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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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¿Es bueno el superávit? Depende

Joaquín Estefanía

EL VICEPRESIDENTE PEDRO SOLBES ha presentado el saldo de las cuentas públicas del año 2005, con el resultado de que por primera vez en la historia de la democracia el conjunto de las administraciones ha tenido un superávit presupuestario del 1,1% del PIB. Ello se debió a un crecimiento de los ingresos (14,1%), que dobló el aumento de los gastos (el 7%). En estos porcentajes sobresale el aumento del impuesto de sociedades (25% respecto al año anterior), de la renta de las personas físicas (un 14,7%) y del IVA (un 12,1%), síntomas del dinamismo de la economía española.

Solbes hizo dos cosas a la vez: felicitarse por este superávit y al mismo tiempo quitarle importancia, ya que no existe ninguna garantía de que en el futuro las cosas sigan de la misma manera. ¿Es bueno el superávit público? Depende de en qué se invierta. El responsable económico del Gobierno anunció las prioridades: reducción de la deuda pública del Estado (ha caído tres puntos en un solo año, del 46,6% al 43,3%, y pretende dejarla en el 36% del PIB al final de la legislatura) para que paguen menos las generaciones futuras, aumento del fondo de reserva que asegura las pensiones públicas, y financiar el recorte de impuestos que se contempla en la reforma fiscal que el Ejecutivo aprobará la semana que viene.

El superávit se va a gastar en reducir la deuda de las próximas generaciones, en asegurar las pensiones públicas y en financiar la rebaja de impuestos. ¿Y el aumento de la inversión pública en I+D+i?

El superávit de las cuentas públicas suele darse en sociedades ricas en las que no hay muchas necesidades. El otro país de la zona euro que ingresa más que gasta es Finlandia, la patria de Nokia, la zona del mundo más avanzada en la aplicación de la llamada sociedad de la información, con una inversión pública en I+D+i a la cabeza del planeta.

La polémica sobre cuál debe ser el nivel de equilibrio de las cuentas públicas, en unos momentos en que el precio del dinero es barato y endeudarse es una política prudente, ya tuvo lugar durante la anterior legislatura, en la que el PP implantó el dogma del déficit cero. La semana pasada, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que preside José María Aznar, presentó un instrumento de análisis de mucha utilidad: Los indicadores del cambio. España 1996-2004, en el que a través de más de 500 datos se analizan cuantitativamente las dos legislaturas en las que el PP gobernó España. Según se desprende de esas estadísticas, la deuda pública total de las administraciones era del 64% del PIB en 1996 y se redujo al 51,5% en 2004; el déficit público pasó del 6% al 0%, pero el gasto en I+D sólo avanzó del 0,81% al 1,03%, dejando a España en la cola de la sociedad de la información.

Es cierto que más allá de aumentar la inversión en I+D+i, objetivo central del Gobierno de Rodríguez Zapatero, debe evaluarse cómo se está gastando el ínfimo porcentaje que dejó el PP y cuál es la eficacia de ese gasto. Es imprescindible interrogarse acerca de por qué en Francia, por ejemplo, por cada euro de gasto público en esta modalidad hay 1,80 euros de gasto privado y en España tan sólo 1,20 euros. ¿Por la composición de la industria?, ¿porque el retorno de investigadores formados en el extranjero no es el mismo?, ¿por los criterios para decidir en qué se gasta...?

Si uno quiere conocer la evolución de este país a largo, medio y corto plazo, tiene ahora a disposición un trabajo monumental de los que hacen época. Dos profesores universitarios de la Pompeu Fabra, Albert Carreras y Xavier Tafunell, han publicado con la Fundación BBVA los tres tomos de Estadísticas históricas de España en los siglos XIX y XX, una obra de referencia para cualquier analista que pretenda entender cómo nuestro país ha pasado en poco tiempo de la autarquía a la globalización, aprovechándose de este proceso. Tan sólo valga una comparativa: el PIB español ha crecido 40 veces en 150 años (1850-2000), pasando en precios constantes de 2 a 80 billones de las antiguas pesetas; en ese periodo, el PIB per cápita se ha multiplicado 15 veces. Quizá ello sirva para explicar, en parte, el superávit de 2005.

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