La resurrección del dios argentino
Con 50 kilos menos, recuperado de las adicciones que estuvieron a punto de costarle la vida, Diego Armando Maradona renace de sus cenizas en un país que nunca dejó de adorarle. La rehabilitación del mítico futbolista es considerada por sus compatriotas como la resurrección de la mayor divinidad nacional.
A algunos de los que vieron el primer programa de la serie televisiva de Diego Maradona, La noche del Diez, se les podría haber perdonado pensar que se trataba de un error; que en esa histórica noche del lunes 15 de agosto del año pasado, algún trabajador del Canal 13 argentino había apretado el botón equivocado y estaba emitiendo un programa religioso de esos que dan en Estados Unidos. Porque lo primero que vieron y oyeron los espectadores fue un coro de hombres y mujeres de aspecto puro, pulcro y fervoroso, menos al estilo argentino que al de un encuentro dominical de evangélicos renacidos en Oklahoma. Ante el público nutrido, pero reverente, que llenaba el estudio entonaron un himno cuya letra evocaba la historia de Jesucristo: "En una villa nació, fue deseo de Dios, / crecer y sobrevivir a la humilde expresión. / Enfrentar la adversidad / con afán de ganarse a cada paso la vida".
Sólo con el quinto verso comprende-rían quienes no conocieran la canción que no, no se habían equivocado; que aquello era un tributo al nuevo Maradona, delgado y saludable -recuperado de su obesidad mórbida, de la grave enfermedad que le puso un pie en la tumba-, que todos habían estado esperando. Efectivamente, en un crescendo continuo, se enteraban de que el elegido de Dios contaba con la bendición de "un pie izquierdo inmortal", y que de niño había soñado con jugar en un Campeonato del Mundo. Cuando entraba el coro -tan alegre y saltarín como en una canción pop de los sesenta-, ya no cabía ninguna ambigüedad. El estribillo "Maradó, Maradó" -el grito que retumbaba en los estadios de Argentina en sus días de gloria futbolística- sonaba una y otra vez: "Y todo el pueblo cantó 'Maradó, Maradó', / nació la mano de Dios, / 'Maradó, Maradó'. / Sembró alegría en el pueblo, / regó de gloria este suelo ".
A estas alturas, todo el estudio estaba en pie: varios cientos de personas que coreaban la canción mientras ondeaban grandes banderas argentinas. Los primeros planos de la cámara revelaban rostros de gente en estado de gracia, creyentes ante una aparición divina; un cartel izado por algunos fieles mostraba una fotografía de Maradona junto a las palabras: "Gracias, Dios, por ser argentino".
Y luego, por si alguien pudiera pensar que se trataba de alguna broma, la canción hizo explícita la analogía con el Dios cristiano: "Carga una cruz en los hombros por ser el mejor, / por no venderse jamás al poder enfrentó. / Curiosa debilidad, si Jesús tropezó, / por qué él no habría de hacerlo".
Y entonces, ante un rugido del público, surgió una nube blanca en un extremo del estudio; tras ella, una luz deslumbrante, y de entre la nube y la luz, una silueta oscura convertida en la manifestación corpórea, milagrosamente esbelta, del propio Diego Maradona, micrófono en la mano, cantando la canción escrita en su honor -una más entre las docenas compuestas por sus adoradores argentinos- con tanto fervor y sentimiento como el más extasiado de los coristas evangélicos. El coro y el público cayeron en silencio, y Maradona (con una dulzura sorprendente) cantó en solitario, sustituyendo la tercera persona por la primera: "Sembré alegría en este pueblo, / regué de gloria este suelo, / si Jesús tropezó, / por qué no habría de hacerlo yo ".
El ciego arrebato del público, su sumisión embelesada, recordaban la escena culminante de El perfume, la novela -que pronto tendrá una versión cinematográfica- sobre un hombre nacido en medio de una pobreza fétida, pero dotado de un enorme talento para elaborar fragancias irresistiblemente seductoras. En el clímax final, una multitud se postra ante él en una plaza. Jean-Baptiste Grenouille no sólo es feo y carece de encanto, sino que es un asesino en serie; pero la fuerza del perfume que crea -y que lleva- es tal que incluso los padres de sus víctimas se rinden a su seducción y abandonan todo raciocinio. Grenouille recibe homenajes delirantes de monjas y obispos, caballeros y damas, ricos, poderosos y pobres. "¡Amado! ¡Venerado! ¡Idolatrado!". Era un dios, "más magnífico" -escribe el autor, Patrick Süskind- que la divinidad más común de las iglesias invadidas por el olor a incienso. "Si él diera la señal, todos renunciarían a su Dios y le adorarían a él, al Gran Grenouille".
