Desafiante Irán
A pesar del dramatismo ambiental de que ha sido rodeada, la decisión de remitir el dossier nuclear iraní al Consejo de Seguridad, adoptada en una tensa y larga reunión extraordinaria por el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), otorga a la diplomacia internacional al menos otro mes para seguir negociando con Teherán. Y ni siquiera presupone que Washington y la Unión Europea sean capaces de conseguir del máximo órgano de la ONU -en cualquier caso, tras un nuevo informe del OIEA, en marzo- sanciones diplomáticas o económicas contra el régimen iraní, a las que Moscú y Pekín son abiertamente renuentes, pese a su alistamiento reciente en el frente internacional de presión.
El pulso entre Irán y las potencias occidentales viene de atrás, después de que opositores en el exilio denunciasen en 2002 que el régimen estaba embarcado en un programa atómico secreto, algo que sucedía en realidad desde finales de los ochenta. En este tira y afloja diplomático, Teherán, que siempre ha negado buscar armas nucleares, se había mostrado en general contemporizador. Esta actitud ha sido sustituida ahora por otra agresiva, orquestada con retórica de combate por el flamígero presidente Mahmud Ahmadineyad, él mismo irrelevante en un tema estratégico que cae bajo la jurisdicción del líder supremo, Alí Jamenei.
El cálculo es aparentemente impecable: EE UU y sus aliados no están en condiciones de abrir un nuevo frente en una región explosiva. El régimen de los ayatolás considera que en las circunstancias actuales, con el petróleo por las nubes (Irán es el cuarto productor mundial), sería suicida cargar contra un país islámico que tiene vara alta y capacidad para radicalizar algunos de los conflictos más graves de nuestros días: se trate de Irak, a través de sus vínculos con los chiíes inevitablemente gobernantes; de Palestina, caso de Hamás; o de Afganistán. La nueva estrategia iraní llega aderezada con una doble amenaza explicitada ayer: reanudación del enriquecimiento de uranio a gran escala y cancelación de las visitas sin preaviso de los inspectores de la ONU a sus instalaciones nucleares.
El OIEA, engañado sistemáticamente por el régimen integrista islámico, no considera a Irán una "amenaza inminente". Pero ha ido acumulando indicios que apuntan inequívocamente hacia proyectos atómicos de índole militar. Su decisión del sábado constata a la vez un peligroso itinerario -subrayado con caracteres alarmantes por la canciller Angela Merkel- y concede un inevitable nuevo plazo a la negociación, vestida ya con ropajes de urgencia.
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