"Los inmigrantes también nos dejamos la piel por España"
Olga Echeverri presume de adaptarse a todo. Como los animales del desierto, ella sobrevive a todas las batallas. Ha ganado muchas, entre las que se cuentan el desarraigo y el desempleo.
"Dediqué media vida a ser empleada del Gobierno de Antioquia, una provincia colombiana", explica ella. Un buen día de 2001, la Administración decidió prescindir de 3.000 funcionarios. "Podía haberme quedado, pero le estaba quitando el lugar a un padre de familia", recuerda. Olga cogió su dinero y se retiró. Para no volver a trabajar en su tierra.
El azar quiso que Madrid fuese su destino. "Emprendimos el viaje tres amigas. Una de ellas conocía a alguien en Madrid que nos podía acoger, así que nos fuimos", relata Olga. El 17 de diciembre de 2001 aterrizó en Barajas. Era "un premio" que ella misma se daba por más de dos décadas de trabajo. Sería una nueva vida.
Promotora social y gerontóloga de profesión - "me la he pasado estudiando", dice Olga-, aprovechó los tres primeros meses para pasear. En Medellín, su tierra ("la ciudad de la eterna primavera"), quedó toda su familia. Entre ellos, sus 21 hermanos. "Mi padre no tenía televisión", justifica Olga. Sorbe un descafeinado y ríe. "De repente, me pregunté: '¿Y si me quedo un año?' El deseo de regresar se me murió muy pronto".
Olga y sus amigas eran una piña. Ella no extrañaba, ni siquiera el clima tropical. Aquí, descubrió la nieve. Logró adaptarse. Conseguir un empleo era su asignatura pendiente. "Mis compañeras empezaron a trabajar rápido, pero yo elegí estar nueve meses en el paro", asegura esta colombiana de 53 años. Le sorprendía la cantidad de ofertas de trabajo que había en Madrid. "Me dije: 'Aquí hay puertas abiertas'", confiesa. Sólo le quedaba esperar la suya.
La oportunidad le llegó cuando una de sus amigas le acercó una oferta. "Un matrimonio necesitaba a una persona para cuidar a sus dos hijas pequeñas, mellizas", describe Olga. En su interior, algo indescriptible explota. Ella decide ponerlo en palabras: "¡Justo a mí, que jamás había puesto un solo pañal, y que había decidido ser mujer antes que madre!", exclama. Su espíritu aventurero estaba a prueba. Una vez más.
Olga volvió a adaptarse. Moldeó todo aquello que había aprendido en la universidad y lo empleó en el cuidado de María y Cristina, las mellizas. Hoy, son como sus hijas. "Ellas y yo nos educamos mutuamente", subraya. Y habla del "chantaje más hermoso del mundo": "Cuando María sale del colegio, balbucea, mueve los ojitos y dice: '¡Brazos!'. Quiere que la coja. Yo no me puedo negar".
Hija de un conocido político colombiano, Olga podría haber conseguido trabajo dondequiera que fuera en su tierra. Lo desechó, para conquistar Madrid. Y pronto, Europa. "Sueño con conocer París, Londres, Florencia y Brujas. Ya habrá tiempo".
Lectora empedernida, amante del cine -"aunque sólo del bueno"- y frecuente inquilina de los teatros, Olga manda un mensaje a todos los que sueñan con calcar su historia: "Sólo vengan si pueden conseguir los papeles. Ser un indocumentado en España es muy difícil", define.
Ella cree que, como ella, los inmigrantes son "útiles" para el país. "Aquí también llegan los cerebros. Nosotros nos dejamos la piel y todos nuestros conocimientos por el bien de España", reflexiona.
Olga mutó. Cambió su bronceado caribeño por un sueño europeo. No se arrepiente. "Vivo el hoy. Si algún día me toca regresar, lo haré sin problemas". Palabra de aventurera.
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