Diego Maradona tiene cosas en común con el personaje central de la novela de Süskind. También él es un genio que logró ascender desde un origen humilde, también cautiva a las multitudes y hace que cierren los ojos a sus carencias físicas y morales. Maradona -un drogadicto de escasas letras, si nos remitimos a los hechos terrestres, que no necesita que le insistan para opinar sobre cualquier tema en el mundo (su colección de agudezas abarca desde el Papa hasta el FMI, Castro, Bush, la guerra de Irak o los últimos acuerdos comerciales hemisféricos); un hombre que se ha pasado casi diez años sin trabajar y que ahora, a los 45, vive con sus padres- es el héroe nacional de un país que ha producido grandes escritores, premios Nobel de ciencia, y que, no hace mucho, era el sexto más rico del mundo. El máximo triunfo de su vida ocurrió hace 20 años, cuando le dio a Argentina la victoria en la Copa del Mundo; pero, para millones de compatriotas suyos, hoy es más grande que entonces. Más que una leyenda viva, más que un mero ídolo, se ha transformado -en la imaginación colectiva de gran parte de Argentina- en un dios.
Y como cualquier buen dios, ha resu-citado. De eso trataba ese programa inaugural de La noche del Diez: era una exaltación del triunfo de Maradona sobre la muerte que presenció -en lo que Canal 13 celebraría más tarde como récord sin precedentes de audiencia- casi la mitad de los habitantes del país. Cuando Maradona terminó de cantarse a sí mismo, cuando el tumulto orgiástico en el estudio se apagó, un espectador de buena fe que no estuviera familiarizado con Maradona como personaje público, con Argentina o con lo que él significa para el país, tal vez habría esperado ver un guiño de complicidad, una broma irónica, un comentario con el que se riera de sí mismo. (Imaginar a Alfredo Di Stéfano, o incluso a David Beckham, participar en semejante autoespectáculo con absoluta solemnidad es imposible). Pero habría esperado una cosa que no iba a llegar. De la misma manera que, a la mañana siguiente, en los periódicos o en los programas de radio, ocupados por comentarios sobre el milagro de la noche anterior, había que esforzarse para encontrar una voz discrepante, alguien que pusiera en tela de juicio la ortodoxia dominante de que La noche del Diez había sido una experiencia profundamente conmovedora. Quien sí se atrevió a hacerlo, un hereje suicida, fue Pablo Alabarces.
"Dije en la radio que el programa de Maradona había sido un espanto y quisieron lincharme. No sólo los oyentes que llamaban, sino mis amigos, mis colegas ". Alabarces es profesor de ciencias sociales en la Universidad de Buenos Aires, un "analista de la cultura" que estudia la vinculación entre el fútbol y el carácter de nación en Argentina, y que se considera "un maradonólogo". Pese a ello le sorprendió enterarse, como consecuencia de la indignación que suscitaron sus comentarios en la radio y después en un artículo de prensa que tuvo la temeridad de escribir sobre "el narcisismo descomunal" de Maradona, de que, en su propia Facultad, alguien había erigido un altar al ex futbolista. "Uno ve eso y comprende que la escenografía de la resurrección en el programa no era ninguna metáfora. Se lo creían de verdad. No hay que olvidar que, hace año y medio, Maradona tartamudeaba y balbuceaba, y estaba siempre entrando y saliendo del hospital; que la gente construyó una especie de santuario delante de su clínica y rezaba allí para que no muriera. Y no se murió. Salió con vida. Y ahora, como un milagro, tiene un aspecto tan juvenil como hace 20 años. Está más lúcido que nunca. ¿Cuál es la lección que sacan de ello los feligreses? Que sólo Dios puede salvar a Dios".
