia a largo plazo.

Jeffrey D. Sachs es catedrático de Economía y director del Earth Institute de la Universidad de Columbia.

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