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Columna
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Pacificación

Enrique Gil Calvo

Solucionado con precario equilibrismo el berenjenal del Estatut catalán, el presidente de Gobierno ha pasado página en su particular agenda política para zambullirse en otra nueva piscina, no menos problemática que la anterior. El caso es no perder la iniciativa política, abriendo por sorpresa crisis continuas para monopolizar el protagonismo mediático. La nueva empresa en que ahora nos embarca Zapatero es la pacificación de Euskadi. Y para ello nos invita a que le acompañemos en su viaje sin retorno ofreciéndonos a todos, incluidos los terroristas, unas halagüeñas expectativas que la tozuda realidad pronto se encarga de frustrar, para someternos a una ducha escocesa donde al sueño color de rosa le sucede un amargo despertar.

Ahora resulta que la propia organización criminal, envanecida por el respaldo que con sus solicitudes de tregua le viene prestando el presidente Zapatero, ha preferido darle calabazas por el momento, aplazando sine die su rendición definitiva. Lo cual demuestra que el Gobierno se equivocó en sus cálculos, al sugerir por anticipado la inminencia de un alto el fuego que de momento ha resultado ser un fiasco. ¿Para qué anunciar con tanta insistencia lo que sólo puede salir bien si sobreviene por sorpresa? Se diría que el presidente Zapatero está vendiendo la piel del oso antes de haberlo cazado, con lo que cabe temer que el resultado final desilusione a tirios y troyanos. ¿A qué vienen tantas prisas? ¿Acaso no sabe que por mucho que madrugue no amanecerá más temprano? ¿No hubiera sido mejor esperar a que la decadencia de ETA la extinguiera por sí misma? ¿O es que sólo desea apuntarse el tanto a tiempo de completar su calendario electoral?

Por si tanta impaciencia no fuera suficientemente preocupante, encima esta aventura pacificadora se produce en un momento en que no contamos con una auténtica oposición, porque la realmente existente se ha neutralizado a sí misma al encerrarse en su autismo nihilista. Ahora más que nunca necesitaríamos que la oposición controlase al Gobierno para evitar en lo posible que cometiese los inevitables errores que acechan a un proceso tan incierto como el de la pacificación. Pero el actual PP le dice a todo que no, sin ninguna clase de matices, como si fuese un semáforo averiado que se ha bloqueado en el disco rojo, y por lo tanto su función controladora resulta absolutamente inútil. Así que el Gobierno corre el riesgo de conducirse a lo loco, sin ninguna clase de control externo que le ayude a autolimitarse.

Tiempo habrá de debatir en el futuro los dilemas morales que atraviesa con sus encrucijadas todo proceso de pacificación. Pero sin saber todavía nada de las intenciones presidenciales, ya puede adelantarse con mucha cautela la mala espina que da su anterior aprobación al acuerdo pacificador firmado por el presidente Uribe con los paramilitares colombianos. Ese acuerdo ha sido ampliamente rechazado por la comunidad internacional, por boca tanto de la UE y la ONU como de las ONG dedicadas a la mediación pacificadora. Sin embargo, el presidente Rodríguez Zapatero lo respaldó, y en cierta medida lo ha patrocinado internacionalmente. ¿Quiere esto decir que piensa ofrecer a los etarras un acuerdo similar al de Uribe con los paramilitares?

Hay práctica unanimidad entre los especialistas en pacificación en que la clave del éxito del proceso no es comprar un mero final de la violencia (paz negativa), sino llegar a construir un orden social justo (paz positiva), que haga posible la definitiva superación del conflicto gracias a la reconciliación entre las partes enfrentadas. Y para eso, la conditio sine qua non es la justicia, lo que excluye radicalmente la concesión de amnistía con impunidad para los violadores de derechos humanos. Nada de leyes de perdón o punto final, como se hizo muy a la católica durante la transición, cuando se perdonaron graciosamente los crímenes políticos de franquistas y terroristas. A la ETA actual no se la puede tratar como a ETA político-militar, ofreciéndole un acuerdo de paz por presos. Ya no es necesario y tampoco sería justo.

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