Roberto Perfumo fue uno de los privilegiados a los que se les permitió acudir al lecho de Maradona en abril de 2004, cuando yacía agonizando en el hospital. Uno de los antecesores de Maradona como capitán de la selección argentina, Perfumo no parece el tipo de persona que se rendiría a la idolatría que posee a las masas de su país. Tenía fama de ser un defensa durísimo, un ganador implacable que no se permitía perder tiempo con los estetas del juego bonito. Desde que dejó el fútbol ejerce como psicólogo, lleva más de 20 años tratando a pacientes, escribe una columna de periódico muy leída y tiene un programa de radio ampliamente admirado. Hasta hace poco era secretario nacional de Deportes. "Fui al hospital a verle, en parte como amigo, en parte en representación del presidente", recordó Perfumo, tomando un café y fumando en un bar de Buenos Aires. "Sus padres estaban ahí con él; también su esposa, Claudia, y una de sus hijas. El padre lloraba. Él estaba ahí en la cama. Muerto. Estaba lleno de caños por todos lados y no podía hablar. Estaba muerto. Muerto. Llamé a mi mujer y le dije: 'Hoy se va'. Que se iba a morir antes de que acabara el día".
Perfumo volvió a ver a Maradona hace un par de meses, en su fiesta de cumpleaños: "Le recordé que le había ido a ver. Me dijo que lo que más recordaba de eso era el frío. Que había sentido un frío terrible. El frío de la muerte. Es el recuerdo de ese frío lo que le da fuerza ahora para seguir luchando. Pero lo que no explica es cómo volvió de la muerte. Sólo él lo podría haber hecho. Sólo Dios puede morir y resucitar".
Hace tiempo que Maradona se acos-tumbró a hacer de Dios consigo mismo. "Toda su vida ha estado hecha de muerte y resurrección", en opinión de su biógrafo oficial, Daniel Arcucci. "Cuando tenía 17 años sufría ya tantas presiones, estaba tan abrumado por el peso de las expectativas que despertaba su genio, que anunció que iba a dejar el fútbol. Entonces, un año después, ganó el mundial juvenil para Argentina. Y entonces sufrió la tremenda decepción de no ser seleccionado para el mundial de 1978, pero después ganó el campeonato con Boca Juniors ". Después se fue a Barcelona, donde no jugó a la altura de su talento y se rompió la pierna, y posteriormente ganó la Copa del Mundo para Argentina en 1986, con dos de los goles más memorables de la historia del torneo, que proporcionaron la victoria en cuartos de final sobre el eterno enemigo, Inglaterra. De allí pasó a convertirse en una deidad en el sur de Italia y obtuvo en dos ocasiones el campeonato con el Nápoles, una ciudad en la que el culto al héroe alcanzó tales extremos que la gente se le acercaba en la calle y le decía: "Te quiero más que a mis propios hijos". En 1990 perdió la final de la Copa del Mundo en Italia, y a partir de entonces su carrera decayó.
Le sacaron de la selección nacional argentina para la siguiente campaña, pero le recuperaron cuando se presagiaba el desastre y parecía que Argentina no iba a clasificarse para la fase final del mundial de 1994, en Estados Unidos. Le convocaron en el último minuto y la selección se clasificó, lo cual fortaleció aún más su imagen milagrosa. Luego tuvo una caída definitiva -como futbolista- al ser expulsado de la fase final por haber dado un resultado positivo en un análisis de dopaje. Desde entonces cayó en picado durante 10 años, atontado por la cocaína, gran parte del tiempo en su santuario cubano, acogido por su amigo Fidel Castro, y convertido en una triste parodia del magnífico deportista que había sido. El peor momento llegó en abril de 2004, cuando, con el corazón aplastado por sus 130 kilos de grasa, se columpió al borde de la muerte en un hospital de Buenos Aires, rodeado -y tal vez sostenido-, en una escena digna del calvario de Cristo, por el clamor callejero de sus adoradores, que rezaban y que en algunos casos decían que estaban dispuestos a donarle sus corazones, dispuestos a morir para que él pudiera seguir viviendo.
