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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Intento de comedia

Javier Ocaña

Ha tenido innumerables rostros y un sinfín de actitudes más o menos burlescas, más o menos aventureras, más o menos realistas, más o menos (des)mitificadoras. El veneciano Giacomo Casanova, ciudadano del siglo XVII, es un mito convertido en lugar común de la literatura y del cine, ensalzado, ninguneado o vapuleado dependiendo del profesional en cuestión que retratase su carácter y su obra amorosa. Pero las preguntas que surgen ante la enésima versión del personaje, ésta dirigida en EE UU por el sueco Lasse Hallström, con Heath Ledger como protagonista, son las siguientes: ¿Aún tiene vigencia el modelo Casanova? ¿Todavía hay gente que se engaña con aquella brillante parafernalia sobre el artista que sólo buscaba el goce de los sentidos? ¿Los casanovas de hoy son genios del goce sexual o simples chulos con los que nadie se quiere cruzar?

CASANOVA

Dirección: Lasse Hallström. Intérpretes: Heath Ledger, Sienna Miller, Jeremy Irons, Oliver Platt. Género: comedia romántica. Estados Unidos, 2005. Duración: 106 minutos.

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Hace unos meses, Jim Jarmusch compuso en Broken flowers un brillantísimo y desmitificador retrato del macho, algo con lo que también jugó Federico Fellini en su versión de 1976, tan irónica como cruel. Hallström, en cambio, ha preferido unirse a un proyecto de estudio de Hollywood en el que lo importante es que, en realidad, una vez Casanova se enamoró. Un enfoque romántico que, sin embargo, quizá por miedo a resultar blando o cursi, tampoco explota. De hecho, acaba montando un vergonzoso vodevil de enredo sobre falsas identidades en el que ninguna de las posibilidades ha sido explorada con talento: no alcanza a ser romántica, desecha desde el inicio la vertiente erótica, la comedia es risible y la aventura, directamente cómica, a lo que se unen unas escenas de acción bochornosas para una producción de semejante calibre presupuestario.

Las cámaras rápidas son peligrosísimas formalmente. Si eres Stanley Kubrick y las rodeas de aceleradas versiones de Beethoven, igual resulta una obra maestra como La naranja mecánica. Pero las que ejercita Hallström en las secuencias iniciales de Casanova resultan lamentables, con el personaje protagonista huyendo de las habitaciones de sus mujeres como si fuera Alfredo Landa de vacaciones en Benidorm en una de las famosas cintas del landismo. Lo mismo se puede decir de las cámaras lentas, que el realizador sueco utiliza en las secuencias de acción y que a los hermanos Wachowski les quedan espectaculares en Matrix y a Hallström bochornosas en las escenas finales de su película. Más de lo mismo respecto de las caídas típicas del slapstick americano, que el autor recupera sólo para que Jeremy Irons se encuentre perdido en su papel de monigote inquisidor.

Para colmo, teniendo en cuenta que se trata de una película sobre Casanova en la que no hay escenas de sexo, los únicos intentos de comedia alrededor del tema también resultan zafios, facilones y nada originales, como esa vergonzosa felación fuera de campo (presuntamente graciosa) acaecida bajo una mesa camilla.

Tenían el mejor decorado del mundo, las calles y los canales de Venecia, pero esta vez Hallström se ha metido en un berenjenal de encargo difícil de manejar. Y aún menos con el tono elegido y los recursos de realización desplegados.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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