Sobrevivió, y un año después, esta vez en un hospital de Cartagena (Colombia), se sometió a la intervención médica que le permitió perder 50 kilos en cinco meses, hasta alcanzar el peso que tenía cuando participó en la Copa del Mundo de 1994 -como dijo alguien que le conoce bien, "se sacó una persona de encima, la persona que le hacía mal"-. La operación consistió en lo que se denomina un by-pass gástrico. Consiste en obviar el estómago del proceso digestivo, de forma que los alimentos pasen directamente al intestino. Como consecuencia, su apetito es mucho menor de lo que era antes. Se sacia de inmediato. Prácticamente no soporta la carne, que antes era una de sus adicciones más perniciosas, y completa su dieta con cantidades industriales de vitaminas. En cuanto a su dependencia de la cocaína, da la impresión de que la ha superado, por ahora. "Pero sigue siendo muy frágil", dice Arcucci, que escribió la autobiografía de Maradona, Yo soy el Diego, y le conoce bien desde hace 20 años. "Él mismo me ha confesado que sigue sintiendo la tentación, que todavía podría volver a caer. Es como Argentina. Ahora nos va bien. Superamos el desastre económico de hace cuatro años. Se percibe el optimismo, pero todos sabemos -todos tememos- que la situación podría venirse abajo otra vez".
Todos los entrevistados para este reportaje -desde futbolistas y otros que conocen bien a Maradona hasta escritores y sociólogos- están de acuerdo en que Maradona se ha convertido, para bien o para mal, en el indiscutido símbolo argentino. Que acapara el discurso nacional. Algunos coinciden con el célebre dibujante Roberto Fontanarrosa en que Maradona es "el mayor monumento vivo de Argentina"; otros -la minoría hereje- están de acuerdo con el destacado psicoanalista y personaje televisivo José Eduardo Abadi en que en Maradona se encuentra la pista para entender la inexplicable mediocridad de Argentina, la incapacidad del país para estar a la altura de sus posibilidades.
"Lo que no se cuestiona", según Javier Vázquez, director de un documental titulado Amando a Maradona, "es que si ponemos a todos los argentinos en una licuadora sale Diego". La película de Vázquez, que se estrenó en Buenos Aires justo antes de Navidad, observa el fenómeno del culto a Maradona e incluye entrevistas tanto con devotos en las profundidades de la Patagonia como con miembros de la Iglesia maradoniana, con sede en Rosario, pero que asegura contar con 60.000 adeptos en todo el mundo. Vázquez, que confiesa que él también le venera, explica el poder que ejerce sobre la imaginación argentina recurriendo al viejo mito, tan presente en el cine de Hollywood a lo largo de los años, del héroe que surge de la oscuridad y, tras vencer terribles obstáculos, triunfa. "¡Y nos arrastró con él! ¡La gloria de Diego es la gloria de Argentina! Si existe un hombre que es argentino, si existe un hombre que define a Argentina, es Diego. Es auténtico, no tiene esa imagen edulcorada de Pelé. Y además es inteligentísimo".
Donde Alabarces discrepa con Váz-quez y la opinión mayoritaria que él expresa es en dudar que la identificación de Argentina con Maradona sea motivo de alegría. Para Alabarces, hoy Maradona es más una especie de payaso -"hace 10 años era tragedia, hoy es farsa"-, pero no niega que se haya convertido en el opio del pueblo. "Además de ser la encarnación del sueño argentino, del mito del pobre que de la noche a la mañana se hace rico, alimenta otra necesidad del argentino: de que se nos reconozca como ciudadanos de un gran país. A través de Diego nos sentimos importantes en el mundo".
Ese sentimiento se transmite a lo largo de sucesivas conversaciones sobre Maradona en Buenos Aires. Una y otra personas recitan la misma anécdota de un periodista argentino en Bosnia al que iban a matar unos soldados serbios; al mencionar su nacionalidad se vio rodeado de gritos de "¡Maradona!" y cálidos abrazos. La historia podría ser apócrifa, desde luego está adornada y es por lo menos de hace ocho años, pero la gente se aferra a ella agradecida y satisfecha. La noción de que Maradona sigue teniendo hoy tanto renombre en el extranjero como en Argentina es tan resistente porque, en un país en el que muchos se sienten exiliados en Latinoamérica, llenos de nostalgia por sus raíces europeas, resulta necesaria. "El pasado aquí sigue vivo", explica Alabarces. "Un pasado gigantesco y desbordado en el que Diego significó la Patria. Debería ser evidente que, por más que le adorásemos todos como futbolista, su condición de ídolo se hubiera diluido con los años. Debería ser evidente, pero no lo es".
El motivo de que no lo sea, según José Eduardo Abadi, va al meollo del problema nacional. "Maradona es el ídolo nacional argentino que nos ha permitido llegar a creer que somos un pueblo elegido por Dios. Pero, en realidad, es la expresión más clara de una característica de los argentinos: el pensamiento mágico. Eso está muy bien para leer a Gabriel García Márquez, pero como herramienta para funcionar en el mundo real es desastrosamente ineficaz. En endiosar a Maradona abandonamos la inteligencia y nos hundimos en la locura de masas".
Marcelo Birmajer, autor y guionista de cine, es un áspero observador de la sociedad argentina al que, en alguna ocasión, se le ha llamado el "Woody Allen argentino". Pero no considera el fenómeno de Maradona materia de risa. "La contradicción argentina es que, por un lado, somos gente sofisticada, somos cultos y tenemos un gran sentido del humor; pero, al mismo tiempo, sucumbimos ante unas pasiones que nos ciegan. Por ejemplo, el chovinismo de tantos argentinos que apoyaron la locura de Galtieri, un torturador y asesino, en la guerra de las Malvinas".
Birmajer percibe el mismo vicio mental en la adulación que se otorga a Maradona. "La idolatría devalúa la aportación de los economistas, científicos e intelectuales, y sustituye la razón por la fe. El calificativo de dios que se le atribuye a Maradona es peligroso para él y para los argentinos. Dios no muere, y por eso puede hacer lo que quiera. En cambio, el hombre no puede". ¿Por qué es eso peligroso? "Para Maradona, porque le invita a sentirse invulnerable; para los argentinos, porque vivimos sin normas. Dios no cumple las leyes, las crea, y eso es lo que hacen muchos argentinos. El problema fundamental de Argentina es que no se cumple la ley. De ahí nacen todos los demás males".
Otro problema es "el populismo infantil" en el que caen los argentinos, según Carlos Pierini, otro psicoanalista disidente en la ciudad con la mayor proporción de psicoanalistas por habitante del mundo. "Promueve ese culto a los pobres que tanto popularizó el peronismo, esa persecución implacable de todos los que han hecho dinero, a los que tacha de ladrones", dice Pierini. "Sin embargo, Maradona vive una vida de depravado emperador romano, con prostitutas, drogas y rock and roll; despilfarra su dinero, y al hacerlo da a los pobres una bofetada de desprecio". Alabarces sostiene, y seguramente Pierini estaría de acuerdo, que Maradona es "el ejemplo perfecto de peronismo posmoderno", todo forma y poca sustancia.
Lo que le parece doblemente lamentable a Pierini es que una persona en la que él ve poco digno de admiración -"en India tienen a Gandhi; en Suráfrica, a Mandela; en Inglaterra, a Churchill"- sea héroe nacional. "No tiene ninguna humildad, y le adoramos por ello. Lo que me irrita es la presión social que se sufre en este país para que admires a un imbécil".
Los medios nacionales argentinos no son inmunes a esta presión. Raras veces se atreven a disentir del consenso nacional sobre "el Diez". Daniel Lagares, de Clarín, un periódico que el 20 de diciembre nombró a Maradona "figura del año", reconoce que la prensa teme a Maradona. "Si se le critica, se corre el riesgo de que él devuelva la crítica. Y si dice algo contra tu diario, te puede dañar. Es un riesgo que pocos desean asumir. Estamos ante Dios, y a Dios hay que temerlo".
Pero ante todo, en este caso, quererlo. No sólo le adoran los fieles que le ven desde lejos, invirtiendo sus fantasías en la imagen idealizada que tienen de él, sino también aquellos que le conocen en carne y hueso. "Siento pasión por Maradona", confiesa Roberto Perfumo. "Es un seductor permanente, un líder carismático, y yo caí, como todos los que le conocemos". Daniel Arcucci, que es jefe de Deportes de La Nación, también se ha rendido a sus encantos. Y lo ha hecho plenamente consciente de los argumentos de aquellos que dicen que admirar a Maradona representa un abandono de la razón. "Sí, sí, ya sabemos lo que dicen los intelectuales", dice Arcucci con irritación, "pero la gente le adora. Igual que sucedió con Evita Perón, que también tenía sus contradicciones. Pero Maradona es más que sus contradicciones, eso es lo que no ven los intelectuales. Es Argentina. Es la voz del pueblo, y, por eso, la clave para entender mucho de lo que constituye este país. Reto a la persona que más le odie a pasar 20 minutos con él. Acabará rindiéndose a sus pies, ¡lo garantizo!". ¿Cuál es el secreto? "Bueno , es un seductor nato. Y tal vez eso sale de su necesidad de tener a gente a su alrededor todo el tiempo. Un ejemplo: un día estaba con él en Suiza, en un pueblo llamado Thun; allá, la gente, o no sabía quién era, o era demasiado reprimida para acercarse a hablar con él. Le dije: '¡Éste es el lugar perfecto para que vivas!'. Me miró y dijo: 'Dame dos días aquí y me suicido'. Y de eso se trata. Necesita el reconocimiento de los demás, señales visibles de afecto, todo el tiempo".
Arcucci también cree que parte del secreto de su atracción fatal reside en su espíritu democrático. "Tiene algo que ver con su forma de tratar a todo el mundo igual", dice. Perfumo está de acuerdo. "Estás en una reunión de futbolistas de los años cincuenta y sesenta y él sabe los nombres de todos y habla cariñosamente con cada uno de ellos. En mi caso, yo fui a su última fiesta de cumpleaños. Éramos 60 invitados. ¡Cuánto cariño me mostró, cuánto interés! ¡Se acercó a mí y me preguntó si había comido bien!".
Resulta curioso oír a un hombre como Perfumo recordar con tanta emoción la migaja que le arrojó Maradona, como un ama de casa que tiene la suerte de contar con un autógrafo o una sonrisa de Tom Cruise. ¿Pero qué dice Perfumo de las contradicciones tan evidentes en el comportamiento de su ídolo? Por un lado, los lujos y excesos capitalistas que se ha permitido a lo largo de su vida, y por otro, la retórica populista, antiburguesa, la admiración por Fidel. "Mirá, el error consiste en juzgar a Maradona con criterios convencionales. No es ni bueno ni malo. Está por encima de eso", dice Perfumo. Entonces, cuando habla de Castro y las masas oprimidas, y se ve cómo ha vivido su vida, ¿no hay nada que reprocharle? "Lo que dice sobre la justicia social lo siente así. Es auténtico. Como el Vaticano". ¿Como el Vaticano? "Sí, como el Vaticano, como la Iglesia católica, que habla en nombre de los pobres y predica el camino de humildad de Cristo, pero ¡mirá las joyas que tiene! Lo importante -lo que no entienden los intelectuales- es que la ostentación no pretende humillar, pretende seducir". ¿Como las grandes catedrales? "Exacto. Los fieles, los creyentes, quieren que sean hermosas, ricas y grandiosas, por muy pobres que sean ellos".
Maradona es como la Iglesia cató-lica también en el sentido de que no alberga la más mínima duda sobre su grandeza. Se lo cree. La característica que comparten los héroes a lo largo de la historia, sean los de la mitología griega o sean Napoleón o Mandela, es una inmensa fe en sí mismos. No albergan las dudas que afligen a los mortales comunes. Más allá de la arrogancia, no tienen la menor duda de su propia grandeza. Y es evidente que no, porque, en caso contrario, ¿cómo podría presentarse en televisión ante millones de espectadores y cantar esa canción en la que se compara con el héroe más grande de todos los tiempos, Jesucristo? "No reflexiona de manera irónica sobre sí mismo", asiente Arcucci. "Cree en su propio poder. Por completo".
Tampoco existe mucho sentido de la ironía entre los fundadores de la Iglesia maradoniana. Ni siquiera cuando se desean unos a otros "feliz Navidad" cada 30 de octubre, la fecha en la que nació su salvador. Y aún menos cuando celebran uno de sus servicios religiosos, de tres horas de duración, con su liturgia, sus oraciones, sus himnos y 10 hombres (con Maradona todo consiste en el número 10, por la camiseta que llevaba en la selección argentina y porque es el número que, desde aquella película de Bo Derek, representa la perfección) vestidos de druidas, con túnicas blancas.
Existe otra fiesta obligatoria, otro día en el que celebran el servicio religioso completo, y es el 22 de junio. "Es el día en el que jugó Argentina contra Inglaterra en 1986. Para nosotros es la Pascua maradoniana", explica el fundador de la Iglesia, Hernán Amez, durante un almuerzo con él y uno de sus sumos sacerdotes, Leonel Capitano, en Rosario, a 300 kilómetros al norte de Buenos Aires. "Fue el Domingo de Resurrección de nuestro país después de las dictaduras militares, después de los desaparecidos, después de la guerra de las Malvinas. Ese día nos sentimos todos más unidos que nunca, gracias a los dos goles de Diego. Es el escogido. Sólo él podía hacerlo. Sólo él podía mostrar esa belleza y esa maldad, ese talento y esa trampa, ese blanco y negro. Lo tengo todo, nos dijo aquel día, y por ustedes todo lo doy".
Amez dice que la Iglesia cuenta con 60.000 fieles inscritos -"con nombres, direcciones y datos de correo electrónico"- en todo el mundo. La inmensa mayoría está en Argentina, si bien hay una extensa congregación en España. Un contingente asombrosamente grande -alrededor de 1.500- procede de Escocia, donde, según los datos de Amez, muchos nativos se alegraron tanto con aquellos dos goles de 1986 como los propios argentinos.
Leonel Capitano, el cantante y compositor oficial de la Iglesia, recuerda aquel día con el mismo sobrecogimiento, pese a que entonces apenas había cumplido seis años. Lo recuerda tan bien que ha escrito una canción titulada Mi tango a Maradona, que se interpreta en todos los servicios religiosos. Otra cosa que también hace Leonel es citar con exactitud largos fragmentos de Yo soy el Diego como si fuera un mulá recitando versículos del Corán.
Amez y él fueron los cerebros de los "diez mandamientos" maradonianos (el quinto dice: "Difundir los milagros de Diego en todo el universo") y la versión maradoniana del padrenuestro: "Diego nuestro / que estás en las canchas, / santificada sea tu zurda, / venga a nuestros ojos tu magia, / háganse tus goles recordar, / así en la tierra como en el cielo ".
Cuando Amez y Capitano recitan la plegaria no se ríen, ni siquiera sonríen. Cuando relatan en qué consiste un servicio típico hablan en un tono tan reverencial como si fueran obispos explicando los ritos de la misa dominical. "Empezamos con la santísima trinidad: 'En nombre de Tota [la madre de Maradona], don Diego y el fruto de su amor, Diego '. Después llega el 'Diego nuestro '. Luego tenemos los himnos, como Mi tango a Maradona y El Diego querido, con la música del Ave María, de Schubert ". Leonel Capitano se pone a cantar, otorgando a sus palabras paganas una pasión y un patetismo que hubieran conmovido al gran compositor alemán.
La misma pasión que exhibió Leonel Capitano cuando apareció en una de las emisiones de La noche del Diez, en la que salió de pronto de entre el público mientras cantaba su tango y no dejó a nadie sin soltar una lágrima. Maradona se emocionó, y las reseñas de prensa del día siguiente declararon que la intervención del joven había sido lo mejor de la noche. Clarín escribía: "Nuestro súper elegido de la noche fue sin dudas Leonel Capitano, que cantó la canción más linda que hayamos escuchado sobre Diego en los últimos tiempos".
Fue la noche en la que la Iglesia maradoniana, fundada hace sólo tres años, demostró que representaba a mucho más que sus 60.000 fieles; la noche en la que el sueño de Amez y Capitano -proclamar el 30 de octubre una fiesta patria-, de repente no pareció tan disparatado; la noche en la que se vio que la noción de rendir culto al ex futbolista no era una aberración, sino una expresión auténtica del sentimiento social argentino.
No hace falta llevar túnicas blancas y recitar el "Diego nuestro" para deleitarse en la fantasía de que Maradona es Dios. En la Argentina de hoy, los aberrantes, los herejes son quienes, como Abadi, y Pierini, y Alabarces, y Birmajer, creen ser capaces, desde la desalmada racionalidad de sus mentes oscuras, de proclamar que el emperador está desnudo; de poner en tela de juicio la deslumbrante divinidad del futbolista redentor; de callar cuando el pueblo canta y celebra las glorias del que nació en la villa y cumplió su destino de sembrar de alegría, y regar de gloria, toda una nación.
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